Culpemos a los lectores
Este ensayo fue publicado por la revista colombiana Malpensante en su décimo aniversario. Es muy largo, pero no existe en la web, ni siquiera en inglés. Pero se adentra en uno de los temas más complejos para la industria: las audiencias. Hoy son un (el) gran puzzle para los medios de comunicación. La falta de estudios, la arrogancia de los editores, la incapacidad de entender los procesos de cambio que afectan a los consumidores más jóvenes ha creado una brecha que para algunos medios es un abismo. Como lo indica parte de este ensayo, los cambios en los planes de estudio de los colegios pueden provocar que las sociedades generen otras formas de consumir medios y con otros objetivos, erosionando las bases mismas de la profesión. El autor del texto es profesor de la Universidad de Columbia y escribe para la CJR
Por Evan Cornog
¿De qué hablan los directores de periódicos de Estados Unidos cuando se reúnen? Hablan de lectores y de por qué ahora hay menos de los que solía haber.
En la Conversación Anual de Directores de la Associated Press (Apme, por sigla en inglés), que tuvo lugar en Louisville en el otoño de 2005, el principal tema fue la reducción del número de lectores. Stuart Wilk, el anterior presidente de Apme y editor asociado de The Dallas Morning News, presentó su ponencia principal acerca de las distintas enfermedades que enfrentaba el negocio del periodismo: la caída en el número de lectores, la disminución en las ganancias, los escándalos. Bennie Ivory, editor ejecutivo del Louisville Courier-Journal, advirtió: “Actualmente estamos perdiendo una enorme cantidad de lectores”, y otro conferencista, el asesor de negocios Vin Crosbie, dictaminó que la industria periodística estaba en una “condición crítica”. Desde luego, la reunión no era un velorio y por eso dedicaron mucho tiempo a discutir qué podían hacer los periodistas para cambiar la situación. Sin embargo, a pesar de todo el espíritu proactivo y el optimismo cauteloso que mostraron los asistentes, el encuentro evidenció que muchas personas estaban realmente preocupadas por el futuro.
No es difícil ver por qué; los datos sobre el número de lectores son consistentes y deprimentes. Vin Crosbie presentó estadísticas que mostraban que, en 1964, el 81% de los americanos leían diariamente un periódico, mientras que hoy esa cifra está alrededor del 54%. Dentro de poco los lectores de periódicos serán una minoría, si se tienen en cuenta las cifras todavía más desesperanzadas que citó Crosbie a propósito de los hábitos de lectura de los jóvenes americanos. En 1997 sólo el 39% de los americanos entre 18 y 34 años leía regularmente periódicos; en 2001 esa cifra cayó el 26%. Las estadísticas so todavía peores de lo que parece, porque la lectura de periódicos o mejor, la falta de lectura es un hábito, como el consumo de cigarrillo o la preferencia por Coca-Cola o Pepsi que, después de adquirido, tiende a permanecer. Los americanos mayores, la base principal de la listas de suscriptores, han leído periódicos desde que eran adolescentes o tenían 20 años, y si los jóvenes todavía no han adquirido el hábito, es poco probable que lo desarrollen más tarde.
Pero el problema no se circunscribe a los periódicos. Como lo dejó en claro el informe del Proyect for Excellence in Journalism, “The State of The News Media 2004”, también otras fuentes de noticias han tenido problemas para atraer a los jóvenes. Desde 1980, los tres noticieros de la noche han visto caer el rating en picada en un 44%.
Un nuevo estudio del problema, realizado por David T.Z. Mindich, profesor de periodismo de Saint Michael´s Collage, en Vermont, presenta una devastadora encuesta sobre la magnitud del problema. La ignorancia sobre los efectos de actualidad y la indiferencia ante los medios tradicionales de divulgación de noticias son epidémicas. Y los jóvenes no sólo evitan los medios noticiosos tradicionales, la mayor parte de los americanos jóvenes no usan como fuente de noticias ni siquiera a Internet, medio que algunos ven como la solución del problema de la falta de compromiso de la generación más joven. En su nuevo libro, Tuned Out: Why Americans Ander 40 Don´t Follow the News, Mindich cita una encuesta que “sólo el 11% de la gente joven menciona a Internet como una fuente importante de noticias”. Los jóvenes saben mucho sobre las cosas que les interesan, sólo que no siguen las noticias muy de cerca.
