Saieh en The Clinic
Los empresarios entran al negocio de los medios por poder. Lo pueden justificar de muchas maneras, pero al final ese es el objetivo último. Sin embargo,esta entrevista realizada por Pablo Vergara -profesor de Periodismo de la UDP- a Alvaro Saieh, propietario de Copesa, es mucho más que el resumen oral de un accionista mayoritario. Saieh -y Cristián Bofill, director de La Tercera-generaron el mayor cambio de la prensa chilena en los últimos 30 años, introdujeron el concepto de competencia y comenzaron a darle un cariz más serio al periodismo nacional. Sobre sus palabras se podrá evaluar el futuro de La Tercera.
Por Pablo Vergara
¿Qué mundo representa El Mercurio?
Esa pregunta hay que hacérsela a El Mercurio.
¿Y qué mundo representa La Tercera?
Nos hemos propuesto tratar de dar la visión más amplia y ser el lugar de encuentro de todos los temas. Incluso creo que en eso hemos influenciado al resto de los diarios. Intentamos tratar todos los temas. Creemos que ante cada cosa hay, por lo menos, dos posiciones. Plantearemos la nuestra de manera respetuosa en el editorial, pero no haremos campaña a través de las crónicas. En cada tema polémico intentamos poner artículos con puntos de vista opuestos, que incluso pueden diferir con la posición del diario.
Con la píldora del día después se notaron diferencias con El Mercurio, que se atrincheró...
Esa es tu opinión, pero no eres el primero que me la dice… En ese caso, nos remitimos a establecer y entregar todos los puntos de vista. Como es nuestra línea editorial. También me lo han comentado en otros casos, por ejemplo, el de la última campaña electoral, donde hubo dos encuestas: una que decía que Michelle Bachelet ganaba por tres puntos, casi en el margen de error, casi empate; y otra, la nuestra, que decía que ganaba por siete puntos. Nosotros en ningún caso nos vamos a atrincherar en nada.
¿Lo llaman mucho por lo que se publica en La Tercera?
Al principio, sí. Y mi respuesta siempre era "cómo no, voy a hacer que el director lo llame". Al segundo llamado, lo mismo. Y después de eso no había tercer llamado. Ese es nuestro sistema. Porque o confías en tus periodistas y directores o mejor los cambias. Además, nosotros no competimos con el director. No estamos en las páginas del diario, no recibimos embajadores, no aparecemos. El diario no es para uso personal. No hay nadie que no tenga una persona con quien esté molesto, y nosotros no somos la excepción. ¿cierto? Bueno, pero nunca, y subrayo nunca, hemos usado el diario para atacarlos o para vetarlos de aparecer en sus páginas. Nuestro director es independiente y tiene que ser así.
¿Cómo va la pelea con El Mercurio? ¿Qué espacios cree que le ha ganado?
La situación de El Mercurio era anómala, porque era el único diario relevante en opinión del país. Y el que piense que va a estar en esa posición siempre está equivocado. Lo que ha pasado es que se está normalizando el mercado. Las cosas han cambiado. El Mercurio ahora llama a La Tercera por su nombre, antes hablaba de "un matutino". Y ahora tiene una propaganda que dice "DOS NO ES GANAR, SIETE ES GANAR". Bueno, está reconociendo que el fin de semana estamos básicamente empatados tanto en circulación promedio como en el número de suscriptores, algo impensado hace un par de años. Bien, nos damos por satisfechos porque hemos estado apuntando al fin de semana. Porque ahí está el 70% de la publicidad.
¿Quiere que La Tercera se transforme en una institución como El Mercurio?
No queremos ser El Mercurio. Queremos ser La Tercera. Un medio se debe a la sociedad, y debe ser un reflejo de ella, y no transformarse en sí mismo en una institución, que incluso pueda entrar en contradicción con ella.
¿Qué diferencia va a haber en el suplemento de Cultura frente a El Mercurio?
