viernes, marzo 30, 2007

Los medios aman a Al Gore


Se acerca la hora de que Chile se llene de Al Gore. El ex vicepresidente de los Estados Unidos, el ambientalista y el ganador del Oscar. Todos estarán por algunas horas en el país para decir lo mismo que dijo en su premiado documental. Pero por más dinero. Será interesante ver el comportamiento de la prensa Chilena desde el momento en que político demócrata pise losa nacional. En general los medios nacionales corren al mismo ritmo de la opinión pública (¿Así debe ser?) y si Al Gore es el hombre del momento, como lo fue Ricardo Lagos en los dos últimos años de mandato, los diarios y la televisión deberán archivar las críticas, las dudas y los cuestionamientos. Lagos no fue el único que vivió la bipolaridad de la mayor parte de la prensa chilena. Los ejemplos son muchos. Este artículo de Salon.com intenta explicar el porqué las figuras públicas pueden modificar tan radicalmente la percepción de los medios de comunicación. Sin duda Al Gore es un tipo que está dando una pelea que muchos políticos prefieren postergar, pero su grotesco gasto en energía apenas fue cubierto y menos recordado luego de la investigación. Un vocero del ex vicepresidente "explicó" lo que todo el mundo quería escuchar. Al Gore hoy es casi intocable, todos lo quieren porque es el antónimo de Bush. Pero la pregunta es si los medios deben querer tanto como quieren las audiencias.

Por Joe Conason
http://www.salon.com/opinion/conason/2007/
As a man who long endured more than his share of nasty, unwarranted abuse from journalists, the philosophical Al Gore must be amused by the happy transformation of his clippings. The same press corps that once snarled for his blood is now smooching his boots -- an implicit apology that might be gratifying to the former future president, if only he were still naive enough to value their esteem.

The sudden fashion for favorable comment won't influence any thoughtful American's opinion of Gore, but it should remind us of the dismal media performance that did such a terrible disservice to him and to the nation. Although Gore himself certainly deserves a measure of blame for the catastrophic conclusion of the 2000 presidential election and the events that led up to it, his hateful treatment by the press slanted the campaign against him from the beginning. (Perhaps only Ralph Nader is more culpable for the irreparable harms of the Bush era, but that is an arguable proposition.)

Had the recent adoration of Gore been accompanied by any sign of healthy introspection among those who once savaged him, there might be reason to hope that they've learned something from this extraordinarily costly lesson. But as usual, mainstream commentators prefer to write as if they suffer from severe amnesia (as well as database deprivation) -- and to pretend that everyone else does, too.

Consider Maureen Dowd, a perceptive and often witty columnist who understands very well how destructive the Bush presidency has been to her beloved country. Just the other day Dowd acknowledged in the New York Times that we and the world would be in considerably better shape today had Gore -- whom she described as "prescient on climate change, the Internet, terrorism and Iraq" -- ascended to the Oval Office instead of the current occupant. But she neither noted the guilt of the media in that travesty nor recalled her own starring role. This compilation of her past columns on the subject of Gore, replete with false accusations and trendy sneering, is must reading.

Particularly catty and revealing is a quote from a 1999 column in which she suggested that Gore's environmentalism raised questions about his masculinity. But that was simply one episode among dozens that continued well after the 2000 election cycle. When the former vice president dared to voice his anger about the bloody debacle in Iraq two years ago, the Times columnist sweetly lumped him in with "the wackadoo wing of the Democratic Party." He had to be nuts to be upset about the lies that led us into war, didn't he?

Dowd was not alone, of course; she merely reflected the conventional idiocy of the times (and the Times), along with many, many others. A similar syndrome can be found in the writings of Washington Post columnist Richard Cohen, for example, and there are literally hundreds of other examples that can be dredged up from the archives of the Daily Howler, which debunked the Gore-bashing canards in real time and is still taking no prisoners. Even the New Yorker magazine, where the current editors have tried to give Gore his due for years now, used to publish awful junk about him. Obviously it isn't responsible for the 1994 profile of Gore by Peter Boyer, for instance, which was then recycled into perverse mainstream coverage, but the echoing effects of bad journalism can last for decades.

martes, marzo 27, 2007

Los diarios y la web en América Latina

A pesar que no son concluyentes, los estudios cuantitativos están entregando mucha información clave sobre el comportamiento de los medios y especialmente de las audiencias. Sin embargo, en América Latina existe muy poca información por países y menos sobre la Región . Por eso es interesante esta investigación realizada en 18 países por el diario El Tiempo de Colombia, la SIP y la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Los resultados son, en algunos casos, frustrantes. Si en EE.UU. recién en 2005 los diarios comenzaron a mirar más de cerca la red desde un punto de vista global y con un modelo de negocios detrás, por este lado del planeta el barco se mueve aún más lento y la discusión parece seguir centrada en la rentabilidad en el corto plazo y en duros e inmodificables prejuicios

Por Guillermo Franco y Julio César Guzmán
www.saladeprensa.org/art551.htm
Sin mencionar la palabra convergencia, y siguiendo una tendencia mundial, la mayoría de los más importantes periódicos de América Latina piensa fusionar en el futuro sus redacciones de Internet y de papel. Esta estrategia les permitiría expandir su operación online, que sigue siendo extremadamente dependiente de los contenidos de la edición impresa (producidos una vez cada 24 horas), y de pequeños equipos de periodistas en la operación, cuyo énfasis no es la generación de productos originales ni la reportería.

La mayoría de los puntocom de periódicos de América Latina reconoce el valor de las tecnologías que permiten la interacción con los usuarios, en particular en la creación de contenidos. Sin embargo, se debaten entre los beneficios, a los que consideran una revolución para el periodismo, y los daños potenciales. No en vano, una alta proporción de quienes tienen blogs dicen que estos son editados, y también una alta proporción de quienes no los tienen dicen que cuentan con la tecnología para crearlos, pero no con los recursos para controlar la participación de los usuarios.

Más de la mitad de los periódicos dice que los ingresos de sus sitios Web ya son suficientes para financiar la operación. Sin embargo, una gran mayoría no reconoce las amenazas potenciales que ofrece Internet para su negocio de clasificados, ni tiene una operación de comercio electrónico.

La mayor necesidad de los periodistas que trabajan en las unidades de Internet, en términos de capacitación, sigue siendo la creación de productos multimedia y la escritura para Internet.
Estos son algunos de los resultados de una encuesta online y telefónica entre los responsables de las ediciones web de 43 de los periódicos más importantes de América Latina, cada uno de ellos líderes en sus respectivos mercados.

Lo que sigue es el detalle de los hallazgos más importantes de la investigación:

· El 74% de los medios planea integrar sus redacciones online e impresa en el corto, mediano o largo plazo. De hecho, un 4% ya están integradas.
· El 42% de los sitios web funciona con 3 periodistas o menos. El 24% cuenta para su operación web con entre 4 y 8 periodistas. Un caso excepcional emplea a cerca de 35 periodistas.
· El 50% de los sitios web de periódicos en América Latina dice haber incorporado blogs.
· En el 61% de los sitios web, la mayoría del contenido es el de su edición impresa. Solo en el 27% de ellos, la mayoría es contenido propio.

· El 56% de los medios dice que los ingresos de su sitio web son suficientes para financiar la propia operación; el 37% dice que los ingresos no son suficientes para financiar la operación o ni siquiera generan ingresos.
· El 68% considera que los mecanismos que permiten generar contenido a los usuarios son una revolución para el periodismo. Pero el 30% cree que deben ser controlados para que no causen más daños que beneficios.

Participación de usuarios

· El 39% de quienes no han incorporado blogs dice que cuentan con la tecnología para hacerlo, pero no con los mecanismos para controlar la participación de los usuarios.
· El 59% dice que ha instaurado algún sistema de limpieza de foros del lector y comentarios en blogs. De hecho, el 62% de quienes tienen blogs dice que estos son editados. De igual forma, el 52% dice que se eliminaron comentarios de un blog o un foro y otro 12% afirma que incluso tuvieron que eliminar el foro o blog.
· Al indagar las causas por las que se eliminaron comentarios, el 53% afirma que fue por el uso de lenguaje soez y el 7% por amenazas.
· En los sitios de periódico que cuentan con blogs, estos se concentran en entretenimiento (39%), deportes (26%) y temas de la vida diaria (22%). El menor porcentaje se concentra en la sección editorial/opinión (13%).
· El 85% de quienes tienen blogs dice que les está permitido a los periodistas escribirlos. Como valores agregados de tenerlos citan, en orden de importancia, la posibilidad de publicar cosas para las cuales no habría espacio en el impreso (48%), la publicación en tiempo real (24%), el aumento de la credibilidad del medio (14%), y ser fuente de contenido para la edición impresa (14%).
· El 64% de los responsables de los sitios web de periódicos de América Latina dice haber incorporado la posibilidad de que los usuarios comenten las notas.
· Quienes no ofrecen la posibilidad de comentar notas, citan razones como no disponer de la tecnología para hacerlo, del recurso humano para limpiar comentarios indeseables o la falta de interés de las empresas propietarias del medio.
· El 48% de los sitios web de periódico incorpora sistemáticamente o casi siempre las direcciones de correo electrónico de los autores de las notas; el 51% no lo hace o lo hace ocasionalmente.
· El 59% dice publicar permanentemente artículos o fotos de los usuarios. De hecho, el 62% considera que el contenido generado por sus usuarios es significativo en términos de tráfico y volumen.
· El 60% de los sitios ha reutilizado alguna vez contenido de blogs o foros en su edición impresa. No es claro si se trata de un uso frecuente.
· El 67% de los sitios web ya ha instaurado algún sistema de registro de usuarios.
· El 61% de las organizaciones periodísticas ve los mecanismos de interacción con el lector como una forma de incrementar su credibilidad. Así mismo, el 28% considera que son una manera de medir su audiencia. En cambio, un 4% considera que no representan mayores beneficios.