Esto no siempre fue así. En 1966, el 60% de los estudiantes universitarios de primer año creían que seguir las noticias políticas era importante, según una encuesta realizada por la Universidad de California; en 2003 esa cifra había caído al 34%. Si tenemos en cuenta la íntima correlación que existe, según los investigadores, entre la lectura de periódicos y el ejercicio activo de la ciudadanía, las cifras son preocupantes tanto para la industria periodística como para la nación.
El encuentro de directores se centró en la búsqueda de maneras de atraer a los jóvenes lectores para que compren sus diarios. Se organizaron múltiples sesiones con ese propósito en mente y, para concretar más el tema, la Apme trajo a un grupo de “lectores de prueba” reclutados en todo el país para que opinaran sobre los procedimientos y ofrecieran sus puntos de vista en una sesión especial de la convención. Nadie puede acusar a la gente de los diarios de ser indiferente ante sus clientes: “Me trataron toda la semana como a una celebridad”, comentó una de las lectoras, Angela Gallagher, estudiante universitaria de Missisipi.
Pero ¿qué tal que el problema no esté en los periódicos, como parece creerlo la reunión de APME, sino en los lectores? ¿Qué tal que los lectores hayan cambiado? En ese caso, la solución del problema sobrepasa el mero poder del periodismo.
Piensen en la historia reciente. En 2000, Robert D. Putmanm, politólogo de Harvard, publicó Bowling Alone: The Collapse ande Revival of American Community, un bestseller que examinaba cómo los americanos se han ido retirando de todo tipo de actividades colectivas y comunitarias durante el último medio siglo. Putnam observaba que, desde las asociaciones de veteranos, hasta los clubes de bridge y las bandas musicales de las escuelas, todas las organizaciones estaban cerrando por falta de gente interesada en sus objetivos. Lo que había construido “La gran generación” tanto el espíritu de una empresa en común como las instituciones que canalizaban ese espíritu se estaba desintegrando. Más tarde, Putnam trató de dar una visión más positivo en un libro titulado Better Together, que examinaba los esfuerzos para reversar es tendencia hacia la alienación y el ailamiento social. No obstante, durante las últimas décadas, el campo de lo público se ha reducido y nuestros mundos privados se han vuelto más ailados.
Tal vez la fuerza más grande tras este cambio ha sido la televisión, que produce entretenimiento fácil y barato que la gente puede consumir en casa. Aunque, según las encuestas, el público encuentra que la televisión produce mucho menos satisfacción que otras diversiones más activas y sociales, el poder de ésta sigue en aumento. (Incluso mirar televisión se ha vuelto una actividad menos social y el cuarto familiar vive ahora vacío, ya que cada miembro de la familiar tiene un aparato en su cuarto. Mindich señala que en 1970 sólo el 6% de los estudiantes de sexto grado tenía televisor en sus habitaciones; hoy la cifra es de 77%.) Hay otros factores que han influido en el menoscabo de lo comunitario. El proceso de suburbanización han vuelto menos conveniente la participación en grupos, y las condiciones de trabajo modernas, con su altísima presión y el creciente número de madres trabajadoras, dejan menos tiempo para desarrollar actividades de entretenimiento dinámicas. Desarrollos más recientes, como Internet, los juegos de video y la proliferación de conjuntos cerrados, sólo han intensificado este deterioro.
Para ser justos, también hay que reconocer que la “gran generación” debe parte de su grandeza al hecho de que tuvo que enfrentar la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Abrazar una ética de sacrificio compartido por el bien común es más fácil cuando la alternativa es la tiranía fascista. Las décadas recientes de relativa paz y prosperidad (para muchos) le han planteado menos exigencias a nuestra capacidad de actuar colectivamente y por eso no es ninguna sorpresa que, en ausencia de desafíos como ésos, nuestros reflejos cívicos se hayan oxidado.
