Karol Dance y los parámetros de influencia en Twitter
Por Andrés Scherman y Andrés Azócar (columna publicada en El Mostrador)
¿Puede ser Karol Dance influyente? ¿Puede un personaje de Yingo aparecer junto a conductores de noticias, analistas y políticos en una lista de influyentes? Revisando los comentarios del “Estudio de Influencia de los Usuarios de Twitter en Chile” realizado por la Escuela de Periodismo de la UDP y publicado en Qué Pasa, las críticas más repetidas e insistentes se referían a cómo una investigación que se presenta como seria le entrega la corona de la influencia a un joven de la farándula. Casi una herejía. O algo peor: un grupo que, al parecer, reclama propiedad sobre Twitter o el menos le gustaría tener mayor control sobre quienes acceden
Nada muy nuevo. Finalmente es lo que ocurre fuera de la órbita de las redes sociales también. Un grupo con pretensiones de elite que se resiste a compartir espacios con otros sectores de la población, y que había visto en Twitter un lugar de exclusividad. Un espacio de lucha por distinguirse.
Pero más allá de algunas pretensiones, un estudio de estas características debe buscar indicadores que permitan a todos los usuarios de la red ser potenciales influyentes, y no excluir a priori a un buen número de ellos. Twitter es una red de comunidades y éstas son muy disímiles. De hecho, las comunidades son mucho más amplias y móviles que el propio TimeLine.
Lo que es Twitter, un espacio en donde gente sin presencia (o abandonados) por los medios tradicionales pueden llegar a tener una nueva posición. El caso de José Piñera es el más obvio. Definir qué es la influencia resulta una tarea compleja. Se trata de un concepto que se usa con mucha frecuencia en las conversaciones cotidianas, pero que cuando intentamos acotarlo nos enfrenta con la ambigüedad o criterios extremadamente subjetivos.
Una estrategia para investigar la influencia que pueden tener las personas e instituciones es operacionalizar el concepto y traducirlo en conductas que se pueden medir y comparar. Si estamos de acuerdo que la influencia es la capacidad de incidir en las conductas de los otros y obtener un beneficio, a continuación debemos identificar situaciones concretas que hagan realidad esta definición preliminar.
En el caso de Twitter, se optó por hacer una primera distinción entre popularidad e influencia. Si la popularidad está dada por el número de seguidores, la influencia se relaciona más bien con la capacidad de crear e incidir en las conversaciones que se producen en la red. Es así, como se decidió medir la influencia a través de dos variables: el número de retwitteos y la cantidad de menciones recibidas por cada usuario. Esta síntesis está en línea con lo que es Twitter, un espacio en donde gente sin presencia (o abandonados) por los medios tradicionales pueden llegar a tener una nueva posición. El caso de José Piñera es el más obvio.
Estas dos variables (RT y Menciones) son justamente las que se han recogido en buen parte de la investigación internacional para estudiar los niveles de influencia en Internet, entre las que destaca Measuring User Influence in Twitter: The Million Follower Fallacy, que estableció con gran claridad que no existe una relación inmediata entre el número de seguidores con que se cuenta y el nivel de influencia sobre los demás usuarios. En este estudio, Puff Daddy, quien no escribe columnas para el New Yorker y casi no es citado en el New York Times aparece dentro de los más influyentes.
Sin duda, estas variables que pueden ser insuficientes y tienen restricciones, pero es un primer paso para estudiar lo que sucede en Twitter, un territorio hasta el momento casi inexplorado.
Utilizando los criterios ya explicados, podemos observar que en Chile la influencia en Twitter está bastante repartida entre personas de características y orígenes muy distintos. Por cierto, están presentes varios de los líderes de opinión y periodistas que asociamos casi automáticamente con la red, pero también se han ganado un espacio miembros de Yingo o Calle 7. Como ha sucedido en otros países –quizá Estados Unidos es el mejor ejemplo-, en la medida en que Twitter se masifica las conversaciones son más heterogéneas y las personas influyentes menos previsibles.
Puede que a algunos no les guste, pero no tiene mucho sentido negarlo.
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