Contenido

· El 57% de los sitios web no reescribe los textos de su edición impresa.
· Al calificarse a sí mismos, los sitios web tienen una alta percepción de su actualización (en promedio, 4,19 sobre 5) y una baja calificación de su contenido multimedia (en promedio 2,28 sobre 5) y su independencia frente al impreso (2,98 sobre 5).
· El 41% de los medios ha utilizado su sitio web para definir prioridad de temas en su producto impreso. El 37% lo ha usado para publicar denuncias. En tanto, el 26% no lo ha usado para mejorar la edición impresa.
· El 52% dice tener columnistas que solo publican en su sitio web.
· El 49% de los sitios web genera contenido para teléfonos celulares (SMS), el 38% para WAP y el 32% para PDA (Palm y otros dispositivos).
· El 63% de los sitios web ofrece titulares vía e-mail, el 57% genera contenido para móviles, el 52% tiene RSS y el 54%, páginas en PDF.
· El 42% de las redacciones impresas genera contenido en tiempo real varias veces al día para la edición online.
· Solo el 7% de los medios considera que el foco de su actividad periodística está enfocado en la reportería. En la encuesta del 2004, ningún medio lo consideraba así. En la presente encuesta, el 52% considera que la edición y redacción definen el foco de su actividad.
· Paradójicamente (frente a la escasez de recurso humano), el 29% de los medios dice que hay cubrimiento noticioso las 24 horas en su sitio. Este porcentaje era del 10% en la encuesta anterior.
· El 66% de los medios web considera que es autónomo frente a su contraparte impresa en la definición de ángulos y titulación, jerarquía de notas y reescritura de textos. El 28% no se considera autónomo.
· El 52% de los sitios web dice que utiliza de manera frecuente y sistemática animaciones en Flash. El 39% lo hace con el audio y el 24% con el video. El 33% no utiliza ninguno de estos formatos multimedia.
· El contenido propio que generan los sitios web se concentra en las noticias de última hora (breaking news) con un 80%, y le siguen el entretenimiento (48%) y deportes (39%).
· En el 37% de los sitios web la sección de mayor aceptación es la de Deportes. En el 26% de los sitios, fue la sección Política.

Estructura y capacitación

· La mayor necesidad en términos de capacitación es la creación de productos multimedia, según el 26% de los responsables de los sitios. Le siguen cómo escribir para Internet (22%) y administración de comunidades online (11%)
· El 63% de los sitios piensa expandir su operación online contratando más periodistas.
· Dentro de los sitios que generan contenido para dispositivos móviles, el 74% lo hace con los mismos periodistas de su sitio web.
· En el 71% de los sitios web, el promedio de edad de sus periodistas está entre 20 y 30 años. Este porcentaje era del 87% en la encuesta anterior. Se ha aumentado la participación de periodistas mayores de 35 años en la operación online de los periódicos web.
· Dentro de los medios que utilizan formatos multimedia, el 45% los trabaja con un equipo diferente a sus periodistas.
· En el 55% de los medios, ningún periodista del sitio Web tiene formación en periodismo digital.

Modelo de negocios

· El 70% de los medios no ve a Internet como una amenaza para su negocio de clasificados. El 17% ha identificado la amenaza de parte de un competidor local. Y el 9%, de parte de un competidor internacional.
· El 68% de los sitios considera poco peligroso, nada peligroso o no reconoce a competidores internacionales como Google o Craigslist como amenaza de su negocio de clasificados.
· El 59% de los sitios no tiene ninguna operación de comercio electrónico. Y en el 20% de los casos, los ingresos por este rubro no superan los 20.000 dólares por año. Solo un caso excepcional dentro de la muestra recibe ingresos anuales por más de un millón de dólares por comercio electrónico.
· El 58% publica en Internet los clasificados de la edición impresa.
· En el 61% de los sitios, el usuario puede ordenar la publicación de clasificados en este mismo medio o en el diario impreso. Sin embargo, en el 48% de los casos no hay venta conjunta de clasificados para impreso y web.
· Solo el 11% dice que sus ingresos por clasificados online ya son parte significativa de sus ingresos totales. El 54% prevé que serán parte significativa en los próximos 5 años.
· Los productos que más se comercializan en los sitios web de periódicos son CD, DVD y libros (20%), seguidos de productos electrónicos (15%)
· Dentro de los que tienen operación de comercio electrónico, el 78% tiene ubicados sus compradores principalmente en su propia región o país.
· El 54% de los medios considera que en su país el mercado de la publicidad online no es grande pero crece rápidamente. El 22% considera que la publicidad online no tiene gran mercado y crece lentamente. Y el 22% considera que ya es un mercado significativo y afecta a otros medios.
· En el 69% de los sitios web la mayoría de su audiencia es nacional. Solo en el 24% de los casos, la mayoría de su audiencia proviene de otros países.

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viernes, marzo 23, 2007

El Estado de los medios



La filósofa Hannah Arendt decía que la "banalidad del mal" desafía a la palabra y el pensamiento. Es decir dejaba de lado su raíz moral y filosófica. Si uno lee con detención el 2006 Annual Report On the State of the News Media podrá llegar a la conclusión que estamos muy cerca -quizás a las puertas- de la "banalidad del periodismo". Todos los análisis, la filosofía y la retórica depositada para explicar la existencia de esta profesión están quedando, poco a poco, sepultados. Especialmente desde que las audiencias pasaron a tener un rol verdaderamente protagónico. Hoy la revista Time vive el cambio más importante de su historia, porque las ventas han bajado y porque los especialistas dicen que debe acercarse al concepto de web. Los editores que antes buscaban darle una identidad a los medios, en la actualidad deben responder sólo por la rentabilidad del negocio y ningún actor de la industria puede hoy arriesgarse a no sacralizar la red como el futuro de los medios. Esta hiperventilación generalizada es, al mismo tiempo, apasionante y se hace aún más interesante al momento de revisar las conclusiones que año a año hace el Pew Institute en busca de entender -o asumir- el periodismo es su estado "banal".


http://www.stateofthenewsmedia.org/2006/
Overview
Scan the headlines of 2005 and one question seems inevitable: Will we recall this as the year when journalism in print began to die? The ominous announcements gathered steam as the year went on. The New York Times would cut nearly 60 people from its newsroom, the Los Angeles Times 85Knight Ridder’s San Jose Mercury News cut 16%, the Philadelphia Inquirer 15% — and that after cutting another 15% only five years earlier. By November, investors frustrated by poor financial performance forced one of the most cost-conscious newspaper chains of all, Knight Ridder, to be put up for sale.
Adding to the worry, industry fundamentals, not the general economy, were the problem — declining circulation, pressure on revenues, stock prices for the year down 20%.

It wasn’t only newspapers, either. Magazines like Newsweek, U.S. News and Business Week were suffering, too. The largest company, Time Inc., advertising and circulation falling, cut 205 people and promised to transform itself from “magazine publishing” to a “multiplatform media company.” The former dean at the Columbia University Graduate School of Journalism, Tom Goldstein would conclude, “Unless they urgently respond to the changing environment, newspapers risk early extinction."

Is it true? From here on will the delivery of news in ink on paper begin a rapid and accelerating decline? Newspapers are the country’s biggest newsgathering organizations in most towns and the Internet’s primary suppliers. What would their decline portend?

For two years, we have tracked in this report the major trends in the American news media (link to 2005 and 2004). What is occurring, we have concluded, is not the end of journalism that some have predicted. But we do see a seismic transformation in what and how people learn about the world around them. Power is moving away from journalists as gatekeepers over what the public knows. Citizens are assuming a more active role as assemblers, editors and even creators of their own news. Audiences are moving from old media such as

In 2005, change intensified. The shift by audiences to other delivery mediums accelerated print’s problems. Things that seemed futuristic two years ago, such as watching network news on a PDA, began to arrive. The role of new aggregators like Google grew. And new scandals in the old media seemed to confirm worries that some news people are more concerned with their careers than the public interest.

We believe some fears are overheated. For now, the evidence does not support the notion that newspapers have begun a sudden death spiral. The circulation declines and job cuts will probably tally at only about 3% for the year. The industry still posted profit margins of 20%. Measuring print and online together, the readership of many newspapers is higher than ever.
On the other hand, the most sanguine reaction to those changes — that they simply reflect an older medium’s giving way to a newer one, and that citizens will have more choices than ever — strikes us as glib, even naïve.

Even if newspapers are not dying, they and other old media are constricting, and so, it appears, is the amount of resources dedicated to original newsgathering.

Most local radio stations, our content study this year finds, offer virtually nothing in the way of reporters in the field. On local TV news, fewer and fewer stories feature correspondents, and the range of topics that get full treatment is narrowing even more to crime and accidents, plus weather, traffic and sports. On the Web, the Internet-only sites that have tried to produce original content (among them Slate and Salon) have struggled financially, while those thriving financially rely almost entirely on the work of others. Among blogs, there is little of what journalists would call reporting (our study this year finds reporting in just 5% of postings). Even in bigger newsrooms, journalists report that specialization is eroding as more reporters are recast into generalists.

In some cities, the numbers alone tell the story. There are roughly half as many reporters covering metropolitan Philadelphia, for instance, as in 1980. The number of newspaper reporters there has fallen from 500 to 220. The pattern at the suburban papers around the city has been similar, though not as extreme. The local TV stations, with the exception of Fox, have cut back on traditional news coverage. The five AM radio stations that used to cover news have been reduced to two.