Los periódicos han reflejado este cambio de varias maneras. Obviamente, en la medida en que varias instituciones de la comunidad pierden importancia, también se reduce la cantidad de cubrimiento que reciben (¿ha visto últimamente muchas noticias sobre el movimiento sindical?). Mientras la importancia de la televisión ha ido creciendo, también ha aumentado el espacio que se le adjudica en los medios impresos, no sólo en lo que se refiere a listas y reseñas, sino en el cubrimiento de noticias sobre las celebridades de la televisión, incluso sobre las que han empezado a surgir de los realities. Cuando se les pregunta a los directores de noticias por qué le dedican tanto esfuerzo al cubrimiento de la farándula, la respuesta es: “Eso es lo que quieren los lectores”.
Los directores reunidos en Louisville le dedicaron una sesión a ese tema: “Cubrimiento sobre las celebridades: ¿dónde está la raya… y acaso la hemos cruzado? “Pero al tocar ese tema se dedicó mucho tiempo a discutir cómo usar el cubrimiento de farándula para atraer lectores. Lorrie Lynch, que cubre el tema para USA Weekend, instó a los directores a capacitar el cubrimiento de las celebridades para atraer nuevos lectores. Y el escritor de la columna de chismes del Minneapolis Star Tribune, conocido simplemente como C.J., ofreció consejo sobre cómo cubrir la farándula si uno no tiene la suerte de vivir en Nueva York a los Angeles.
El cubrimiento de noticias de farándula fue sólo una de las estrategias que se discutieron para atraer a nuevos lectores. Kim Leserman, presidente del Media Insight Group, una firma de investigación de mercados, subrayó algunas formas de usar la información sobre los intereses de los jóvenes americanos para atraer nuevos lectores. Robin Seymour, directora de investigaciones y lecturabilidad del Milwaukee Journal Sentinel, reveló los resultados de su investigación sobre los principales temas de interés de los jóvenes, los llamados lectores Light. En su orden, éstos son: salud/bienestar, informes de investigación sobre temas importantes, el medio ambiente, los accidentes/desastres naturales y la educación. En repetidas ocasiones se hizo énfasis en que los esfuerzos de mercado no debían orientar el criterio de las noticias, pero cuando había una historia que prometía atraer la atención de un grupo demográfico que la gente de mercado estaba tratando de conquistar, ésta debería promoverse ampliamente. Hank Klibanoff, director general de noticias del Atlanta Journal-Constitution, anunció: “He visto la luz. He visto el valor de la investigación.” Habló sobre las maneras en que estaban cambiando las ediciones zonales de su periódico para responder a lo que sabían sobre los deseos de los lectores. Y lo que presentó fue bastante impresionante.
Si el deteriorado negocio de los periódicos quiere sobrevivir, es claro que debe prestar atención a los deseos de sus clientes. Y en la convención de APME abundaron las ideas sobre cómo hacerlo. Ninguno de los periodistas dijo que se debería abandonar el cubrimiento de las noticias serias con el fin de aumentar las ganancias. Pero puede ser difícil obtener ganancias si el público no quiere leer noticias serias.
En unos de los eventos de APME, Michael Getler, defensor del lector de The Washington Post, dijo que el periódico había recibido una cantidad de cartas de repudio durante la investigación del escándolo de Watergate, “provenientes de gente que simplemente no quería saber lo que estaba ocurriendo”. Uno de los lectores de prueba, John Bates, trabajador social de Delaware, dijo que a mucha gente que él conocía no le gustaba leer periódicos porque las noticias eran “muy tristes y deprimentes”.
