viernes, abril 27, 2007

Granier y la censura de Chávez


No hay que ser un asociado al GDA para ver con preocupación como el democráticamente elegido presidente de Venezuela usa su fuerza en contra de los medios. Los opositores, por supuesto. Hugo Chávez ha sido muy hábil en debilitar la democracia de ese país a través de la influencia en sectores claves, pero en el caso del Canal 2 la ofensiva gubernamental fue directa. Es interesante, porque se han abierto muchos espacios para la discusión de esta medida, algunos simplemente para denigrar a Marcel Granier, el propietario de la cadena RCTV, dueña de la estación censurada. El texto es un chateo de cibernautas con Granier, que organizó el mundo. Está plagado de faltas de ortografía, pero de también preguntas muy interesantes.


http://www.elmundo.es/encuentros/invitados/2007/04/2457/
1. Hola Marcel, soy Español pero estuve 25 años viviendo en Venezuela y me cuesta entender una venezuela sin el "Canal 2", mi pregunta es ¿Chavez pretende cerrar la cadena y por lo tanto que la misma desaparezca o su intención es "nacionalizarla"; para que la controle el estado aunque manteniedo las siglas y contenidos que la identifican como podria ser el programa de Radio Rochela?. Un saludo y espero que finalmente todo se resuelva favorablemente.

Creo que pretende cerrarla. Muchas gracias por sus recuerdos de RCTV.

2. ¿Si cierra RCTV que haran sus empleados?

Estamos estudiando todas las alternativas, pero es imposible generar ingresos suficientes para mantener los niveles y la calidad de producción actuales.

3. Acabo de regresar de Venezuela, hace unos días, era mi primera visita al país de dónde es originaria mi esposa (de padres emigrantes). Vengo un poco "alucinado" con el bombardeo de propaganda "bolivariana" del resto de cadenas de televisión excepto RCTV. A qué situación cree que llegará el país? Es posible que la gente no se de cuenta de hacia dónde los llevan?. Espero que el próximo 28 de mayo todo siga como hasta ahora "TENEMOS CON QUE".

Espero que la justicia prevalezca y los tribunales nos den la razón. Sin embargo, la vocación totalitaria de Hugo Chávez es inocultable.

4. Hay un rumor que el TSJ va a emitir una decisión donde va a fallar a favor de RCTV y el presidente Chavez dirá que no está de acuerdo pero que el respeta la decisión del TSJ y asi quedar ante los ojos de la Comunidad Internacional como un presidente democrático que respeta la Constitución y que en Venezuela los poderes son independientes. Todo esto es debido a que el Gobierno sabe que la mayoría del pueblo no está de acuerdo con el cierre del canal, que el cierre es ilegal y que el costo político es muy grande. ¿Qué piensa Ud. de esto si fuese cierto?

De acuerdo a todos los sondeos de opinión pública, más del 80% de los venezolanos rechazan el cierre del canal. La hipótesis que usted plantea es posible, ya que en algunos casos el TSJ ha decidido en contra de los intereses del Gobierno. En el caso que nos ocupa, el presidente ha sido muy claro en su condena a cualquier poder público que decida en contra de su voluntad. Sin embargo, creo que la injusticia de la medida y la violación que ella implica al Estado de Derecho harán que la decisión sea favorable a RCTV.

5. ¿Al quitarles la concesion de transmision, no pueden uds. salir al aire via Sateliltal?

Es posible, pero estaríamos sujetos al mismo tipo de arbitrariedad, de manera que no habría ninguna seguridad.

6. ¿Soy venezolano, residente en España desde hace 15 años. Crecí viendo RCTV. Me parece una auténtica verguenza este intento de censura (encubierto bajo la no renovación de licencia según tengo entendido ) Olvidando valoraciones políticas (que las habrá) ¿Cuál diría Ud que es la razón por la que no se le concede la renovacón? es decir, ¿existen razones técnicas, fiscales o legales que motiven este posible cierre?

Las únicas motivaciones que hemos escuchado hasta ahora son de tipo político. Y demuestran el disgusto que el Gobierno siente por toda opinión diferente a la de ellos.

7. Sr Granier, hasta ahora Chávez a demostrado que puede hacer todo lo que dice que hará (caso PDVSA, petroleo para Cuba, dinero para Argentina y Evo, fraude electoral, etc.). Hay algo que le haga pensar que podrá Ud. salvar RCTV de las garras de la revolución?

Sí. El apoyo de más del 80% de la población del país. El rechazo total que existe hacia la medida de cierre.

8. ¿Ha habido algún apoyo efectivo de parte de los poderes españoles? ¿Siente que ese apoyo es sincero? O son enunciados, apenas.

En España he sentido mucho apoyo y un gran rechazo a la medida de cierre de RCTV. La gente y el Gobierno rechazan toda violación a la libertad de expresión, de información y de entretenimiento que se pretende consumar con la medida de cierre.