As recently as 1990, the Philadelphia Inquirer had 46 reporters covering the city. Today it has 24.
In the future, we may well rely more on citizens to be sentinels for one another. No doubt that will expand the public forum and enrich the range of voices. Already people are experimenting with new ways to empower fellow citizens to gather and understand the news — whether it is soldiers blogging from Baghdad, a radio program on the war produced by students at Swarthmore College carrying eyewitness interviews with Iraqi citizens, or a similar effort by young radio reporters in Minnesota to cover local towns.

Yet the changes will probably also make it easier for power to move in the dark. And the open technology that allows citizens to speak will also help special interests, posing as something else, to influence or even sometimes overwhelm what the rest of us know.
The worry is not the wondrous addition of citizen media, but the decline of full­time, professional monitoring of powerful institutions.

Those are just some of the questions and conclusions in this, the third of our annual reports on the state of American journalism. The study, which we believe is unique in depth and scope, breaks the news industry into nine sectors (newspapers, magazines, network television, cable television, local television, the Internet, radio, ethnic media, and alternative media) and builds off many of the findings from a year ago.

This year, the study also includes a distinct content report, A Day in the Life of the News, in which we examine one day’s events as they course through the media culture in print, television, radio, online, and blogs, magazines, both nationally and locally in three American cities.

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martes, marzo 20, 2007

Periodismo vs. TV


Según el reporte que hace todos los años el Pew Project on Excellence in the Media, el consumo de noticias a través de la televisión volvió a sufrir una caída en todos sus horarios. A pesar que los avisadores no han huido con las audiencias, la mayor parte de las estaciones de televisión están siguiendo de cerca el comportamiento de sus telespectadores. En Chile el 63% de las personas asegura ver televisión y ocupa, en promedio, tres horas diarias frente a la pantalla. Los programas periodísticos se han visto beneficiados con esta tendencia con un crecimiento de un 88% en la última década. No es fácil entender la pasión que muchas autoridades ponen en aparecer (o desaparecer) de la agenda de los canales de TV. La televisón ha mostrado una flexibilidad mayor que otros medios para adaptarse a sus consumidores, sin embargo es discutible si la calidad de los contenidos periodísticos lo ha hecho de la misma manera. Probablemente la TV digital mejore este ítem y agregue a la masividad mejores productos. Este estudio fue realizado por Conecta Media Research y es parte del libro La Función Política de la Televisión, un esfuerzo de la Secretaria de Comunicaciones, paradójicamente la semana de la (auto) censura de TVN.

Por Juan Jimenez, Luis Argandoña y Ricardo Torres

Entre los aspectos que tradicionalmente se asumen como necesarios para el desarrollo de un sistema democrático sólido y una vida pública activa, la existencia de una ciudadanía informada ocupa un lugar central. Vinculado a esto, y reconocida la importancia de la televisión como medio de comunicación, una de las funciones principales que se le ha asignado es la de informar.

Es por ello que la pregunta sobre la presencia de los contenidos informativos en la televisión cuánta y qué tipo de información se ofrece y cómo se informan las audiencias a través de ésta adquiere especial interés.

Ahora, no es solo la información per se la que nos interesa en términos generales sino la que produce una conexión con lo público. Esto es, aquella que resulta necesaria para que la mayoría de los ciudadanos comparta una orientación común básica hacia el mundo público donde los temas de preocupación colectiva se desarrollan. En este sentido, hay que considerar que no todo lo que se ofrece en televisión cumple con esos requisitos, y habrá que tomar lo anterior en cuenta a la hora de analizar y ponderar los resultados.

El análisis de la relación entre contenidos informativos y televisión no puede ser estático, es decir, reducirse simplemente a mostrar el estado de la situación en el presente. Esto porque el escenario medial ha cambiado y está cambiando profundamente en nuestro país. Pensemos por un momento en las dramáticas transformaciones en la oferta de prensa escrita diarios gratuitos y nuevos semanarios aumento generalizado de la oferta de consumo cultural cine, teatro etc., entre otras importantes transformaciones. “Los datos confirman la fuerte penetración de las NTIC en la vida de los chilenos: entre 1989 y 2004, el porcentaje de hogares con teléfono fijo creció del 15% al 55%, los celulares aumentaron de 5 mil a casi 9 millones, el stok de computadores se multiplicó 27 veces y, en el caso de Internet, que no existía en 1989, los usuarios se incrementaron de 250 mil en 1997 a casi 4,8 millones a fines de 2004”.

Aunque el dato es solamente anecdótico, también podemos constatar que actualmente Chile dispone de varios diarios que ofrecen íntegramente su edición de forma gratuita por Internet. Hace diez años no existía ninguno. Este último ejemplo nos ilustra además del desarrollo de procesos de convergencia medial, en el cual los diversos medios empiezan a unificarse o a diversificar sus plataformas.

Inmensa en estos cambios, la televisión se ha enfrentado en los últimos diez años a un nuevo contexto que la desafía, particularmente en su capacidad de mantener su importancia como uno de los principales proveedores de contenidos informativos. Así, lo que nos interesa indagar es cuál ha sido su evolución en un mundo que ha cambiado profundamente.

Un análisis de la información de actualidad en televisión no puede acortarse exclusivamente a un análisis de programas sino también debe contemplar los contenidos. Muchas veces el material informativo supera a los programas y aparece en otros contextos. A su vez, programas clásicamente informativos pueden incluir información que no tiene carácter de conexión con lo público, en el sentido antes mencionado. Es por ello que un análisis de los programas informativos debe complementarse con un acercamiento a los contenidos específicos al interior de los programas, que permita una visión completa de la situación de la información en televisión.

De este modo, nuestro análisis dará cuenta de ambos requerimientos: la mirada temporal de largo plazo y el foco en los contenidos específicos al interior de los programas. Primero analizaremos la oferta y consumo de programas de información en televisión abierta en los últimos diez años. Luego completaremos lo anterior con un análisis de contenidos informativos en un contexto determinado -durante los programas de entretención de la mañana. Se ha elegido el contendio informativo en la mañana debido a que es un espacio en el que, como se verá, los contenidos informativos tienen una presencia relevante, y en el que además reciben un tratamiento distinto al de los espacios informativos clásicos. En ese sentido, representan un buen lugar para examinar la oferta y consumo de ellos más allá de los programas del género

Observando los datos desde estas dos perspectivas podemos apreciar el real impacto que tiene la televisión como fuente de informaciòn, y en particular en su aporte a la conexión de las audiencias con el mundo público.


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viernes, marzo 16, 2007

Política e independencia


El 2000 George Bush hijo dijo que rara vez leía los diarios, sin embargo su gobierno ha intentado manipular la prensa (muchas veces con éxito), especialmente desde el 11/9. Del lado de los demócratas, Barak Obama, el joven senador de Illinois y precandidato a la presidencia de EE.UU. reconoce ser un adicto a los diarios, pero también un crítico. En este artículo The Nation reflexiona sobre la estrecha -y a veces insana- relación política/medios y como ésta puede tener efectos negativos tanto en la credibilidad como en los niveles de venta de las empresas editoras. Para la televisión hechos como la censura de Epopeya, lamentablemente tiene costo casi cero: el tema pierde fuerza, las audiencias se mantienen y los avisadores no huyen frente a las heridas. En cambio, para la prensa escrita, el mal manejo de las presiones puede tener consecuencias graves, en especial en la base de su negocio: las ventas.

Por John Nichols
http://www.thenation.com/doc/20070129/nichols
As the November 7 election approached, Jon Tester was getting hit with the full force of Karl Rove's still considerable arsenal. The White House political czar had decided that the way to maintain Republican control of the Senate was to concentrate GOP resources on traditionally "red" states like Montana, where Tester, an organic farmer and state senator, was mounting a populist campaign against scandal-plagued Republican incumbent Conrad Burns. The airwaves filled with attack ads that savaged the Democrat for criticizing the Patriot Act and declared, "Tester is backed by radicals." Former Department of Homeland Security chief Tom Ridge described Tester's championship of civil liberties as "unfathomable, almost inexplicable." Vice President Cheney arrived to paint the Burns-Tester race as a test of "whether this government will remain strong and resolute on the war on terror or falls into confusion, doubts and indecision." President Bush, who carried Montana by twenty points in 2004, showed up to close the deal, as some pundits began to predict a Burns comeback.

Tester, a darling of liberal bloggers, was not going to be saved by flaming posts now. He needed a trusted Montana voice, or better yet a chorus of voices, to come to his defense. As election day approached, he got it. The daily newspapers of the Big Sky State came out, one after another, with endorsements of the challenger. Conrad Burns may have had the President and the Vice President singing his praises, but the Helena Independent Record, the Bozeman Daily Chronicle, the Great Falls Tribune, the Montana Standard and the Billings Gazette were telling Montana voters that Jon Tester was one of their own, and that he belonged in the Senate. The Tester camp scrambled on the last Sunday of the campaign to get the word out, sending e-mails that urged supporters to print out a hastily assembled leaflet highlighting the endorsements to pass along to friends, slip under doors and post on grocery store bulletin boards.

Two days later, Tester bested Burns by about 2,800 votes. How did Tester beat back the full-court press of the Bush White House? Before the election, a local conservative commentator had tried to argue that the newspaper endorsements were no more influential than "visits of luminaries or stars or political mucky-mucks coming in from the national scene," while a prince of the blogosphere, Daily Kos founder Markos Moulitsas, had posted his prediction that the hometown endorsements would still carry weight in Montana. Daily Kos was right. When the votes were counted, it could fairly be argued--and indeed it was--that endorsements from local papers had tipped the seat to Tester and the Senate to the Democrats.

