El periodismo sufre de actualidad
Parece un prejuicio asumir que la concentración de los medios siempre es sinónimo de menor competencia y peor calidad. Pero creo que este axioma no funciona necesariamente con la venta de contenidos periodísticos, porque hay otros factores que se suman a las distorsiones generadas por la baja competencia, tanto en Chile como en muchos otros países. Ciertamente la preparación de los periodistas, la poca discriminación de las audiencias y la discrecionalidad de los avisadores influyen para que la calidad de los contenidos periodísticos no sea el óptimo. Este es uno de los tópicos que recoge este texto publicado por Asociación de Prensa de Madrid y que pone a la actualidad -y su búsqueda continua y sin respiro- como un virus que está destruyendo la calidad de los medios de información. Esta discusión, muy academicista, se ha multiplicado desde que los medios han evolucionado hacia el producto periodístico, pero tiene una lógica fría si se considera que la oferta que entrega la red se acerca cada día más a la perfecta ecuación entre calidad e información. Es decir, la oferta si funciona con la lógica de mercado.
Por Carlos G. Reigosa
http://institucional.apmadrid.es/ACM_Upload/
Si yo dijese que eso que llamamos la actualidad informativa es el duro paredón ante el que cae fusilado cada día el verdadero periodismo, seguro que muchos me descalificarían como autor de un despropósito o un exabrupto de más que dudoso gusto, ni siquiera salvable por la vía metafórico-simbólica. En cambio, si me limito a decir que la actualidad se ha convertido en una tupida malla que nos impide ver a los periodistas y a todos los ciudadanos la realidad sobre la que se debería informar, quizá todo suene menos belicoso y más políticamente correcto, sin provocar innecesarios rechazos de partida. Y, por supuesto, creo que nadie considerará excesiva a estas alturas la aseveración que no es mía sino del académico Francisco Rodríguez Adrados de que vivimos en un ambiente presentista, en el que se desprecia el ayer el conocimiento de nuestra propia historia y sólo tiene valor el presente. (Como el propio Rodríguez Adrados escribió, “muchos ya no saben diferenciar a Alejandro Magno de Carlomagno, no saben qué es la Revolución Francesa, ni siquiera saben quién es Franco”). Intentaremos movernos con templanza entre las afirmaciones más comúnmente aceptadas para avanzar en estas reflexiones. Y veremos hasta dónde nos llevan.
Lo cierto lo iremos viendo en este texto es que la actualidad informativa ya no nos deja ver lo que ocurre. Ni nos lo deja ver ni nos lo permite contar. Porque la actualidad, concebida como el resultado diario de múltiples estrategias de comunicación urdidas en el seno de la sociedad, crece en progresión geométrica, y a la misma velocidad se aleja de lo real (a veces sólo por la vía del enmascaramiento o el disfraz). La misión de sus programadores es hacernos creer que el señuelo es la verdad y que detrás de él no se oculta nada. De este modo, la actualidad señuelo nos ciega a satisfacción, es decir, nos impide ver y, lo que es peor, investigar y entender. El resultado es demoledor: los periodistas ya no controlan la agenda cotidiana, ni eligen los contenidos, ni jerarquizan la información. A esto se enfrenta el periodismo de hoy. Este es su gran desafío. Y de momento no va ganando la partida.
Un periodista sale por la mañana de su casa y se enfrenta a un colosal listado de previsiones y convocatorias informativas que, de un modo defensivo surgido sin duda de su propia indefensión, acepta e identifica como la actualidad. Eso que tiene delante es lo mucho que hay informativamente hablando ese día. Sin embargo, todos sabemos y ese periodista también lo sabe que está ante una desmesurada oferta de información precocinada por gabinetes de prensa y direcciones de comunicación cuyo objetivo es la conquista de los espacios mediáticos destinados a la actualidad. Y para conseguir ocupar esos territorios periodísticos tienen que acertar antes a crear la información (y también el hecho informativo) que se va a convertir en actualidad, es decir, que va obtener unos puestos relevantes en los medios. Es lo que primero vemos cada mañana es la previsiones del día como surgido por generación espontánea de la realidad social, sin que reflexionemos en que ha sido meticulosamente premeditado y organizado por alguien. Pero lo ha sido Esa actualidad ha sido preparada ante en el laboratorio de comunicación pertinente, en el que se ha estudiado la mejor forma de presentarla, el día más conveniente, las otras actualidades con las que va a competir, etc. Si dejamos a un lado las páginas de sucesos, nos asombraría comprobar el altísimo porcentaje de informaciones que son hijas de esa laboriosa espontaneidad.