Los lectores de prueba, que resultaron ser particularmente lúcidos y comprometidos, reflejaron también esa tendencia. En una sesión se pidió a los asistentes al encuentro de APME y a los asistentes a un encuentro paralelo de directores de fotografía de la Associated Press que dijeran si habrían publicado, en la primera página ciertas fotografías particularmente impresionantes: una imagen del cadáver de Nicole Brown Simpson, los cuerpos incinerados de los contratistas civiles americanos colgados de un puente en Faluya, y otras parecidas. La votación electrónica permitió que los miembros de la audiencia se identificaran y dijeran cuál era su empleo (si directores o editores de fotografía), y a los lectores de prueba también se les pidió que votaran. Una de las fotos incluidas era la famosa de un prisionero de Abu Ghraib parado sobre una caja, con la cabeza cubierta y cables en las manos. Entre quienes se identificaron como editores de fotografía, el 96% dijo que habían o habrían publicado la foto en la primera página. Pero el 71% de los lectores de prueba dijo que esa foto no ha debido aparecer allí. Cuando se les preguntó si era apropiado publicar fotos de terroristas que retienen secuestrados, el 60% de los editores de fotografía estuvo a favor de publicar las fotos, pero el 78% de los lectores estuvo en contra.
¿por qué los lectores no quieren ver esas cosas? ¿Por qué tanta gente está evitando la difícil tarea de mantenerse informada sobre lo que está sucediendo en su gobierno y su sociedad? ¿Por qué está tan extendida la ignorancia en una época en que se valora como nunca la educación superior?
Gran parte de la reflexión sobre este tema en el mundo del periodismo se hace desde la perspectiva de las debilidades del periodismo tal como se practica actualmente. Y así deber ser porque esas fallas abundan, desde los recortes en las secciones internacionales, pasando por la comercialización de las noticias, hasta el alto perfil de los delitos de unos pocos falsificadores de noticias. Pero tal vez el problema, y por lo tanto la solución, tiene raíces más amplias y profundas. Tal vez, hasta cierto punto, deberíamos culpar a los lectores. Tal vez las viejas nociones de una ciudadanía comprometida y virtuosa, sobre las cuales se asentaban las esperanzas de los fundadores de la república, ya son arcaicas.
Cuando todavía hacía la crítica de restaurantes del New York Times, Ruth Reichl, la directora de Gourmet, publicó una vez un comentario sobre Frech Laundry, el restaurante de Thomas Keller en el valle de Napa, que incluía la siguiente observación: “El secreto de French Laundry es que el señor Keller es el prime chef americano que entiende que para tener un restaurante excelente ubicación: también se necesitan excelentes clientes”. El mayor peligro para el periodismo americano en las próximas décadas no son las presiones comerciales ni las reglamentaciones gubernamentales sino la caída del interés público en la vida pública, una grave falta de compromiso de los ciudadanos con uno de los deberes básicos de la ciudadanía: saber que está ocurriendo con su gobierno y su sociedad. Los americanos saben muchas cosas, pero cuando sólo el 41% de los adolescentes consultados puede decir cuáles son las tres ramas del gobierno, mientras que el 59% puede decir cómo se llaman los Tres Chiflados, hay algo que no está funcionando bien.
Es particularmente irónico que esto esté pasando en Estados Unidos, cuya revolución y fundación fueron producto, en gran medida, de debates adelantados en planfletos y periódicos. La más grande obra de filosofía política escrita en Estados Unidos, El federalista, fue publicada por entregas en los diarios de Nueva York para apoyar la ratificación de la Constitución. En reconocimiento al papel que desempeña la prensa en la fundación de la nación, y en agradecimiento por la función crucial que cumple en el mantenimiento de una sociedad libre, a la prensa se le otorgó una protección especial con la Primera Enmienda.
Pero los fundadores sabían que una prensa libre no serviría de nada si la gente no la podía leer, así que la educación pública se convirtió en una de las grandes obsesiones de los líderes de la incipiente república. Un fundador de la New York Free School Society, la precursora del sistema de escuelas públicas de la ciudad de Nueva York, escribió que “el error fundamental de Europa” fue restringir la educación a la gente de dinero, basados en la creencia errónea de que “el conocimiento es el padre de la sedición y la insurrección”. Por el contrario, escribió, la educación es vital para el mantenimiento de una sociedad libre. Esta preocupación por la educación estaba muy difundida entre la generación de los fundadores, y es famoso el hecho de que Thomas Jefferson haya mencionado la creación de la Universidad de Virginia como uno de los tres mayores logros de su vida (no incluyó en la lista a la Presidencia).