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viernes, abril 20, 2007

Columbine y los errores del golpe


Otra de las clásicas discusiones sobre la profesión del periodismo es la responsabilidad frente a la inmediatez. Una prueba que parece estar destinada más a la inteligencia emocional que a la razón. Es evidente que las audiencias no llevan en su mano un contador de "novedades" en su cabeza para clasificar los medios, pero sí uno que mide la seriedad y la cordura para administrar las noticias. Por lo mismo CNN muestra hoy los niveles más bajos de credibilidad en su historia. Los estadounidenses ya no quieren sólo la instantánea de Irak, quieren que les digan algo más de lo que no pueden ver. El golpe noticioso ha ido perdiendo fuerza mientras los diarios se van convirtiendo en revistas. El golpe noticioso es hoy una mejor selección de temas, pero lamentablemente la responsabilidad a la hora de tomar decisiones relevantes sigue siendo apropiado para un estudio. A propósito de la cobertura de la matanza de Virginia, este texto analiza la cobertura de la TV en noviembre de 1999, cuando dos jóvenes hicieron de Columbine un nombre permanente. El estudio, publicado en el libro Thinking Clearly, muestra virtudes y defectos, estos últimos casi exclusivamente hijos del golpe noticioso.

Por Alicia Shepard
http://www.journalism.org/node/1787

At 11:19 a.m. on April 20, 1999, two high school seniors began a shooting spree inside Columbine High School that killed 12 students and a teacher and seriously wounded 23 teenagers. Forty-nine minutes later, Dylan Klebold and Eric Harris turned their 9-mm semi-automatic weapons on themselves. That much is known now. But at the time, few details were known. No deaths or injuries were confirmed by law enforcement officers until 4 o'clock that afternoon.

For nearly four and a half hours, local television stations struggled to find any information for the 1.5 million in the Denver metro area desperate for details. This case examines the problems television stations encounter covering a major story as it unfolds in real time.

The Columbine tragedy wasn't your typical news story where the press shows up after an event and reports what happened. Covering Columbine for TV would test the physical, emotional and psychological resources each station possessed. But no aspect of journalistic training would be more critically tested than the ability to make snap decisions about what to air under the enormous pressure of that first day.

No television reporter, producer or cameraman had time to ponder ramifications of airing a particular scene or an interview with a distraught child or a live shot of police moving toward hostages. None had time to check details or names spilling from students. Instead, each felt enormous pressure to get something on the air as fast as possible.

"There was so much information in the beginning and so much coming from different ways and different people that you didn't know what was right," says KUSA reporter Ginger Delgado. "So you were left to describe what you saw. Believe me there was a lot to talk about, but you had to be very careful about what you said and how you attributed it."
The toughest decisions in covering the Columbine tragedy involved what to air and when to air it.

"The most difficult decision that day was how much live to put on the air because the story was unfolding," says Diane Mulligan, KMGH news director since March 1998. "And because we didn't know all the facts or even whether the shooters were in the school, the most important thing was being in the control room deciding what shots to put on the air because the carnage was fairly massive. "

This case study raises several complex issues. For the purpose of teaching this case in one 90-minute class period, we are focusing on two:

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martes, abril 17, 2007

¿Por qué los millonarios quieren tener un medio?


La respuesta parece más o menos obvia. Alvaro Saieh tomó el control de Copesa, luego del caso Chispas, un momento en que los empresarios emergentes vieron como incierto. Sebastián Piñera necesitaba una plataforma para su carrera presidencial (o una barrera de contención) y Ricardo Claro fortalecer su línea de influencia. Sin duda, el dueño de Megavisión es el que más abiertamente recurre a sus medios. Fuera de Chile la ecuación se repite, pero hoy se abren otras puertas al clásico análisis que se hace sobre este tema. Son los millonarios los que cambiarán la faz de los diarios o detendrán su caída, qué tipo de empresas serán estos medios manejados por gente que no tiene idea de este negocio o que sólo le ve bajo el concepto de la rentabilidad, podremos insistir en la insana lógica de pedirle a los diarios y a la TV que no sean un producto comercial y se deban a los antiguos valores que, supuestamente, los motivaban. El artículo de Vanity Fair no resuelve las dudas sobre lo que pasa en Chile o Latinoamérica, pero sí da luces de cómo se ve el mundo de las comunicaciones manejados desde la perspectiva de los millonarios. Los casos de Gannett, Tribune Company y Knight Ridder son excelentes ejemplos.
I was invited the other day to stop in for an off-the-record visit with one of the really, really rich men who are lining up to buy the country's biggest newspapers. In addition to his own billions, he had lots of billionaire friends, he said, who were also interested in the newspaper business, and, as a benchmark, he pointed out, The New York Times had a market value of only $3.3 billion. So what if, say, the Times shareholders—this billionaire was interested as well, albeit for lesser amounts, in Newsday and The Boston Globe and the L.A. Times and The Wall Street Journal—were offered a 50 percent, or even 100 percent, pop? I mean, he said, come on.
It was just a market anomaly—the kind which opportunity is made from—that newspapers were suddenly worth much less to mere mortal shareholders than they were to a new, assertive, patriarchal class of multi-billionaires.