Personalmente, me causa asombro el inmenso y quizá desvergonzado esfuerzo teorizador que catedráticos y expertos mediáticos están haciendo para identificar periodismo y actualidad, sin entrar en la evolución que cada uno de estos conceptos ha sufrido en el pasado reciente y está sufriendo ahora. Sólo unos pocos lúcidos pensadores parecen habar caído en la cuenta del abismo que se está abriendo justamente debajo de esa unidad o fusión aparentes. Me refiero a Jean Bothorel, a Furio Colombo, a Pilles Lipovetsky, a Alain Minc, a Jean Baudrillard, a Alvin Toffler y a algunos más. Porque la realidad es que, a medida que la actualidad invade desconsiderada y abusivamente los medios de comunicación, el periodismo se debilita y retrocede, sumido en el desconcierto y dañado; ese mismo oficio que, según definiciones de antaño, tenía las responsabilidades sociales de informar, formar y entretener, y que ahora ve claramente condicionadas y menoscabas sus posibilidades de ejercer esas funciones.
La situación es tan dramática a pesar de la conjura para no ver el drama que, hace ya 15 años, el brillante periodista francés Jean Bothorel se preguntó en un apasionante ensayo publicado en la Reveu des deux mondes: “¿Puede hoy, en Francia, un periodista ejercer su oficio?”. Y no tuvo el menor reparo en responder: “No”. Y añadía: “Yo tengo el sentimiento de que el periodista ya no existe. Y en cuanto a la opinión pública, es demasiado poco conscient3e de la extraordinaria degradación que afecta a este oficio, y de las razones de esta desgradación”. ¿Por qué lo decía? Porque empezaba a ser conciente, desde una lucidez precoz, de la enorme transubstanciación que se estaba produciendo en el periodismo francés y occidental y que afectaba directa y perniciosamente a su propio oficio. E insistía en lo de oficio, porque lo que estaba viendo era que la nueva denominación de profesional de los media ocultaba un significado distinto, por no decir como él dice casi opuesto, ubicado en la antípodas.
Por Carlos G. Reigosa
http://institucional.apmadrid.es/ACM_Upload/
Si yo dijese que eso que llamamos la actualidad informativa es el duro paredón ante el que cae fusilado cada día el verdadero periodismo, seguro que muchos me descalificarían como autor de un despropósito o un exabrupto de más que dudoso gusto, ni siquiera salvable por la vía metafórico-simbólica. En cambio, si me limito a decir que la actualidad se ha convertido en una tupida malla que nos impide ver a los periodistas y a todos los ciudadanos la realidad sobre la que se debería informar, quizá todo suene menos belicoso y más políticamente correcto, sin provocar innecesarios rechazos de partida. Y, por supuesto, creo que nadie considerará excesiva a estas alturas la aseveración que no es mía sino del académico Francisco Rodríguez Adrados de que vivimos en un ambiente presentista, en el que se desprecia el ayer el conocimiento de nuestra propia historia y sólo tiene valor el presente. (Como el propio Rodríguez Adrados escribió, “muchos ya no saben diferenciar a Alejandro Magno de Carlomagno, no saben qué es la Revolución Francesa, ni siquiera saben quién es Franco”). Intentaremos movernos con templanza entre las afirmaciones más comúnmente aceptadas para avanzar en estas reflexiones. Y veremos hasta dónde nos llevan.