Naturalmente, la idea de que la educación es prerrequisito de una participación ciudadana responsable dio origen, después de un tiempo, a la idea de la educación cívica. Lo que el historiador Richard Hofstadter llamó la sociedad de “consenso” de los años cincuenta fomentó un tipo de educación cívica que hacía énfasis en las instituciones de la democracia americana, la comunidad conformada por todos los americanos, independientemente de su origen (aunque la manera como esto se expresaba en la práctica de estado a estado, en particular con relación a los afroamericanos, era problemática), y la eficacia de los ciudadanos que actuaban en grupo para lograr cambios, ya fueran partidos políticos que buscaran cambios en el gobierno a través de la legislación, o sindicatos y corporaciones que negociaran acuerdos acerca de tarifas y condiciones de trabajo.
Pero la noción de educación cívica siempre fue polémica, con grupos económicos que abogaban por escuelas que esencialmente educaran a los trabajadores para desempeñarse en una sociedad industrial compleja, mientras que otros, particularmente los educadores, favorecían las nociones más democráticas de educación cívica, que buscaba dar a los estudiantes las herramientas necesarias para pensar críticamente sobre la sociedad y su papel en ella. Según Larry Cuban, profesor de Educación de la Universidad de Stanford, “las coaliciones reformistas inspiradas por intereses económicos” son las que han reformulado la educación pública: “Al hacerlo, el objetivo colectivo tradicional y primario de las escuelas públicas de formar ciudadanos capaces de involucrarse en prácticas democráticas” el propósito de los fundadores de la nación “ha sido reemplazado por el objetivo de la eficacia social, es decir, preparar a los estudiantes para desempeñarse en un mercado laboral competitivo, anclado en una economía que cambia con rapidez”. Es claro que hay que preparar a los estudiantes para que tomen su lugar en la fuerza laboral; y la educación pública ha buscado alcanzar ese objetivo desde tiempo atrás, junto con otros. Pero la balanza ha cambiado su inclinación en la última generación. El nuevo libro de Cuban, The Blakboard and the Bottom Line: Why Schools Can´t Be Businesses, traza el surgimiento del modelo de la eficacia social durante las últimas tres décadas. El informe federal “Nation at Risk”, de 1983, ayudó a definir las falencias educacionales de la nación en términos de lo que se percibe en Estados Unidos como la entrega de la primacía económica a las potencias industriales de Japón y Alemania. Aunque esas amenazas económicas han cedido, si es que no se han evaporado, la fórmula a la que se llegó el establecimiento de pruebas de habilidades básicas más estandarizadas y lo que se conoce como “preparar para las pruebas” se ha convertido en la solución política ortodoxa, acogida por los dos partidos. (El senador Edgard Kennedy votó a favor del proyecto del presidente Bush “ Que ningún niño se quede atrás”, descrito por el propio presidente en uno de los debates como un decreto proempleo.)
Esta definición de la ciudadanía ha sido parte de un impulso más amplio para privatizar muchas de las cosas que solían ser públicas y, en particular, gubernamentales en la sociedad americana. Durante décadas el Partido Republicano y sus aliados en los negocios han buscado reducir el papel del gobierno en la vida americana. Prueba de su éxito es el hecho de que la fe en el gobierno democrático haya sido mayormente reemplazada por la fe en el mercado. Fue el presidente Bush padre quién insistió en que la nación asumiera un modelo de compromiso cívico menos expansivo, lo cual fue expresado de manera memorable por una de las personas que le escribía los discursos, Peggy Noonam, como “miles de puntos de luz”. En esto estaba implícita la noción de que la acción colectiva no era la única, o la mejor, manera de remediar los males de la sociedad. Los individuos deberían tratar de hacer el bien por sí mismos, de manera aislada. Las generaciones anteriores habían expresado ideales diferentes. En su discurso inaugural de 1941, mientras la amenazaba de la guerra mundial se acercaba cada vez más a Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt dijo que la democracia americana era fuerte “porque está construida sobre la libre iniciativa de hombres y mujeres individuales unidos en una empresa común”. Sesenta años después, luego de que los atentados del 11 de septiembre sacudieran a la nación, el presidente George W. instó a los americanos a que se unieran y salieran a gastar dinero, o viajaran a Disney World. El consumismo se había convertido en la causa común.