Newspapers may be the dinosaurs of America's new-media age, hulking behemoths that cost too much to prepare and distribute and that cannot seem to attract young--or even middle-aged--readers in the numbers needed to survive. They may well have entered the death spiral that Philip Meyer, in his recent book The Vanishing Newspaper, predicts will conclude one day in 2043 as the last reader throws aside the final copy of a newspaper. But, as the Tester win illustrates, the dinosaurs still have enough life in them to guide--and perhaps even define--our politics.

Especially at the local and state levels, where the fundamental fights for control of a nation less red and blue than complexly purple play out, daily newspapers remain essential arbiters of what passes for news and what Americans think about it. For all the talk about television's dominant role in campaigns (less and less because of its importance as a source of news for most Americans, more and more because of campaign commercials) and all the new attention to the Internet, newspapers for the most part continue to establish the parameters of what gets covered and how. Moreover, neither broadcast nor digital media have developed the reporting infrastructure or the level of credibility that newspapers enjoy. So candidates for the House, the Senate and even the White House still troop into old gray buildings in Denver and Omaha, Louisville and Boston, Concord and Des Moines in search of a forum where they can talk with reporters and editors about issues and where those conversations will, they hope, be distilled into articles and editorials that set so much of the agenda for the political debate at the local, state and national levels.

Thus, while George W. Bush may say he rarely reads newspapers, he sat down in 2000 and 2004 to talk with individual newspaper publishers and editors in hopes of winning the support of publications in such battleground states as Pennsylvania and Ohio. So did Al Gore and John Kerry. And Illinois Senator Barack Obama, a newspaper junkie, is busily making the rounds as he ponders a bid for the 2008 Democratic presidential nomination. The attention on news pages and support on editorial pages that newspapers can provide is even more important for candidates trying to elbow their way into the competition by raising new issues.

Former Senator John Edwards learned this three years ago, after a Des Moines Register endorsement focused on his ideas about the disturbing development of "two Americas" and ignited his campaign in Iowa's Democratic presidential caucuses. "We were talking about issues, such as poverty, that didn't necessarily lend themselves to soundbites," explained Edwards, who said his campaign, which eventually finished a solid second in the caucuses, experienced a "massive upsurge" after receiving the endorsement. "When a newspaper that people know says, 'Hey, people should be paying attention to what this guy is saying,' it makes a huge difference."
And it's not only in the heat of a campaign that newspapers help set the agenda. Consider, for example, the Chicago Tribune's relentless focus on the injustice of the death penalty, which led a Republican governor to declare a moratorium on executions in Illinois six years ago and, ultimately, to clear death row. Ground-breaking revelations regarding the disputed 2000 presidential election in Florida were uncovered by the Orlando Sentinel and the St. Petersburg Times. And while there is no question that bloggers raised the alarm about Diebold's dubious voting machines before the 2004 election, newspapers were dramatically more aggressive in picking up on concerns about paperless ballots and election abuses than TV networks or local stations during the 2006 campaign.

This is not to suggest that most newspapers do their journalism as well or as wisely as they should, nor that the role of newspapers is still as vital as it was in the 1950s, when President Dwight Eisenhower, worried about the financial difficulties of the New York Herald Tribune, personally wrote millionaire John Hay Whitney and urged him to take charge of the publication because, he argued, it had a "great and valuable function to perform for the future of America." But newspapers remain necessary, at least for now. Unfortunately, necessity does not translate to the sort of profits that contemporary newspaper owners demand--nor to any assurance of the long-term survival of journalism as we know and need it.

Crises like that of the Herald Tribune a half-century ago are now the norm rather than the exception. The newspaper industry is in trouble. Big trouble. In 1950 newspapers in the United States had a weekday circulation of 54 million. The circulation figures are roughly the same today, but the number of households has more than doubled. The Los Angeles Times's daily circulation was down 8 percent in a single six-month period in 2006, while the Philadelphia Inquirer was down 7.5 percent, the Boston Globe 6.7 percent, the New York Times 3.5 percent and the Washington Post 3.3 percent.

With drops in circulation have come declines in revenues--not because subscriptions provide all that much money but because media companies collect money from advertisers based on the number of homes they reach. Big advertisers long ago began shifting from the printed page to television, but now classified advertising, the meat-and-potatoes of local and regional daily newspapers, has begun migrating at dramatic speed to websites like craigslist.

What's happening is not just a temporary downturn. From 1990, when newspaper circulation peaked at 62.3 million, readership has been in steady decline. That might lead some to the casual conclusion that the Internet is the problem. But as veteran journalist and media writer Ben Compaine explains, "The heyday of newspapers was in the late nineteenth century, as expanding literacy combined with the development of the steam-driven rotary press, a market economy and wood pulp-based newsprint to make the mass-circulation penny press possible. From the mid-1800s to the 1920s, newspapers were the only mass-circulation daily news and information medium in the media barnyard. That changed with radio. It accelerated with television. The Internet is just the latest information technology that has added to the choices that consumers and advertisers have for obtaining and creating information." All true, but there is powerful evidence that the breaking point for newspapers may finally be coming.

Individual owners and powerful families--who often, though by no means always, settled for reasonable profits in return for the ego boost that went with putting out a quality newspaper--are exiting the stage. Increasingly newspapers are owned by the shareholders of national chains, who do not even know--let alone care about--the names of the papers from which they demand profit margins that are generally twice the average for other industries. Where a local family might have grudgingly accepted a weak quarter and a downturn in revenues, shareholders greet any softness on the bottom line with demands for draconian cuts. If a paper's current managers are unwilling to make them, investors look for more ruthless managers. Investors forced the breakup and sale, in 2006, of the venerable Knight Ridder chain, which owned Pulitzer Prize-winning newspapers like the Philadelphia Inquirer, the San Jose Mercury News and the Miami Herald. Similar pressures have forced the Tribune Company, which publishes the Chicago Tribune, the Los Angeles Times, the Hartford Courant and several Florida dailies, to put itself on the block.

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martes, marzo 13, 2007

¿Calidad de TV?


Hace algunos años Eugenio Tironi dijo que pedirle cultura a la TV era lo mismo que exigir que en una micro (no existía el Transantiago en esa época) el conductor pusiera a Mozart como música de fondo. Después de la pueblerina censura que ejerció el directorio de TVN sobre el programa Epopeya, uno debiera preguntarse muchas cosas sobre la calidad, coherencia e independencia de la televisión chilena. Que haya o no cultura, ya parece un tema de sobremesa. Se siente que el rol del periodismo en TV es precario, luce como una diminuto acompañamiento de la "entretención". Las noticias son previsibles, la creatividad está sujeta a la "adaptación" y la investigación periodística carece de temas nuevos o de mayor relevancia. Por no decir mayor estatus. Esta es una charla que dio Eliana Rozas, la directora ejecutiva de Canal 13, en la Universidad de los Andes y que puede dar ciertas luces sobre la mirada que tiene una de las principales estaciones del país acerca de su propio desarrollo.

Por Eliana Rozas
Sin ánimo de poner pies en polvorosa antes de iniciar la reflexión ni en el afán de ocultar mis incompetencias, quisiera advertir que este es, para la propia televisión, un tema particularmente difícil abordar. Difícil, en primer lugar, porque son muchos lo que menosprecian los espacios y los formatos asociados a aquello que genéricamente llamamos entretención, en lo que, para efectos de esta ocasión, voy a incluir lo que denominamos ficción.

Incluso no son pocos lo que, dentro de los propios medios, entienden que “el corazón” de un canal de la televisión aquello, donde privativamente se juega su línea editorial, son los noticieros y los reportajes.
En los próximos minutos quisiera poder barruntar algunas hipótesis acerca de por qué ocurre este fenómeno y cuál pienso yo que son las justificaciones del estatus fuertemente editorial de la entretención. Con ello, paso quisiera reivindicar para la televisión la definición de los estándares de calidad de los espacios de entretención que difunde. Y no sólo de los de entretención, se entiende. Un medio no es un tubo por el cual discurren contenidos aleatoriamente concebidos, ni por el cual deben transmitirse contenidos definidos por un tercero. Un medio habla desde su identidad y ese debe ser, probablemente, su mayor aporte a la sociedad.
¿Cómo fundar el estatus editorial de la entretención?
En primer lugar, desde luego, por el nivel de consumo. Las cifras muestran que los chilenos consumimos un promedio de 3,1 horas televisión, conforme al estudio del uso del tiempo. Si a eso se agrega que habitualmente las preferencias de consumo están asociadas justamente a los espacios de entretención, en particular de determinados horarios, es evidente que ella es un instrumento privilegiado de comunicación de identidad con la audiencia.
Pero el centro de la fundamentación no está puesto en la cantidad del consumo, sino en la naturaleza de la comunicación televisiva, que se basa en la imagen.
La imagen, en primer lugar, es diferente de la lengua, porque opera en términos analógicos, mientras que la palabra vincula arbitrariamente un significado con un significante. La palabra designa por convención, en tanto que la imagen designa por semejanza. La imagen es una réplica. Como tan bien dicen Missika y Wolton, la imagen es una copia, desde un punto de vista objetivo. Desde un punto de vista subjetivo, en cambio, es una elección.

Eso es así para cualquier tipo de contenido televisivo, para las noticias, el reality show, la telenovela, el concurso, el talk show. No obstante, cuando se trata de contenidos de entretención, sean de ficción o no, hay una segunda elección. No sólo es necesario plantearse qué imagen copiar (eso también se lo pregunta un noticiario), sino qué imagen crear para posibilitar la copia. En rigor, cuando se trata de la entretención la copia y lo copiado son materia de decisión. De una decisión editorial; de una decisión de identidad.
Cuando hablamos de entretención hay una determinada opción de expresión que impulsa una creación; en el caso del periodismo hay una realidad que impulsa una expresión. El mundo de la entretención es, pues, el de la autonomía total, el de la imagen imaginada; el mundo donde la pregunta editorial, la pregunta acerca de la identidad, excede la copia y se adentra en la creación que será copiada.