Nuestro enfoque es decir las cosas en forma profunda pero que las entienda todo el mundo. Queremos toda la cultura, no solo la de elite. No creemos eso de que los especialistas hablan con los especialistas. En todo. Con todas las artes. Por eso se llama Cultura y no un segmento de.
¿Cómo es su relación con Agustín Edwards?
Tenemos buena relación.
Es inevitable ver las diferencias de los conductores. Uno que se formó solo y el otro que es el sexto de una dinastía.
Me hubiera gustado que me hubieran dado el diario hecho, y lo mismo con un montón de empresas. Pero mi papá fue muy buena persona, y mi mamá lo es; me dieron lo mejor que pudieron, sobre todo valores y mucho cariño. En todo caso, no me preocupa, nos ha ido muy bien, a base de esfuerzo. Y los resultados están a la vista: ya pasamos las 100 mil suscripciones, hemos crecido más de 20% anual la publicidad en los últimos tres años, el diario ha cambiado su estructura de lectores y su influencia, entre otras cosas. En el resto de las empresas no periodísticas, que también partimos de muy atrás, también nos ha ido muy bien. La creación de valor de este grupo es sorprendente.
Luis Riveros, el ex rector de la Universidad de Chile, dijo una vez que usted era hijo de la clase media. ¿Dónde nació?
Mi papá es chileno. Por una crisis económica que se produjo después del terremoto de Chillán, él se fue a Colombia, se casó y yo nací allá. Mi familia partió de abajo, así que hemos conocido distintos períodos, algunos de apreturas, otros mejores. De niño me acuerdo de apreturas cuando mi papá se enfermó. Somos gente que ha construido lo que tiene, por lo tanto, la educación era mínima. Yo fui el primero de mi familia que terminó el colegio y el primero que terminó la universidad y, por supuesto el primero que fue a estudiar a una universidad extranjera. Hemos vivido de todo y convivido con todos. Y eso marca como uno ve a los demás. Después, cuando volvimos a Chile, vivíamos en Talca, en la Seis Oriente con la Una y Media Norte. Una casa más o menos antigua. Éramos cuatro hermanos, yo soy el tercero. Allí estudié y después en la Universidad de Chile, de Santiago.
¿Se acuerda de su primer sueldo?
Fue en la oficina de planificación de la Universidad de Chile. En plata de hoy debe haber sido unos cuatrocientos mil pesos. Y fue una gran experiencia. Rolando Sánchez, el jefe, me dio la oportunidad de trabajar ahí, y al poco tiempo llegué a ser muy cercano a él, y aunque era el último de la oficina me tenía mucha confianza y me daba trabajos muy importantes. Con él comencé y lo pasé muy bien. Trabajando lo paso muy bien.
¿Cómo construyó su imperio?
¿Imperio? ¡Ja!... Me parece una exageración hablar de imperio. Me metí en el mundo de los negocios, y todo se fue dando naturalmente. Una cosa, luego otra. Esto no fue pensado. Yo estaba muy interesado en la cosa académica. De hecho, renuncié a la Universidad de Chile para ir a enseñar a una universidad de Estados Unidos porque allá se puede hacer academia el cien por ciento. Acá uno hace una especie de academia y consultoría permanentemente. Pero la vida me cambió los planes. Fue un vuelco en 180 grados.
¿Qué pasó?
El Banco de Santiago tenía otro banco, el Banco Osorno, y lo quería vender. Abrió un largo proceso de licitación pública, y un grupo de empresarios, encabezados por Carlos Abumohor, me contrató para estudiarlo. Les recomendé que se lo compraran, y entonces me dijeron que les gustaría que lo manejara, y que también comprara el 10%. Me ofrecieron un sueldo y una participación sobre las utilidades, de manera que si mis proyecciones eran correctas, la inversión la podía pagar fácilmente. El Banco Santiago financiaba la mitad. Al final, lo licitamos por US$10 millones. Como el segundo postulante ofreció US$4, todo el mundo se rió de nosotros. Incluso apareció en El Mercurio, en esa típica cosa chilena discriminadora, una caricatura de don Carlos Abumohor vestido de árabe y el otro postulante vestido de huaso; don Carlos con una bolsa gigantesca de dinero y el otro con una chiquitita. Todo el mundo decía que nosotros estábamos locos, que habíamos pagado carísimo.
