Fogel en Chile
En 10 días Jean Francois Fogel, el francés que ha sacudido las cabezas del periodismo, visitará Chile invitado por la Escuela de Periodismo de la UDP y La Tercera. Fogel no sólo es la cabeza (junto a Bruno Patiño) de Lemonde.fr, además crearon Lepost.fr, un laboratorio virtual que suma a periodistas y audiencia y juntos escribieron La Prensa Sin Gutenberg, el libro madre de las transformaciones que ha provocado el periodismo digital desde 1993. Lejos de las apuestas de los numerosos profetas que internet ha creado, Fogel abrió puertas desde LeMonde, que ahora son ortodoxia en muchos websites del mundo. Sin temor a la experimentación, el ensayista y periodista ha entregado sus conocimientos en la media decena de talleres que ha dictado para la FNPI y otros congresos. Siempre bajo la premisa que internet está en pleno movimiento y lo que viene puede ser aún más interesante para el periodismo de lo que ya vivimos. En Chile dictará una charla para la Cátedra Bolaño sobre el futuro del libro electrónico, tema que trabajó junto al Ministerio de Cultura Francés y que ha tocado en su blog Además, dará una charla a los editores y periodistas de La Tercera. Sus exposiciones estarán disponibles en este blog. A continuación un capítulo de La Prensa Sin Gutenberg.
El final de los medios de comunicación de masas
Para destacar la naturaleza reacia a descifrar el comportamiento de la audiencia en Internet, lo más sencillo es volver a leer uno de los cuentos que el escritor argentino, Jorge Luis Borges, redacta al modo de una acción heroica. Se titula Pierre Menard, autor del Quijote. Menard, que vive en el siglo XX, escribe palabra por palabra, no toda la obra de Cervantes, sino una página, una página completa, absolutamente idéntica al original. No quiere plagiar al maestro español, tampoco convertido en contemporáneo. De hecho, realiza esta proeza sin darse cuenta. Y la similitud de las dos páginas no tiene ningún significado: con cuatro siglos de diferencia, mientras que el sentido de las palabras apenas ha cambiado, el contexto de su uso está cambiado de arriba abajo. La misma página significa algo completamente distinto en cada uno de los autores.
Este cuento expone, de una manera sorprendentemente premonitoria, la ambigüedad inherente a la red. Solo delante de la pantalla, dibujando de página en página un itinerario único, mezclando sus propios correos electrónicos, sus archivos y los copiar/pegar, cualquier internauta es un Pierre Menard ocupado en dar un significado único al material que otro internauta, en un lugar distinto, entiende de un modo radicalmente diferente. La subjetividad irreducible que engendra el medio ha puesto de moda dos términos en los estudios de semiología aplicada a Internet. Así se habla de apofenia el descubrimiento de relaciones o significados por aproximación de elementos que nada tienen que ver entre ellos.
El otro término es un préstamo del vocabulario del espionaje, la esteganografía: este arte del disimulo, y no de la criptografía, detalla cómo unos datos se colocan o retiran de otros datos.
El filósofo español José Ortega y Gasset definió el sujeto como Yo so yo y mis circunstancias. En Internet, el internauta parece destacar más mis circunstancias, y yo. Un misterio que no podrá reducirse a los resultados de las páginas visitadas. La prensa escrita, la radio y la televisión disponen de modelos convincentes sobre el comportamiento del lector, del oyente o del telespectador, porque forman parte de una audiencia sometida a un contenido idéntico para todos. Para el internauta, al contrario, la maraña de opciones e itinerarios construye una singuralidad total: una persona, con sus circunstancias, constituye toda la audiencia de un contenido que sólo le pertenece a ella.