Más allá de la naturaleza de la imagen, hay otros ámbitos en que las tradicionales certezas acerca de las diferencias entre los espacios periodísticos y los de entretención están trizándose. Justamente en esta trizadura hay una nueva justificación de la relevancia editorial de la entretención.

Tradicionalmente, los medios de comunicación se han constituido sobre la base de los ejes:
El eje de lo racional-público, que surge a partir de lo que tiene consecuencia social, que se ha expresado fundamentalmente a través del periodismo; y el eje de lo emocional-privado, que se constituye sobre la base de lo que es cercano, en términos de las personas que forman la audiencia, el cual se manifiesta en los contenidos vinculados al esparcimiento, la entretención y la publicidad.

La actividad de los medios ha operado en estos términos y la reflexión acerca de ellos, también. Este último punto, el de la reflexión, merece todavía un matiz. La capacidad reflexiva acerca de los medios ha estado, sobre todo, centrada en el primer eje, precisamente porque es el que se constituye sobre la base de la racionalidad y el que “merece” reflexión. En cambio, tenemos muy poca reflexión sistemática y profunda sobre el segundo eje.

Tal capacidad de diálogo con lo racional, con la representación de lo real, no ha tenido correlato en el mundo de la creación que, no obstante, es particularmente influyente desde la perspectiva valórica, económica y estética.

De algún modo, lo que he llamado el eje emocional privado se ha constituido no a partir de la reflexión, sino a partir de la oposición con el racional-público. Es un territorio que se constituye como “lo otro”; un lo otro, de más está decirlo, de contornos algo imprecisos. En parte importante, esta falta de reflexión ha hecho que el fenómeno al que quisiera referirme nos haya tomado bastante por sorpresa y que hoy día caminemos por unos territorios menos seguros que los de antaño en materia de definiciones.
Creo que hoy día estamos en una situación en donde estos dos ejes que he descrito han empezado a desdibujarse y estas vinculaciones racional-público y emocional-privado merecen matices.
El ámbito de lo racional-público, que se constituye sobre la base de la consecuencia social empieza a ser sumamente discutible como paradigma de la comprensión de los medios, toda vez que en nuestra sociedad multifuncional coexisten diversos mundos, ghettos, en el decir de Castells, lo cual en un diagnóstico sumamente compartido exarcerba el individualismo. En una sociedad, acéntrica, que coordina sus operaciones sobre la base de información que es codificada de distinta manera, según los códigos propios de cada subsistema social, en la idea de Luhman, se hace harto más complejo hablar de un eje de estas características. Un eje racional, y sobre todo público, que convive difícilmente con el individualismo.

Revisemos lo que ha acontecido con el eje lo emocional-privado.
Allí ha ocurrido que la escala masiva del consumo ha roto la condición privada de este. La envergadura del consumo, que conste que utilizo esta palabra, con toda la carga privada que ella tiene, ha hecho que él mismo y sus contenidos adquieran caracteres públicos. Eso es evidente en lo que ha ocurrido hoy día con lo que llamamos “periodismo de farándula” y que, en términos tradicionales, dudaríamos en calificar de periodismo, justamente por su prescindencia de lo público y de la consecuencia. De hecho, en esa prensa, la concepción de lo popular se ha desplazado desde lo marginal, el delito, un tema eminentemente público, hacia lo aspiracional y las privacidades del espectáculo, algo eminentemente privado.

Se trata de un periodismo que evita representar la consecuencia, que se funda en el consumo privado, que no informa acerca de lo público, peor, que tiene enormes consecuencias sociales. El impacto social que tiene, por las dimensiones de consumo, lo ha puesto en la plaza pública.

Esta ruptura en la construcción de estos ejes se ha manifestado también en uno de los más importantes, pero menos considerados ámbitos del fenómeno de la comunicación social: la publicidad.
Permítame hacer una pequeña digresión que puede ser ilustrativa. A su tradicional actividad desarrollada para convencernos del consumo de un producto, la publicidad ha agregado la de construir objetos de admiración, de legitimidad, de amor: No se explica de otro modo que empresas proveedoras de servicios básicos centren sus mensajes en su manejo del medio ambiente, o que bancos y supermercados expongan las imágenes de sus ejecutivos en campañas de beneficencia. Hoy día una parte importante del valor de una empresa es su marca, en la cual se han hecho enormes inversiones. Este nuevo modo de comunicación demanda una nueva manera de relacionarse con la publicidad, que supone no sólo la interpelación acerca del producto o del servicio, sino también acerca de la inserción de la correspondiente empresa en la sociedad.

Así, pues, la masividad del consumo publicitario, y desde luego su ubicuidad, han hecho que este aspecto de la comunicación pierda su carácter exclusivamente privatista, que se funda en la comunicación de un ente privado (la empresa) con una persona privada (el consumidor).

Un fenómeno similar ocurre con los espacios televisivos de entretención. La envergadura del consumo los ha vuelto un tema particular de lo público. De lo contrario, no se explica, por ejemplo, que la mayor parte de las cartas que se envían a los diarios acerca de los programas de televisión aludan, precisamente, a los programas de entretención y que la prensa publique muchos más centímetros acerca de este tipo de contenidos que estamos, pues, como decíamos antes, frente a un tipo de programación en donde, como en ningún otro caso, son convocados la imaginación, los sueños, las aspiraciones, la vocación de un canal. Y frente a un tipo de contenidos que, al mismo tiempo, interpela a tal cantidad de audiencia, que su consumo, de algún modo se desprivatizado.

¿Por qué, entonces, esta suerte de desprecio por los espacios de entretención en cuanto a su capacidad de identificar a un canal y de convocar a las audiencias?
No voy a entrar aquí en la antigua discusión acerca de la cultura de élite y la cultura popular, aunque probablemente haya allí más de alguna buena hipótesis explicativa.

Quisiera, en cambio, referirme al tiempo televisivo como una de las posibles razones del menosprecio o cuando mucho del condescendiente mohín de tolerancia que tantas veces generan estos contenidos.

La televisión, que construye su comunicación bajo la forma del espectáculo, lo ha roto, sin embargo, dos elementos de su tradición: el lugar y el tiempo de ese espectáculo, elementos vinculados a cierta sacralizad de este.

La televisión ha hecho que no sea necesario desplazarse a un sitio público para presenciar el espectáculo, como ocurría tradicionalmente, sino que este viene a introducirse a la privacidad del hogar. Noten, por ejemplo, que ello no ocurre con el cine. Uno va al cine.
Así mismo, por obra de la televisión el espectáculo ha dejado de estar separado de las actividades cotidianas, ha dejado de ser momento en que se suspende lo habitual. Más bien, la habitualidad de la vida ha quedado supeditada a los tiempos incansables de la actividad televisiva. ¿No se programa en muchas casas la hora de comida en función de la hora de término de la teleserie? Fíjese que naturalmente he usado el verbo programar. Programar la comida.

Pues bien, de todos los tiempos de la televisión no hay uno más estable que el de los noticieros. Las noticias interrumpen ese fluir constante y paradójicamente cambiante de la entretención y nos hacen comparecer para discutir temas públicos. El noticiero, pues, conserva una cierta sacralizad asociada a la estabilidad de un tiempo que interrumpe un devenir. A eso se suma que el objeto de sus narraciones es de carácter público.

Me atrevería a decir, entonces, que parte importante del estatus editorial que se les otorga a los espacios periodísticos, y particularmente a los noticieros, que desde luego tienen, se vincula con ese fenómeno que acabo de reseñar. A ello habría que agregar que es también en los noticieros y en los espacios periodísticos donde se representa la cuestión del poder y de los poderes en la sociedad y que, por lo tanto, no es de extrañar que las élites y aquellos que entienden a los medios como un poder vean allí el corazón editorial y, en cambio, muestren cierto deprecio respecto de los contenidos de entretención.

No quisiera dejar la impresión de que he venido aquí a minusvalorar el rol editorial de los contenidos informativos en la televisión. Mi propia profesión, la de periodista, se rebelaría contra una afirmación de ese tipo. Simplemente, he querido plantear que la tradicional convicción de que el corazón de un canal televisivo es el noticiario, merece a lo menos un matiz y que el rol editorial que este desempeña debe, necesariamente, convivir con aquel irreemplazable que corresponde a los espacios de entretención.

Un canal que no aborde su entretención fuertemente orientado por sus decisiones editoriales no sólo estará haciéndole una verónica a la naturaleza de las imágenes allí envueltas (las imágenes imaginadas), sino también estará cometiendo una tremenda irresponsabilidad con la audiencia.

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viernes, marzo 09, 2007

NYT y el camino de la innovación


Por estos días, El Mercurio de Santiago está realizando cambios importantes en su plana periodística. Movimientos propios generados por una nueva dirección, la competencia y decisiones editoriales. Sin embargo, es decepcionante que los diarios chilenos apenas se fijen en el perfil de los nuevos consumidores de medios y que se plantean frente a internet básicamente rediseñando su página web cada cierto tiempo. No es noticia que los diarios son el chivo expiatorio para los inversionistas que observan los medios y el futuro (potencial) que les espera. No es nuevo, que las lectorías y los ingresos siguen cayendo. Hace unos días, El Tiempo de Colombia -después de 96 años- anunció la decisión de buscar un socio estratégico. En EE.UU. Los Angeles Times, Boston Globe, Chicago Tribune y The Philadelphia Inquirer aparecen en un escenario similar o peor. Este artículo del AJR aborda los interesantes cambios que está realizando el NYT para incorporar tecnologías amigables a sus lectores en la red, la instalación de buscadores especializados y la compra de empresas online que potencien su negocio y los ingresos de la compañía madre. Estrategia que está comenzando a dar resultados.