Se burlaron.
Sí, se burlaron.
¿Por el monto o por el origen?
A lo mejor por las dos cosas. Encuentro que es feo cuando destacan burlescamente el origen de las personas. Acá en Chile son realmente burdos en eso.
¿Cómo lo financió al final?
El Banco de Santiago dio la mitad, puse todos mis ahorros y me endeudé hasta con mi mamá para conseguir la plata que faltaba. Y lo fui pagando con mi sueldo y mis participaciones, que eran bastante buenas. Las cosas anduvieron mucho mejor que lo que yo proyecté. Tanto, que pagué rápidamente las deudas del 10% que tenía, e incluso después empecé a comprar más. Así partí.
¿Cuánto le costó incorporarse al mundo empresarial?
Al principio fue difícil porque todos los que entramos no pertenecíamos al 'establishment': éramos empresarios pequeños o bastante desconocidos; con la excepción de los Abumohor, que no eran tan pequeños ni tan grandes. En el mercado había una cierta duda de si íbamos a tener éxito. Y se nos manifestó de distintas formas: estaban los que pensaban que nos íbamos a llevar el banco para la casa, y/o los que creían que no íbamos a tener la capacidad para conducirlo. De todo. Y no es que lo supongamos. Fueron bastante explícitos. Te podría dar nombres. Lo más duro es cuando te encontrabas con esas personas y te tenías que quedar callado. Pero en la vida uno tiene que acostumbrarse a esto y asumirlo. No fuimos ni los primeros ni seremos los últimos. Siempre es difícil partir. Sin embargo en esta entrevista, por primera vez, quiero desahogarme.
¿Siente que había una cuota de racismo?
Claramente. No tengo ninguna duda de eso. En Chile, incluso hoy, se discrimina por religión, raza, color, y origen social. Es uno de los factores más atrasados de nuestra sociedad. En nuestras empresas, el mayor orgullo que tengo es que no discriminamos en ningún sentido a nadie.
¿Qué fue lo peor que le hicieron?
Básicamente, la desconfianza en mí y en nuestros socios, lo que limitaba nuestras posibilidades de hacer negocios, pues el negocio bancario es confianza. Por el contrario, los inversionistas y bancos extranjeros nos apoyaron con todo. Y fueron nuestros mejores aliados. Nos fue muy, muy bien, porque si trabajas duro y eres consistente y honrado, te va bien. No me quejo. Cada uno tiene que asumir lo que es. No oculto lo que soy ni de dónde vengo.
¿Y ha perdido negocios por eso?
Bueno, algunos negocios no te llegan porque no perteneces a un determinado círculo. ¿Pero te cuento algo? Hay algunos que te llegan justamente por eso. Por ejemplo, mucha gente se siente cómoda con nosotros. Entonces pierdes algunos, ganas otros. Somos meritócratas y nos gusta. Sólo miramos los méritos de la persona. Si el tipo es bueno, lo promovemos. Trabajamos con gente de distintos estratos; gente de distintas religiones; distintas razas, y países distintos. Tenemos una tremenda mezcla acá. Y eso nos da la pluralidad en la mirada. Hoy tenemos políticas especiales para minusválidos, buscándoles trabajos adecuados. Y es una política institucional, porque es un tema que nos toca muy profundamente a nivel personal, pero, por lo que sea, la tenemos.
¿Por qué se lo asocia a usted con los grupos económicos formados en dictadura?