El único componente estable, que todos comparten, es el tiempo Internet. La inmediatez adquirida desde la creación de la red, reforzada por la alta velocidad, rompe las relaciones pacientes de las otras formas de periodismo intentan construir para entrar en la Historia. On line, es una página Web de información, la inmediatez constituye circunstancias común. Todo va tan rápido que una continuidad significativa de los acontecimientos se refuerza por instalarse dentro de una marejada de noticias desplegadas de manera implacable, sin proyecto aparente ni memoria. En cuanto el internauta actúa, reacciona, se sorprende, surfea o interroga al motor de búsqueda, se instala un segundo contexto, en este caso atemporal, que ya no tiene como referencia la inmediatez sino la subjetividad. El perfil personal, el tiempo y los temas tratados, desde entonces, se convierten en las facetas de una inalcanzable matriz de tres dimensiones construida por una persona, y sólo inteligible para ella. Estar on line siempre supone estar a distancia.
Comprender en sus detalles la navegación del internauta se parece a una de las frustraciones más recurrentes que procura el teatro, universal por lo expuesto de su confirmación, y generada en cada representación de Hamlet. Cuando el protagonista entra leyendo, en la escena segunda del acto segundo, y es incontestable, incluso hasta para el espectador más obtuso, que se trata de un hombre habitado por serios problemas existenciales, Shakespeare indica sencillamente que tiene un libro abierto. No precisa ni el título ni la naturaleza de la obra, lo que con todo resulta algo irritante. Es imposible imaginar que la acción que viene a continuación sería la misma si leyera un libro sobre el arte de cocinar la caza o una antología de sonetos amorosos.
El crítico argentino Ricardo Piglia considera insignificante esta incertidumbre ante la vista de un solo libro Hamlet escribe, puesto que es un lector, es un personaje de la consciencia moderna. La interioridad está en juego. ¿Se formularía una afirmación semejante si este mismo Hamlet tuviera un Notebook, conectado en Wifi, con el mismo texto de la página de su libro en la pantalla? Sin esperar a que un director dramático dé forma a esta visión, se puede considerar una respuesta segura: Hamlet, puesto que en ese caso sería un internauta, on line no dudaría entre ser o no ser. Siempre estaría conectado, aunque eso, quizá, acabaría por separarlo de los demás.
Cuando se le interroga sobre lo que lee, su respuesta parece exasperada: Words. Words, words (Palabras, palabras, palabras). ¿Cómo describiría el bombardeo de la información on line, sino con el envío de un correo electrónico que incluye un copia/pegas? Un algoritmo que nunca más repetirá la misma combinación produce, según la demanda, páginas y páginas y páginas, que las ve un internauta, quien, él solo, constituye su audiencia.
Aún no hay nada seguro sobre la naturaleza de Internet respecto a la relación entre el medio y el cuerpo social, donde se percibe de manera clásica la esencia de un medio de comunicación de masas. Las referencias rituales que se enseñan en todos los países explican que el Estado nación no habría podido instalarse sin el periódico diario, de igual modo que Hitler tampoco habría conseguido asentar su dominio sobre el pueblo alemán sin la radio, ni el playboy John Kennedy habría logrado vencer al feo de Richard Nixon en las elecciones a la presidenta de Estados Unidos sin disponer de la televisión.
Ya ha pasado el momento de preguntarse qué ángel o qué demonio será la criatura que dé a luz el nuevo medio. La respuesta está confirmada: la red ha situado al internauta en el primer plano de un universo que domina sin competencia alguna. Internet es el último medio, presente en todas partes e inmaterial. Su audiencia, en vías de un rápido crecimiento, alcanza la dimensión de la Tierra entera, pero aquí se desmigaja la masa. Es el medio carente de masa, instantáneo, la red por la que cada uno se desplaza demasiado deprisa como para ser el testigo, ni siquiera furtivo, de su propia soledad.
Etiquetas: nuevos medios
1 Comentarios:
Excelente. Será un gusto y desde ya agradezco poder leer/ver/oír sin tener que volver a ser esclavo contratado de Copesa. Salu2.
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