El presidente Bush también declaró que a los jóvenes americanos había que enseñarles a responder a la crisis del 11 de septiembre, pero su visión de cómo se debería hacer esto fue muy estrecha. Al anunciar un esfuerzo para fortalecer la educación cívica después de los ataques, Bush dijo que el propósito del programa era enseñar que “Estados Unidos es una fuerza del bien en el mundo, que les lleva esperanza y libertad a otros pueblos”. El objetivo era dictar, y no explorar, qué era ser ciudadano americano y lo que eso significaba. Y quienes alientan a sus estudiantes a hacer las preguntas difíciles están encontrando dificultades. Un maestro de Florida que le pidió a su clase que opina sobre la afirmación de Benjamín Franklin de que “aquellos que pueden renunciar a la libertad esencial para obtener una pequeña seguridad temporal no merecen ni la libertad ni la seguridad” fue reprendido por el director de la escuela por alejarse del currículo exigido. Las respuestas son seguras, las preguntas, no.
En un reciente estudio sobre educación cívica publicado en PS: Political Science and Politics, los académicos Joel Westheimer y Joseph Kaen describieron tres variedades de ciudadanía: “el ciudadano responsable en lo personal”, el ciudadano que participa” y “el ciudadano orientado hacia la justicia”. Para aclarar las diferencias, los autores describían acciones típicas de cada uno: el primero” contribuye con alimentos a una campaña de alimentación”, el segundo “ayuda a organizar una campaña de alimentación”, mientras que el tercero “explora por qué la gente tiene hambre, y se orienta a solucionar las causas originales”. (Es interesante anotar que el estudio de David Mindich encontró que el voluntariado ha ido creciendo entre los jóvenes, aunque éstos están cada vez “menos comprometidos políticamente”.)
Mientras que cada una de esas acciones podría recibir cubrimientos en las páginas de un diario local, es evidente que el mundo del ciudadano orientado hacia la justicia es el que se cruza de manera más nítida con el periodismo, dado que las causas de fondo de los problemas son precisamente lo que los periodistas buscan identificar, y que el hecho de divulgar injusticias es una de las razones de ser los reporteros. Dicho enfoque “orientado hacia la justicia” solía ser común en la educación cívica de las generaciones anteriores. Este cambio hacia la definición del ciudadano como consumidor fue previsto, al menos, por algunas personas.
Una cosa “todo el mundo sabe” es que Jimmy Carter se puso en ridículo en el verano de 1979 al dar el famoso “Discurso de malestar”, caricaturizado como un esfuerzo sensiblero para evadir la responsabilidad por los males de la nación durante los años de estancamiento económico de finales de los setenta. Sin embargo, el discurso de Carter es un documento mucho más impresionante de lo que transmiten esas interpretaciones facilistas; en él Carter identificó una tendencia central en el tema que nos ocupa. La nación, dijo el presidente en ese momento, estaba frente a una encrucijada y tenía que elegir entre un “camino que lleva a la fragmentación y al interés personal” y “el camino del propósito común y la restauración de los valores americanos”. Elegir el primer camino, dijo Carter, era abrazar un mundo donde “la identidad humana no será ya definida por lo que uno hace sino por lo que uno tiene”.
Parece que hemos llegado a ese destino. Cuando George W. Bush presentó su visión del futuro de Estados Unidos en la convención de su partido en 2004, habló de una “sociedad de propietarios”, donde la gente no sólo sería dueña de su casa sino de “sus propios planes de salud y tendría la seguridad de poseer una parte de su pensión”. Esta “sociedad de propietarios” es muchas cosas, y una de ellas es la premeditada privatización de responsabilidades de el gobierno había asumido durante los años del New Deal y la Gran Sociedad. Sin entrar a debatir los méritos de las propuestas actuales, es claro que se prevé un papel distinto para el gobierno, en la medida en que se parte de una concepción diferente del ciudadano. El modelo es cuidarse uno mismo, más que compartir la carga.