Mira, creo que es lo típico: buscar un ángulo para darle a alguien. En mi caso, porque tengo medios. Nosotros, durante el gobierno militar no compramos ninguna empresa estatal. Lo único que compramos fue un banco a -otro banco- en licitación pública. Todas las verdaderas ganancias de capital las hemos tenido en los gobiernos de la Concertación. Y a mucha honra y sin pedirle favores a nadie porque yo, que manejo el grupo, no soy de la Concertación. ¿Por qué hablan de grupo económico formado en la dictadura? No sé. En esa época no éramos grupo económico, ni de cerca. Teníamos un banco, por decir lo menos, chiquitito. Insignificante. Y transformamos ese banco en uno tremendo, trabajando duro. En los '90, compramos la AFP Provida; más tarde la compañía de seguros Compensa y luego el Banco de Concepción, que hoy es CorpBanca. Con la Concertación renegociamos la deuda subordinada. O sea, nuestra gran expansión ha sido en gobiernos de la Concertación. Lo que no es raro, porque la gran expansión del país ha sido en estos gobiernos. Pero una nota curiosa: quienes hablan de los grupos económicos formados en la dictadura nunca mencionan a los grupos económicos grandes, que sí tienen dentro de sus activos las grandes empresas licitadas por el Estado en el gobierno militar. ¿Y por qué? ¿Por miedo? ¿O porque son muy influyentes? ¿Porque tienen conexiones políticas muy importantes? ¿Cuál es la razón? ¿Por qué siempre nombran a grupos de segundo nivel? ¿Por qué no van al hueso, a los que realmente compraron las empresas públicas? Porque yo nunca he comprado una empresa pública, todas las que he comprado son privadas. Y en licitaciones públicas, menos Provida, que se la compré al CitiBank y al BankersTrust que no son precisamente niños de pecho que uno pueda engañar. Entonces, ¡díganme dónde están las empresas públicas que compramos! Ojo: no estoy haciendo ninguna crítica a los que compraron esas empresas ni a los procesos de licitación, porque no los he estudiado, si no que a la intencionalidad y parcialidad de los que hablan del tema sin mencionarlos.
¿Hay grupos económicos intocables acá?
Da la impresión que algunos son más tocables que otros.
¿A usted lo tocan demasiado?
Sí, pero son siempre las mismas personas, así que ya me da lo mismo. Solamente estoy remarcando el punto. Y no sólo por mí. Veo que de repente a alguna gente la tocan y la tocan, y uno se da cuenta que es por razones políticas. Y ya está bueno de tonteras, hay que decir la verdad de una vez por todas. Hay gente que gasta mucha plata en relaciones públicas, demasiada. Además déjeme decirle que uno de los socios fundadores de mi grupo fue un alto funcionario del gobierno de Allende. Y sigue siendo socio mío. Nunca le he mencionado a él este tema ni él a mí, porque me parece irrelevante. Lo único que quiero decirle es que este "grupo formado en la dictadura" tenía en ese tiempo más de un socio que eran opositores.
¿Y qué le parece Bachelet?
Me parece muy bien porque sacó más votos. El que gana es siempre el mejor. Ese es el sistema que tenemos. Ahora ha aparecido mucha gente que descalifican muy rápidamente pero no tiene los votos.
¿Son importantes sus aspectos personales para Ud? Separada, agnóstica, mujer.
Lo importante son sus capacidades para dirigir el país. Sus opciones personales sólo a ella le incumben. Además me molesta que pregunten eso. Creo que ni siquiera es una pregunta válida.
¿Por qué se metió a La Tercera?
Es una historia curiosa. Mi profesor Jacob Frenkel de la Universidad de Chicago, decía que el día que el mundo se acabara quería estar en Holanda. Y yo le pregunté por qué. Bueno, dijo, porque allá las noticias llegan al final. Con Copesa me pasó lo mismo, me llegó al final. El señor Picó encargó a Juan Villarzú y a Darío Calderón, ambos de la Concertación, que le buscaran un socio para capitalizar la compañía. Fueron a España, después hablaron con importantes empresarios de Santiago. Y no encontraron a nadie interesado. Entonces, un día Darío me dice ¿te interesa? No sé, le dije, ¿renta? Yo creo que sí, me dijo, Juan Villarzú lo ha estudiado e incluye una renegociación con el Banco del Estado.