Por Rachel Smolkin
http://www.ajr.org/Article.asp?id=4262
In a small back room adjoining his office on the 14th floor of 229 West 43rd Street, Arthur Sulzberger Jr. lays out his vision for a New York Times Co. of the future.
In it, the New York Times newspaper and its siblings--the International Herald Tribune, the Boston Globe and 15 other dailies--have transcended their old ink-on-paper platforms, appearing as well in text and video via the Web, mobile phones, BlackBerrys and other digital devices. A cluster of Internet sites have cropped up around them, some far removed from newsgathering but offering readers accessible information about topics as varied as weight-loss tools and iPods.

Yet journalism remains the company's unshakable core, defined, especially for the flagship Times newspaper, by its continued international reach and ambitions. Sulzberger's great-grandfather, Adolph S. Ochs, bought the struggling New York broadsheet in 1896; through four generations, during some splendid highs and despite some mortifying lows, the paper has set the standard for journalism worldwide.

Sulzberger cannot foresee "always," he tells me with some exasperation as I continue to press him with that word on all manner of topics--unfairly, of course, because who knows what the media landscape will look like next month, much less in the distant future? Will the Times keep the Globe? Will Sulzberger and his family take the company private, away from Wall Street's punishing judgment of its worth? Will he hold on to both his titles, chairman of the company and publisher of the New York Times newspaper, or accede to the demands of a major shareholder and surrender one? Will a family member always fill both those positions or, in an era fraught with change for the industry, will an outside "professional" assume one?
"There are things that are impossible to know. So I can't deal with 'always.' Let me just deal with now and where the family is in its head now, OK?" he says in response to the last question. "And the answer is yes. The family has made it clear, to me and to others, that the two positions that they feel should be held by family members are publisher of the New York Times newspaper and chairman of the New York Times Company."

His father, Arthur Ochs Sulzberger, had three titles, including CEO; when the younger Sulzberger, now 55, assumed control of the company in 1997 (he's been publisher of the Times newspaper since 1992), the CEO position went to an outsider for the first time. Janet L. Robinson, 56, who sits next to Sulzberger at the shining oval table during our interview, is the company's president and its second nonfamily chief executive. "For the foreseeable future, as long as I can see into the future, this family seems united, is united, around its commitment to this company and its commitment to this newspaper," Sulzberger says.

They are able to maintain control of both through a two-tier stock structure. The family dominates the powerful Class B shares, which represent less than 1 percent of the company's equity but shape its destiny: These shareholders elect nine of 13 board members. Only a decision by at least six of eight family trustees can alter that structure, something Sulzberger says they have no interest in doing.
"Why change it?" he asks. "It was built for times like this. It gives us the flexibility to be in the public market, to have access to the capital markets when you need them for, say, acquisitions, but it gives you the protection so critical to ensure that our journalism is kept really at the forefront of all that we do. So this is why we have this system. Now is when you need to use it, not to think about changing it."

But are you looking at taking the company private? I persist, citing recent media reports that claim he's doing just that. "No." No interest in it, whatsoever? "That would be no."
Other media companies in a similar financial situation but lacking the two-tier protection would be--and have been, and are--facing dissolution. In January, the Times Co. stock was trading at $23, down more than 50 percent from its 2002 peak.

For the six-month period ending September 2006, the Times newspaper's circulation had dropped 3.5 percent during the week and on Sunday from the same period a year earlier, bringing its Sunday total to 1,623,697 and its weekday average to 1,086,798. At the Globe, sales had fallen 6.7 percent during the week, to 386,415, and 9.9 percent on Sunday, to 587,292.
Dragged down by the Globe's lackluster performance in an unkind New England economy, the operating profit margin for the Times' newspaper division fell to 3.5 percent in the third quarter of 2006, the lowest of the publicly held newspaper companies, according to calculations by newspaper analyst and AJR columnist John Morton. (The Times does not break out its newspaper earnings separately from its News Media Group.) By contrast, the Washington Post's profit margin for its newspaper division that quarter was 7.8 percent; the embattled Tribune Co.'s was 14.8 percent.

In late December, Standard & Poor's cut the company's credit rating from A- to BBB+, a development that is not particularly significant from Wall Street's perspective but would cost the Times Co. more if it needed to borrow money in the near future, says Edward Atorino, a media analyst at the New York-based brokerage firm Benchmark Co.
"This has been a tough year," Robinson told two groups of financial analysts at annual media conferences in New York on December 6. "A tough few years actually, as we--like many other companies in our sector--have been dealing with a transformation unlike any we have seen in our lifetimes."

Dissatisfied with the results, Morgan Stanley Investment Management, which owns 7.5 percent of the Class A shares, has launched a public assault on the Times' stock structure and management. At last year's annual meeting, investors holding more than 30 percent of the Class A shares, including Morgan Stanley's London-based management fund, withheld their votes for directors to demonstrate their displeasure.

Led by Managing Director Hassan Elmasry, the fund commissioned a November 1 report by the consulting firm Davis Global Advisors that criticized the Times' financial showing compared with that of the Washington Post, another top-flight, family-owned newspaper buttressed by a dual-class stock structure. The report notes that over the past five years, the Post has "significantly outperformed" the Times on measures including revenue growth and stock performance.
It also skewers the Times' "governance" and its compensation packages for executives, citing average pay for Post CEO Donald E. Graham of $642,770, compared with Robinson's roughly $2.7 million. (In September, Sulzberger and his cousin Michael Golden, company vice chairman and publisher of the IHT, asked the board to lower their compensation last year and this year by not awarding them stock options; that money will be used instead for an employee bonus pool.)
Sulzberger's leadership has come under fire, not only through Morgan Stanley's attack but also in high-profile articles disparaging both his news and business acumen. A December 2005 piece by The New Yorker's Ken Auletta posited a "crisis of identity" at the paper and asserted that "Within the newsroom, there is a sense of rudderlessness and a fear that a series of business misjudgments may so weaken the company's finances that the brilliance of the Times..and, ultimately, the historic mission of the company will be at serious risk."

On November 8, Elmasry submitted a resolution that he hoped the Times Co. would put to a vote at its next annual shareholder meeting in April. Among his proposals were eliminating the company's two-tiered stock structure; separating the titles of publisher and chairman; and requiring that the chairman be independent of the company. But the Times Co. does not intend to include the resolution in its annual proxy statement to shareholders, which will be mailed in March, says company spokeswoman Catherine Mathis.
The day after Elmasry submitted his resolution, Morgan Stanley publishing analyst Lisa Monaco downgraded the rating of the Times' stock from "equal weight" to "underweight," effectively telling stockholders to ditch their shares.

Morton is underwhelmed by Elmasry's campaign. "My observation is that a snowball won't melt in hell before there's any change in that dual stock structure," he says, although he wishes the Times Co. would go private to quiet all the "brouhaha" about its financial performance. "Even though the family controls the shares, once you get into public ownership, you become to some extent a part of the culture," he says. "You have to listen to idiots like this guy at Morgan Stanley." (Elmasry declined to comment for this article.)
"You can imagine what happens to the New York Times newspaper if it was governed by people who were primarily concerned about the bottom line," Morton adds. "There's a reason that the Times has one of the lowest operating margins in the industry: because they spend more money on journalism."

In an era of dwindling newspaper ambitions, of paring back and turning inward, "local news" has become an unsettling mantra in a global world. While it often is touted as a way to add unique value unmatched by a cacophony of competitors, it also is invoked to provide protective cover when companies shutter costly far-flung bureaus to save money.

At the Philadelphia Inquirer, Publisher Brian P. Tierney, whose local group of investors bought the former Knight Ridder paper in June, told Washington Post media writer Howard Kurtz five months later: "I don't see us sending 25 people to do me-too coverage of Katrina" and "I can get what's going on in Iraq online. What I can't get is what's happening in this region." This philosophy, from an owner whose paper is now privately held, is a stark reminder that refuge from Wall Street is no tonic for financial pressures and fading aspirations. In January, Tierney slashed 68 newsroom positions, 17 percent of the editorial staff.

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martes, marzo 06, 2007

¿Cómo ser autor sin dañar a tu empresa?


The Boys on The Bus, el gran libro de Timothy Crouse, es un texto que aprovechó la campaña entre Nixon y McGovern en 1972, para golpear al periodismo político en Estados Unidos, lo que equivalía a humillar al área con mayor credibilidad y poder en ese país. Obviamente recibió una tormenta de críticas de sus colegas, que aún no se despeja, pero la Rolling Stone le había dado a su periodista el tiempo para reportear y el apoyo para su publicación. El elemento principal de discusión sobre los newsbooks hoy es hasta qué punto existen incentivos para la investigación en los medios, especialmente en Latinoamérica. Es evidente que una de las áreas "sensibles" de los diarios (ante los nuevos escenarios) es consolidar la investigación y potenciar la publicación entre sus periodistas. Ambas apuntan al prestigio. Pero acá aparecen dos nuevas dudas, una que tiene que ver con la gestión del medio y otra con sus expectativas: ¿Puede un profesional dejar el diario -y por cuánto tiempo- para transformarse en autor? ¿O guardar lo mejor para su libro y las sobras para su diario? Son preguntas que inevitablemente se deben hacer los medios y sobre lo que este artículo de Slate reflexiona.


Whoever said long stories put off readers hasn't scanned the New York Times best-seller list lately. Even though newspapers and magazines have crammed their pages with Iraq reporting, readers seem insatiable on the topic. The current Times list features four heavily reported and lengthy books about the Iraq adventure: Hubris, by Michael Isikoff and David Corn; Fiasco, by Thomas Ricks; State of Denial, by Bob Woodward; and Imperial Life in the Emerald City, by Rajiv Chandrasekaran.