En las salas de redacción se oye con frecuencia la queja de que los lectores a menudo se saltan las reflexiones largas y sesudas sobre temas importantes, debido a la prisa por leer lo último sobre las hermanas Hilton o las especificaciones de las mejores y más sofisticadas máquinas de capuchino. Sin embargo, ¿por qué no incluir de esas frivolidades? Está bien comerse ocasionalmente un dulce, siempre y cuando uno consuma una dieta sana y balanceada. El problema es que los americanos se han engolosinado demasiado con los dulces, tanto en la mesa como en los diarios. Los nuevos tabloides, como RedEye, de la compañía Tribune, que están orientados al mercado de los jóvenes, parecen dirigidos a gente con la capacidad de atención de una libélula.
Los asistentes a la convención de APME probablemente se preocupan más por las noticias serias que por el cubrimiento de farándula, y aunque puedan usar esto último para enganchar lectores jóvenes, todavía están retratando de cumplir con la misión tradicional de los periódicos. Pero es posible que eso no sea suficiente. Una de las lectoras designadas para la convención, una profesora de Antropología y Estudios Americanos de Eckerd Collage, Catherine M. Griggs, les advirtió que no estaba “segura de lo que pudieran hacer solos; los educadores tienen que dar los primeros pasos”. En otras palabras, las escuelas deben cumplir un papel en la formación de los “excelentes clientes” que asegurarán el futuro del periodismo de primera clase.
El periodismo también tiene que cumplir una función. Parte de esa función será llevada a cabo por el tipo de examen de contrición que caracterizó a la convención de APME. No obstante, el cambio en la definición de la ciudadanía y la educación cívica no salió de la nada. A través de foros públicos, varios grupos de interés han ayudado a empujar al país por el camino que denunció Jimmy Carter. Y como lo señaló Cuban en una entrevista con Columbia Journalism Review: “La mayoría de los diarios ha apoyadazo editorialmente el movimiento de los estándares y las pruebas”, lo cual ha contribuido a disminuir el énfasis en la educación cívica. Con la mejor de las motivaciones, los periodistas han contribuido a crear precisamente las fuerzas que minan el futuro del periodismo.
El periodismo tiene especial interés en el resultado del debate. Un intento para lidiar con este conjunto de temas fue el “periodismo cívico”, que enfrentó una dura oposición, e incluso varias burlas, dentro de la comunidad periodística porque parecía pedirles a los reporteros y editores que hicieran a un lado su preocupación por la objetividad y el equilibrio, con el fin de producir un cambio en la sociedad. Como señaló una vez el estudioso del periodismo James W. Carey, profesor de Columbia Univesity, los periodistas hacen su mejor trabajo cuando “estimulan el discurso público y la vida pública”. Se puede hacer eso dentro de las normas aceptadas de la profesión, cuando se cubren las historias que están ahí afuera y se reconoce que algunas de ellas tienen que ver con ideas, tales como las cambiantes ideas sobre la ciudadanía. Y los periodistas deben explorar cómo esas ideas alteran la profesión. Cuando los periodistas piensan en sus lectores o su audiencia básicamente como un segmento del mercado, y no como ciudadanos, se arriesgan a perder ese papel singular. Si, las organizaciones periodísticas son negocios y tienen que ganar dinero; pero también son un bien público. En la medida en que los periodistas acepten y jueguen de acuerdo con las reglas del mercado, será más probable que confirmen la concepción del presidente Bush de que la prensa sólo es otro grupo de intereses particulares.