¿Cómo estaba la situación de La Tercera entonces?
Mala. Pero entré porque el paquete negociado por Villarzú incluía capitalizaciones y renegociaciones que hacían ver una luz al final del túnel. En todo caso, mi riesgo era menor, yo entraba como un socio minoritario más, con un sexto de la propiedad.
¿Y cómo fue el proceso?
Al tiempo, Picó decidió vender. Yo llamé a muchos empresarios y ninguno quiso. Sólo Sergio de Castro aceptó y me mandó a un señor que se llamaba Juan Carlos Latorre. Ellos le compraron su parte a Picó, y pasaron a ser los accionistas mayoritarios. Podría haberlo hecho yo, pero no quise. En ese tiempo estaba interesado en sacar adelante el banco que era un buque pesadito. Juan Carlos Latorre manejó el diario desde entonces. Eso fue en tiempos de Pinochet. ¿Y cómo llegué a controlarla? Fue en el 2001, porque mis amigos necesitaban dinero y yo les compré a un precio bastante alto.
Y ahí decide meterse de lleno.
Nosotros somos así. Cuando me hago cargo de cualquier cosa, me meto con todo. Cuando no controlo, no me meto. Porque cuando uno no controla se te produce un proceso de frustración muy importante. Yo me siento más ejecutivo que accionista. Cuando uno es accionista minoritario tiene que aceptar lo que dice el mayoritario. Entonces yo dejo, confío. Y pasó en la etapa en que estuvo Juan Carlos Latorre.
También estuvo en La Época, que se cerró.
Un día, el gerente de La Época, Pablo Berward, me dijo que ayudáramos a salvarla. La Época estaba metida en líos de todo tipo, gigantescos, completamente endeudada, con deudas fiscales, previsionales. Y a mí me parecía interesante que no muriera ese diario, porque me gusta que haya medios de todo tipo. Y dije que bueno y se armó una nueva sociedad limpia.
¿Y qué pasó?
Un día los socios democratacristianos de La Época, me invitaron a una reunión a la casa de Fernando Molina. Allí estaba Juan Villarzú, y Edmundo Pérez Yoma y Genaro Arriagada, a quienes no conocía entonces. Ellos plantearon un plan estratégico para el diario, y yo les dije que no me parecía porque implicaba un gasto enorme que lo llevaría a problemas financieros. Y ellos me plantearon que les devolviera el diario, y esa misma noche lo acordamos. Hay que recordar que la empresa la manejaba entonces Latorre, que era DC. Hasta se consiguieron un aporte gigantesco de un empresario local, mucha plata.
¿Y cuánto duró el diario?
Alrededor de seis meses. Yo no era dueño, ni parte, ni nada cuando se cerró. Fue una gran pena, porque ese diario cuando éramos socios iba subiendo lenta y equilibradamente. Decir que tuvimos algo que ver con el cierre me parece un exceso.
Dicen que el Diario7 se lo compró para cerrarlo.
En primer lugar: la revista Siete+7 estaba quebrada. Pregunten. No existía. Por lo tanto, yo no compré ningún Diario7. Fundé un Diario7. El nuevo diario se hizo cargo de las deudas antiguas, sobre todo laborales, como parte del compromiso con la marca. Marca que tampoco se pudo entregar, porque alguien se opuso. En segundo lugar, ¿qué incentivos tenía para cerrarlo? ¿Porque era un medio de izquierda? ¡Por favor! Por circulación y orientación ni siquiera era competencia directa de nuestros otros medios, sino justamente lo contrario: un medio complementario. Y el Diario7... ¿¡qué quieres que te diga!? El Diario7 para mi es un dolor como creo que es para Mónica González, su directora, y para los periodistas. Con la gente del Siete me pasó algo que no me ocurrió con la gente de La Época. En el Siete me involucré, y sólo puedo decir una cosa: ellos no tienen ninguna responsabilidad en el cierre, los periodistas fueron todos esforzados. Los editores, también. Mónica hizo un trabajo titánico; Luengo, igual. La culpa fue de todo el resto, y me incluyo. El viernes pasado invité a casi todos los periodistas, directores y editores del Siete a comer juntos. Fue emotivo. Yo hice todo lo posible, con un costo personal y financiero, para salvar al Siete. Nadie colaboró con este diario. Yo no sé por qué.