All four titles belong to the genre I call the "newsbook," which straddles the space between contemporary history and daily journalism and is usually hooked to Washington and politics. Unlike most conventional histories, newsbooks are written by journalists and they're composed at breakneck speed. Isikoff and Corn, for example, signed their Hubris contract in November 2005, marked up and added to galleys in mid-August 2006, and published the book ahead of schedule in September.
Just because newsbooks are turned out fast and reflect the news cycle in which they're published doesn't make them quickie books, those team-written paperbacks that newspapers, magazines, and clip-job artists produce within weeks of disasters like the Challenger explosion, 9/11, or Hurricane Katrina. Nor are they kin to the campaign pageants that Teddy White and others used to publish the year after a presidential election. What distinguishes newsbooks is their hard-news edge: They break the sort of news that the dailies follow for days and sometimes weeks. And they change the course of the political debate. This effect is amplified, of course, when newspapers and magazines run excerpts, as the Washington Post did for its employees Woodward, Ricks, and Chandrasekaran, and Newsweek did for its reporter Isikoff.
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Bob Woodward and Carl Bernstein probably invented the genre with The Final Days, their scoop-filled 1976 book about the Nixon White House. (All the President's Men is a terrific book, but its lack of breaking news disqualifies it from newsbook status.) I write "probably invented" because my friend and Slate contributor David Greenberg points to a proto-newsbook from 1938, The 168 Days, by Joseph Alsop and Turner Catledge. It covers President Franklin D. Roosevelt's 1937 attempt to pack the Supreme Court. So, just to be safe, let's call The Final Days the reawakening of the genre and Woodward its godfather.
How do newsbooks break news on beats already super-saturated with reporters? Washington Post ombudsman Deborah Howell dealt with this question in her Sunday column. A reader wrote Howell that she regards it "immoral" for Post journalists to withhold their revelatory accounts from the newspaper until their book is ready to be excerpted in its pages. (I'm paraphrasing.) Longtime Postie Karen DeYoung, author of a new—and yes, recently excerpted in the Washington Post—biography of Colin Powell, tells Howell that people are more willing to go on the record with a book author as opposed to a daily beat reporter because it gives them an opportunity to speak to "posterity."

Sources who think they're speaking to posterity when they talk to book authors are deluded. If anything that passed through their lips contains news value, the nugget will be ripped out of its bookish context and be splashed on Page One.
Some of Godfather Woodward's sources are persuaded by the different—some would say lower—journalistic standards he observes. Woodward persuades some sources to sing by promising not to quote them or describe them as a source, which gives them the deniability they desire. (Call it speaking to posterity without pain.) When it comes time to write, Woodward assumes the omniscient position and describes what people were thinking or what they said without attributing it to anybody. Woodward breaks mucho news this way, and I'm not as critical as most about his unorthodox techniques. He stakes his reputation on the quality of the information he collects as opposed to its provenance. Given that newspaper and magazine editors forbid reporters from practicing Woodward-like techniques, it's absurd for readers to expect reporters to achieve Woodward-like results.

The scoops found in the newsbooks indicate that the competitive pressure of the daily deadline buries as much potential news as it unearths. David Corn tells me that sources on Capitol Hill often won't disclose inside information about what's happening today—which every reporter is asking them about—but these same sources will be more forthcoming about last week's events, which are no longer the hot subject of the moment. By standing outside of today's news cycle, newsbook authors can recognize patterns and make connections that escape beat reporters filing four or five pieces a week.

One valid criticism of newsbooks is that there often isn't enough news in them to fill a three-part newspaper series. That's often true, but lots of long magazine stories can be distilled to a similar concentration. If the long book offends thee, I say skim it!

Reporters who sign newsbook contracts should expect 16-hour days chasing leads they might get scooped on. But for their entrepreneurial efforts they can hope to reap the fruits of their labors. Every newsbook writer hopes that the newsbook capitalism that made a millionaire out of Woodward will make him a millionaire, too. The Washington Post harnesses newsbook greed better than any newspaper in America, granting book leaves at the drop of a hat. When it eventually excerpts the better books written by staffers, both the staffer and the paper benefit: The staffer gets a publicity push, and the paper gets a story it wouldn't have otherwise.
What explains the success of the current crop of newsbooks? I've only touched on a few of the many good newsbooks published in recent months. Such reporters as James Risen (State of War), Ron Suskind (The One Percent Doctrine), Michael R. Gordon and Bernard E. Trainor (Cobra II), George Packer (Assassin's Gate), and others have lit up the best-seller lists with their Iraq newsbooks. It's a very good book list when you think about it.

War is always very good to reporters, but merchandising books is much easier than it was, say, 15 years ago. Back then there was only one cable news channel, CNN, and it didn't do a very good job of showcasing books. Today, all three channels reserve hours each week for newsbook talk. Back then Borders and Barnes and Noble had yet to occupy every mall and retail area in America. Today, a pallet of Woodward's book welcomes you as you enter the Pentagon City Costco. And back then books weren't presold on Amazon, because Amazon didn't exist. Also, publishers have gotten slightly better at manufacturing and distributing timely books to exploit the news cycle's dips and turns, and book publicists have gotten better at building hype.
Let's reserve the final credit for the newsbook's ascent to readers, that much-maligned group that is said to crave a diet exclusively composed of shorter news stories, gossip columns, and blog entries. Every time they buy a newsbook, they're voting with their dollars for complex, in-depth journalism. Isn't that good news?

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viernes, marzo 02, 2007

Las verdades de Kapuscinski


Luego de su muerte, mucho se ha discutido acerca de las mentiras de Kapuscinski. Una discusión muy válida, considerando la importancia que tuvo (y tiene) el periodista polaco. Pero que verdaderamente no alcanza a opacar lo que hizo el autor de Ebano y El Emperador. Las críticas vienen básicamente de periodistas burócratas que lanzan sus dardos desde sus cómodos asientos en Nueva York o en Europa y que mientra Kapuscinski denunciaba el genocidio en Ruanda, que mató a 800 mil personas, ellos se alegraban de haber agregado un nuevo artículo a sus códigos de ética. Verdades duras y verdades a medias. El "realismo mágico" de Kapuscinski es evidente en la mayoría de sus obras y nunca estuvo destinado a cambiar el sentido de la historia. Ahí están despiertas e irrefutables las perversiones del Sha de Irán -que muchos periodistas estadounidenses callaron-, la miseria de la Africa post colonial o el preludio de la masacre de Darfur, que hoy sacude (en silencio) el sur de Sudán. Qué duda cabe que Kapuscinski exageró. Pero su testimonio fue valiente y comprometido. Para comenzar el año con Periodismo, este relato inédito publicado por El Pais Semanal.