Los intentos periodísticos de seguir a los lectores en el camino de sus cambiantes intereses pueden conducir a una situación en la que las ganancias sigan bajando. Mientras el periodismo se esfuerza por cazar a ese público cada vez más recalcitrante, se arriesga a perder de vista su propósito fundamental. Y la respuesta tampoco es hacer que las noticias sean más entretenidas. Las noticias no pueden competir con las diversiones que ofrece Hollywood a través del cine y la televisión. El superproductor Jerry Bruckheimer es mejor para producir explosiones que Andrew Heyward, el presidente de la CBS, y Angelina Jolie es más agradable de mirar que Diane Sawyer, la presentadora. Ni siquiera el Ford Bronco de O.J. Simpson le da la talla a Más rápido y más furioso.
Pero no olvidemos la investigación del Milwaukee Journal Sentinel sobre las historias que más interesan a los jóvenes lectores: entre los cinco temas principales estaban las historias sobre educación. A los lectores realmente les importa lo que sucede en las escuelas de sus hijos. Y lo mismo sucede con los que no son lectores. Ahí hay controversia y una amarga división: la materia de la que están las buenas historias. Y el menoscabo de lo público se ha vuelto un tema usado por muchos periodistas en los años recientes, en particular desde la publicación de Bowling Alone. Hill Mckibben escribió agudos artículos sobre el tema en 2004 en Mother Jones, y David Shaw ha descrito la fuerza de esta tendencia periodística en Los Angeles Times. Hay mucho espacio más. Al cubrir este esfuerzo por definir, o redefinir, la ciudadanía americana los periodistas pueden llevar el debate más allá de su profesión, siguiendo la advertencia de la profesor Griggs de que no pueden hacerlos solos. Por fortuna, el periodismo tiene el poder de examinar cualquier aspecto de la sociedad y, de esa manera, puede encender un debate que podría ayudarle a poner en orden su propia casa.
Etiquetas: audiencias
3 Comentarios:
Que pena no haber tenido profesores que manejaran este tipo de artículos. Sonó zalamero, pero creo que es justo mencionarlo. Entre otras cosas, porque habría ganado terreno como profesional y no sería un solitario entre mis compañeros cuando hablo de que debemos cambiar nuestra perspectiva de la profesión. Las escuelas de periodismo están demasiado dedicadas a la formación de técnicos expertos en la redacción, el lead, las cinco preguntas y los datos de actualidad, y dedican muy poco tiempo a la reflexión sobre la esencia de la profesión. Esa esencia está en el centro de un cambio brutal y mientras más información manejemos sobre ella, mientras más reflexionemos (si, también, mientras más nos miremos el ombligo durante un tiempo), seremos capaces de enfrentarl el cambio de mejor forma.
Saludos
CV
Carlos
Esta, de todas maneras, es una carrera individual. Eso es una virtud para los que estudian en Escuela que no tienen una mirada o perspectiva. Pero también es ua virtud en el mercado laboral. El medio es mediocre y si no tienes un jefe que te guíe hay suficiente información en internet y en los centros de investigación para entender un poco más de lo que está pasando y, por supuesto, para mejorar los procedimientos. Es decir, es algo que puedes hacer po tu cuenta. Y con mucho sudor y sangre se puede ir mejorando constantemente.
En Chile hay muchos que lucen sus cv como diciendo que llegaron al final del camino. Orgullosos, evidentenmente. Pero la verdad, esto recién comienza y eso es lo notable de esta profesión. Estamos en apenas en el punto de partida.
Saludos
Andrés
Hola, Andrés. Súper bueno el artículo de Evan Cornog. Me entero que en esa edición de El Malpensante publicaron, además, otros textos relacionados con el periodismo. Escribió gente como Julio Villanueva Chang y Juan Pablo Meneses. La verdad es que me muero de ganas por disfrutar esos artículos-confesiones. El gran problema es que acá a Lima, ciudad desde donde te escribo en este momento, no llega la revista. Y, como ya habrás visto, en la web de El Malpensante no subieron esos textos. ¿Hay alguna posibilidad de que subas el de Meneses y el de Villanueva Chang? No sé si hay algún problema con los derechos de autor o algún tema parecido. Ojalá no. Desde ya, felicitaciones por el blog. Está muy bueno, súper versátil...
Saludos desde Perú
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