Lo cierto lo iremos viendo en este texto es que la actualidad informativa ya no nos deja ver lo que ocurre. Ni nos lo deja ver ni nos lo permite contar. Porque la actualidad, concebida como el resultado diario de múltiples estrategias de comunicación urdidas en el seno de la sociedad, crece en progresión geométrica, y a la misma velocidad se aleja de lo real (a veces sólo por la vía del enmascaramiento o el disfraz). La misión de sus programadores es hacernos creer que el señuelo es la verdad y que detrás de él no se oculta nada. De este modo, la actualidad señuelo nos ciega a satisfacción, es decir, nos impide ver y, lo que es peor, investigar y entender. El resultado es demoledor: los periodistas ya no controlan la agenda cotidiana, ni eligen los contenidos, ni jerarquizan la información. A esto se enfrenta el periodismo de hoy. Este es su gran desafío. Y de momento no va ganando la partida.
Un periodista sale por la mañana de su casa y se enfrenta a un colosal listado de previsiones y convocatorias informativas que, de un modo defensivo surgido sin duda de su propia indefensión, acepta e identifica como la actualidad. Eso que tiene delante es lo mucho que hay informativamente hablando ese día. Sin embargo, todos sabemos y ese periodista también lo sabe que está ante una desmesurada oferta de información precocinada por gabinetes de prensa y direcciones de comunicación cuyo objetivo es la conquista de los espacios mediáticos destinados a la actualidad. Y para conseguir ocupar esos territorios periodísticos tienen que acertar antes a crear la información (y también el hecho informativo) que se va a convertir en actualidad, es decir, que va obtener unos puestos relevantes en los medios. Es lo que primero vemos cada mañana es la previsiones del día como surgido por generación espontánea de la realidad social, sin que reflexionemos en que ha sido meticulosamente premeditado y organizado por alguien. Pero lo ha sido Esa actualidad ha sido preparada ante en el laboratorio de comunicación pertinente, en el que se ha estudiado la mejor forma de presentarla, el día más conveniente, las otras actualidades con las que va a competir, etc. Si dejamos a un lado las páginas de sucesos, nos asombraría comprobar el altísimo porcentaje de informaciones que son hijas de esa laboriosa espontaneidad.
Personalmente, me causa asombro el inmenso y quizá desvergonzado esfuerzo teorizador que catedráticos y expertos mediáticos están haciendo para identificar periodismo y actualidad, sin entrar en la evolución que cada uno de estos conceptos ha sufrido en el pasado reciente y está sufriendo ahora. Sólo unos pocos lúcidos pensadores parecen habar caído en la cuenta del abismo que se está abriendo justamente debajo de esa unidad o fusión aparentes. Me refiero a Jean Bothorel, a Furio Colombo, a Pilles Lipovetsky, a Alain Minc, a Jean Baudrillard, a Alvin Toffler y a algunos más. Porque la realidad es que, a medida que la actualidad invade desconsiderada y abusivamente los medios de comunicación, el periodismo se debilita y retrocede, sumido en el desconcierto y dañado; ese mismo oficio que, según definiciones de antaño, tenía las responsabilidades sociales de informar, formar y entretener, y que ahora ve claramente condicionadas y menoscabas sus posibilidades de ejercer esas funciones.
La situación es tan dramática a pesar de la conjura para no ver el drama que, hace ya 15 años, el brillante periodista francés Jean Bothorel se preguntó en un apasionante ensayo publicado en la Reveu des deux mondes: “¿Puede hoy, en Francia, un periodista ejercer su oficio?”. Y no tuvo el menor reparo en responder: “No”. Y añadía: “Yo tengo el sentimiento de que el periodista ya no existe. Y en cuanto a la opinión pública, es demasiado poco conscient3e de la extraordinaria degradación que afecta a este oficio, y de las razones de esta desgradación”. ¿Por qué lo decía? Porque empezaba a ser conciente, desde una lucidez precoz, de la enorme transubstanciación que se estaba produciendo en el periodismo francés y occidental y que afectaba directa y perniciosamente a su propio oficio. E insistía en lo de oficio, porque lo que estaba viendo era que la nueva denominación de profesional de los media ocultaba un significado distinto, por no decir como él dice casi opuesto, ubicado en la antípodas.
Etiquetas: periodismo
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