Por Ryszard Kapuscinski
Todas las mañanas, después de despertarme me tomo uncafé y salgo a dar mi paseo. Son las siete. Recorro lacalle en la que vivo, la Prokuratorska, en dirección ala Wawelska. Paso junto al consulado británico: antela verja, a esta hora, ya espera un nutridísimo grupode personas. Pasan allí la noche, duermen en loscoches, en los céspedes, en los bancos: han venidopara solicitar un visado. Enseguida sé que estoy en el Tercer Mundo. Tamañas aglomeraciones no se dan ni enOslo ni en Berna, pero sí en Kampala y en Kuala Lumpur.
Los habitantes de los países más o menos pobres -comoPolonia sin ir más lejos- ofrecen su barata mano deobra; los países ricos se defienden, tienen de sobradonde elegir. Hambrientos, aunque no tanto como parano poder moverse (como mis miserables del Sahel),intentan tomar por asalto a Occidente, donde, si selogra conseguir un empleo, aún se puede ganar un buensueldo (un vecino de mi madre, pan Kucharski, unalbañil ya entrado en años, preguntado un día cuál erasu mayor deseo, le respondió sin pensárselo dos veces:"¿Sabe, señora?, sueño con ganarme un buen pellizco,¡aunque sea una sola vez en mi vida!").
El anhelo de un buen sueldo no se limita al simpledeseo de llenarse los bolsillos. Al fin y al cabo, setrata de una necesidad de autoafirmación: asídemostraré públicamente lo que valgo, qué lugar ocupoen el escalafón de la jerarquía social. La preguntapor los ingresos es, sobre todo, una pregunta por mipersona: cómo me ven y califican, en cuánto meaprecian. Justo detrás del consulado está el cruce entre la Wawelska y la avenida Niepodlegosci, lugar donde seencuentran los límites de tres barrios: Mokotów,Ochota y Sródmiescie . Tengo delante, enfrente de lasede central del Instituto de Estadística, el edificioen que vivió antes de la guerra el autor de Genteclandestina, el gran maestro masón y senadorsocialista Andrzej Strug. Fue en su piso donde Witkacyconoció a Czeslawa Okninska, el último amor de suvida. Corría el año 1929. Una década más tarde, en1939, partieron juntos rumbo a Polesia. Allí, en unbosque cercano a la aldea de Jeziory, cometieron sudoble suicidio (al que sin embargo ella, salvada atiempo, sobrevivió). Cruzo la calle Wawelska y entro en los Campos de Mokotów.
Veo desde lejos la sede de la BibliotecaNacional, siempre en obras. Llama la atención que,antes de empezar a erigirla, habían levantado todo unconjunto de edificios y sólidos barracones para albergar a los burócratas de la empresa constructora,como si hubiesen asumido de antemano que la Biblioteca-tampoco gigantesca que digamos- tardaría años enedificarse, cuando no generaciones enteras. Y enefecto, ¡no se equivocaban! Los despachos de la administración rebosan de oficinistas desde la primerahora de la mañana, mientras a pie de obra, en un andamio ya corroído, se ve un solo albañil y, un pocomás allá, un segundo obrero mezcla un puñado deargamasa en una hormigonera desvencijada. Ahora (estamos a finales de mayo) me adentro en laverde exuberancia de los Campos de Mokotów. Aquí,junto al cruce de la Wawelska con la avenidaNiepodlegosci, habían construido en 1945 un pequeñobarrio de minúsculas casas unifamiliares de madera,conocidas como finlandesas.
Poco después de la guerranos concedieron una de ellas, porque mi padre trabajaba entonces en la Empresa Social deConstrucción. Aquella estrecha casita, sin cuarto debaño y sin calefacción central, era un lujo, el colmode la felicidad, pues hasta entonces habíamos vividoapiñados (una familia de cuatro personas) en una diminuta cocina de la calle Srebrna, en medio de los escombros, en los terrenos ocupados por unos almacenesde cemento y ladrillo, cerca de la vía muerta llamadaSiberia (en tiempos, de allí partían transportes dedeportados a Sibir).Nuestra casita (la dirección: Colonia núm. III, casanúm. 6) estaba situada junto a un terraplén de arenadel que, en invierno, los niños bajaban en trineos. Enel mismo terraplén, en 1935, se había colocado lacureña con el ataúd de Pilsudski. Desde aquel sitio elMariscal recibió su último desfile, antes de que elcortejo fúnebre partiera en dirección a Cracovia, alcastillo real de Wawel. Enfilo un sendero que se adentra en la hierba -a esahora de la mañana, plateada por brillantes gotas derocío-, flanqueado por altos chopos. Recuerdo cómo losplantaban justo al terminar la guerra; aquellosarbustos frágiles y quebradizos se han convertido enunos árboles esbeltos y robustos. Y me topo con ungrupo de manzanos, perales y ciruelos; precisamenteahora florecen, exhalando un olor fuerte y dulce. ¿Un huerto? ¿Aquí? ¿En un parque público? Sí, porque se trata de árboles que había plantado alrededor de su casa el señor Stelmach, un tranviario y también, comose ha demostrado, estupendo jardinero y hortelano.
El señor Stelmach ya está muerto, pero sus árboles siguenen pie, y sus manzanas, peras y ciruelas las recogeránen verano los niños del barrio, así como los borrachines de tres al cuarto que acuden a este parajepara apurar una botella de vino barato. Lamentablemente, mi sendero también pasa cerca de unlugar muy triste. Hoy es un bonito prado, peroentonces, después de la guerra, era un lodazalarcilloso de cuyos surcos, aquí y allá, salían cuatropalitos de madera atados con un trozo de alambre. Tal cosa quería decir que en la tierra había una mina. Y recuerdo el día en que, yendo a la escuela, aún mediodormido y helado de frío, vi un niño pequeño sentadoentre aquellos palitos, y antes de que me diera tiempoa espabilarme y pensar cualquier cosa, de repente viun haz de fuego, oí un estruendo seco y agudo, y vicómo aquel niño se inclinaba, se encogía y quedaba inmóvil. Enseguida se oyeron gritos y empezó un gran trasiego de gente; habían salido los vecinos de las casas colindantes, pero cuando llegamos al lugar de laexplosión, el niño yacía muerto, en medio de un charco de sangre. Debió de ocurrir aquí, junto a este chopo.Pero ¿dónde exactamente? Alrededor no hay más quehierba, en todas partes igual de exuberante. Entro en la calle principal de nuestro barrio. Sellama Leszowa. No está asfaltada, ni tan siquieraempedrada. Negra, cubierta con polvo de carbón, cuandollueve aparece llena de charcos sucios, como de brea.
En medio de la calzada está tumbado un chucho negro. Siempre está allí, y siempre tumbado. Cuando paso a sulado, me ladra. Sin moverse. Los suyos son unos ladridos pasivos, displicentes; podría dar la impresión de que el perro no es un ser vivo, capaz desentir, sino un juguete de cuerda ladrador. Es como siyo, al caminar, pulsase algún botón invisible queaccionara un mecanismo de ladridos apáticos y de primentes. A ambos lados de la calle Leszowa se extiendenparcelas. Antes, en cada una había una casa de madera,pero a mediados de los años setenta echaron a la gentey las vendieron por cuatro chavos a altos cargos delrégimen de Gierek. Ahora se las puede contemplar allídonde veranea la vieja nomenclatura. Eso sí, a losantiguos habitantes les dejaron el terreno. Todoofrece ahora un aspecto muy pobre. Las vallas están hechas de cualquier manera, ya deramas, ya de trozos de alambre, ya de herrumbrosamalla metálica. Los cobertizos que se levantan enmedio de estos pequeños huertos tampoco se presentanmucho mejor. Cada cual los construía como podía. Sitenía tablones, de tablones; si tenía hojalata, dehojalata, aunque también hay paredes de cartón gruesoo de aglomerado, incluso de tela asfáltica. Los que lograban hacerse con una brocha y un bote de pintura,y además poseían el llamado sentido estético, pintabancon sumo cariño esas chapuceras instalaciones desaficionado. De manera que hay cobertizos amarillos yde color celadón, azules y rojo ladrillo, aunque predominan los verdes. Las más de las veces -y éste es el rasgo que comparten- esas manos de pintura, en su día frescas yvivas, hoy aparecen descascarilladas, desconchadas,deslucidas...
Sin embargo, la verdadera poesía de lafealdad y de la pobreza -aunque al mismo tiempotambién una fantasía asombrosa y una especie dehappening plástico- se halla en las portillas queconducen a los huertos. Hay varias docenas, todasúnicas y diferentes, extraordinarias en sus birriososdiseños y formas.De la calle Leszowa tuerzo a la izquierda y llego a unsucio barracón de color gris, de ventanas pequeñas yoscuras, como de una cárcel. El barracón forma partede la cochera de cubas sépticas. Muchos de estoscamiones cisterna están permanentemente aparcados, yapor falta de personal, ya porque no hay piezas derecambio o dinero para el combustible. La Biblioteca Nacional y la empresa metropolitana de saneamiento sondos instituciones que, una pegada a la otra, tienensus sedes en los Campos de Mokotów. La sombría pared del barracón de aspectoconcentracionario la tapan en verano las altas yexuberantes bardanas. La maleza, aunque tosca y poconoble, resulta sin embargo mucho más agradable a lavista que la tapia de los talleres de la cochera,oscura y salpicada de barro y aceites de engrase. Apenas se acaba la tapia, aparece un viejo vertedero.Viejo, porque, crecido junto a la cerca de la empresa metropolitana de saneamiento, lleva años en este lugar, un lugar por donde a cada hora pasan camiones sépticos y que, para mí, constituye motivo de una ininterrumpida reflexión en torno al misterio delraciocinio humano. Y más concretamente, en torno a un defecto que acusa, a saber: la falta de conexión entrever y actuar. Y es que lo ven, lo ven todos los días,y, sin embargo, pese a disponer de una columna devehículos de limpieza, no hacen nada. ¿Por qué? ¿Qué significado encierra esa inacción? ¿Qué secreto? ¿Qué enigma? ¿Qué les impide poner manos a la obra? El tema es apasionante. Dicho sea de paso, la entrada a la calle Leszowa también exhibe un montón de basura. El contenido de las dos montañas, aplanadas ya por la lluvia y eltiempo, es muy parecido.
Trapos, entre ellos uno azulmarino y otro rojo (funda interior de una almohada deplumón), lo que queda de una gabardina de señora,zapatos podridos, vacías botellas de vodka, de vino,de cerveza, latas de conserva herrumbrosas, un cerrojoy un muelle igual de oxidados, jirones de papel, dehojalata, de plástico, un taburete roto, un cubo agujereado, un lavabo hecho trizas, o tal vez sea unataza de váter. Quién sabe qué más puede haber allí;todo vertedero es como una imaginación enferma,desnaturalizada y degenerada: sin límites y sin fin. Salgo a un camino lleno de polvo y arena. En su díaera una bocacalle de la Wawelska, y seguramente sigue siéndolo, pero hoy aparece horadada y levantada: en elfondo de una profunda zanja colocan una gran tubería.¿Colocar? Es mucho decir, pues en realidad resultaharto difícil detectar progresos en la obra. Es cierto que ya desde lejos diviso varios obreros y unaexcavadora. No puedo decir que no haya ninguna actividad. La hay, y constante; no paran de caminar,inclinarse, contemplar. A veces incluso puede sucederque la pala de la excavadora se empotre a fondo en latierra, que alguien grite: "¡Wladek, ven pa'cá!", quealgún otro colega empiece a dar martillazos en elresistente suelo. ¿Y luego? Nada. Luego todo siguecomo ayer y anteayer.Cada vez que me dejo caer por ahí, paso junto a unmundo aparte, insensible a todos los seísmospolíticos, a todas las tormentas y conmociones, a los valores cristianos y los dilemas europeos. Ahí suena siempre la vieja música. La misma danza a ritmo lento,bailada en círculos y al son de la melodía de toda lavida, con pasos archiconocidos, invariablemente cautelosos, no vaya a ser que se levante polvo o sederrame una gota de sudor. Ahora puedo ir hacia la izquierda o hacia la derecha.
Si elijo esta segunda opción, primero tengo que rodearun enorme hoyo de hormigón, lleno de basura: entiempos había allí un lago artificial, quizá inclusouna fuente. En cualquier caso, había agua. Recuerdo sugran superficie brillando al sol, a gente pasandohoras sentada en los bancos, a niños correteando a lolargo de la orilla del estanque... Más allá empiezan prados y árboles, la parte máshermosa del parque. Hay castaños, nogales y abedules,fresnos y alerces. Y mucha luminosidad cuando luce elsol. Y silencio. Tanto, que casi no se oyen loscoches. La ciudad se ha alejado y desaparecido, haaflojado su garrote, permite que descansemos de ella.