¿Los otros socios?
No, la Concertación. Me llama mucho la atención que no lo hayan apoyado. Mucho. Fíjate que en este proyecto, Copesa terminó poniendo US$2 millones más y prorrogamos la vida del diario casi un año. Y no me arrepiento aunque la inversión se perdió por completo. Yo llegué a tomarle una gran estima a este grupo. Hemos tratado de recontratar al máximo de ellos, porque fueron periodistas que se sacaron la mugre por hacer un buen proyecto con recursos mínimos.
¿Por qué en Chile no puede hacerse un diario de centroizquierda o concertacionista?
Hay varias cosas: alguna gente de la Concertación tiene un toque arribista. Les gusta andar con los diarios del establishment bajo el brazo. Prefieren dar entrevistas y aparecer en la Vida Social. Lo otro: como en todas partes, tú envidias más al cercano que al lejano. Y le dan. En cambio, si es alguien que no conoces, no importa. Mira lo que pasa con los empresarios en Chile: a los locales los molestan; a los extranjeros los dejan tranquilos. Y una tercera cosa: los diarios que han tratado de ser de la Concertación -que no fue el caso del Diario7, que tenía un proyecto independiente -, son demasiado cargados ideológicamente. El Clinic cuando no le gusta algo de cualquier lado lo dice, y esa es una sus gracias. El Clinic tiene su línea política, nadie lo duda. La Tercera tiene esa gracia también. Tiene una línea clara, pero eso no significa aceptar cualquier argumento para defenderlo, aunque signifique denunciar a alguna persona relacionada al diario. A mucha gente eso no le gusta. En este país a algunos les encantan los incondicionales; pero al público, no. Al público le gustan las cosas independientes. Y la gente no es tonta.
¿Por qué se metió en el Siete?
Creo que es bueno para el país, me gusta la diversidad, en términos amplios, no sólo en lo político. A este país le falta mucho admitir diferencias de todo tipo. Pero de todo tipo. A lo mejor lo miro, como dice la canción, desde mi vereda. A lo mejor me ha tocado eso y por eso tengo esa sensibilidad. He tenido la suerte de estar en países más tolerantes donde si uno dice cosas como la caricatura que te mencioné, es grave. Acá, no. Acá esto es chiste. Esto vale para los mapuches, para la gente de otras razas, para los minusválidos y las opciones sexuales. Este país tiene mucho que aprender. Y también es válido para respetar la libertad de optar por ciertos movimientos religiosos porque a algunos no les gustan, cosa que veo a menudo. "Es que este tipo es del X". Eso no puede ser. Si se quiere respeto debe dejarse que las personas, sin adjetivizarlas, pertenezcan a lo que quieran. Yo no pertenezco a movimiento alguno. Sólo defiendo el derecho de hacerlo libre de estigmas. Para mí todas son expresiones de falta de tolerancia y no pueden terminarse unas y no otras.
Resumiendo, ¿quién es Alvaro Saieh?
Soy alguien que no se ha dado cuenta cómo se le ha pasado el tiempo. Lo he pasado bien. Me considero muy afortunado porque he podido hacer muchas cosas que otros no han podido. Si me preguntas qué es lo que más me gusta de todo lo que hecho, te diría que es viajar, conocer, especialmente la cultura de distintas civilizaciones, sobre todo las antiguas.
Etiquetas: entrevistas
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