This billionaire—an appropriately larger-than-life character, remarkably fit (I re-evaluated my own diet and exercise regimen), in a vast office filled with knickknacks and press coverage and separate seating areas, with, like so many of his fellow billionaires, not enough to do with his great energy—immediately confused my role. In the kind of mix-up that perhaps one might see if he does take over one of these papers, he clearly saw me not as a reporter but as a helper. A collaborator. Indeed, I gossiped handily.

In a way, it was good that he recognized he needed some help (and, possibly, a sign of humility), because, in fact, he knew nothing whatsoever about the newspaper business, or news. Zip. Nada. I am not sure he quite understood that it was a bleak business. I offered that there are many people who believe that the commercial viability of big-city dailies will be kaput within five years.

He said, with affable certainty, and as though agreeing with me, Oh, but there will always be lots and lots of people who want to read a newspaper.
I pointed out that, actually, only older people read a daily paper—average age: 56.
He said that, in his opinion, when people got married and settled down, that's when they'd start reading a paper. Why, he was just talking to X—a famous captain of finance—who agreed with him. In fact, said my billionaire, they would start reading a paper—these hypothetical newlyweds—if, if, they could start getting news without all the opinion. Keep the opinion on the editorial page!

Ah.
But, most of all—and here the billionaire's eyes really focused—newspapers had to stop being so anti-business. This country was being ruined by the anti-business press. Sarbanes-Oxley, the federal business regulations destroying our competitive advantage, was all due to the anti-business press!

But what about selling advertising?, I asked. It's an ever more competitive and cutthroat world.
He tsked. His view was clear: only the weak-willed and pantywaist could not sell in a difficult market.

Anyway, in short order, the billionaire checked his watch, and I was dismissed, although with the promise of future consultations.

"He doesn't have a clue," I said to one of his aides on the way out.
The aide said, brightly, "He's probably the leading expert in buying businesses he knows nothing about."

Out in Chicago, in a far different reality, I was at a meeting of new-media types about the future of news: user-generated, social-network, Web 3.0, intracranial-chip, and so on. Forget newspapers—digital news was about to flatten broadcast too. That was the subject: who'd be the next big brand—the CNN (though it would not be CNN), or the New York Times (though it would not be The New York Times), or the Google (though it would probably not even be Google)—of the new-news world. Or would the whole idea of news brands die a whimpering death?

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viernes, abril 13, 2007

South Park y las audiencias

Al cumplirse su décimo aniversario, South Park sigue siendo un fenómeno de multitudes. Viacom, quien es su propietaria y la distribuye, acaba de demandar a Youtube por el pago de derechos de autor de la serie y una decena de artículos se abocan a descifrar el éxito de la serie animada creada por Matt Stone y Trey Parker. Cada capítulo de South Park es visto por 1,7 millones de personas, la mayoría concentrado en el público masculino. En este segmento sólo es superado por ESPN. Esto ha abierto el apetito de diversas empresas y plataformas, especialmente las telefónicas. South Park es un espacio cuestionado por la mayor parte de las estructuras del poder en Estados Unidos y que cada cierto tiempo pone en aprietos a Viacom. Pero el poder de las audiencias ha permitido que la censura no se filtre. El negocio es demasiado bueno como para permitirlo.
Por Bill Carter
*http://http://www.eleconomista.es/empresas-finanzas/
Nobody in broadcast television has been laughing much lately at the state of comedy. This season exactly one situation comedy, “Two and a Half Men” on CBS, is among the 20 most-watched shows on television.

“South Park” game on cellphone, likely to be announced today.
That does not mean people have stopped looking for laughs, of course. In the midst of mostly grim days for comedy, the cable channel that is self-proclaimedly in the comedy business, Comedy Central, has never been merrier.

Ratings for the channel’s prime-time shows have increased 12 months in a row, and its all-day schedule is on pace to score its best season ever.

Some of that is explainable by the continuing strength of the channel’s signature shows, like “South Park” and “The Daily Show With Jon Stewart.” Both of these shows continue to generate audiences and attention for the network. Today the channel’s parent company, Viacom, is scheduled to announce plans for a cellphone game based on “South Park.”
The move is designed to play to Comedy Central’s core audience of young men and boys. Few channels other than ESPN have such a heavy concentration of male viewers; audiences for some Comedy Central shows are more than 70 percent male.

One reason for some of the increased ratings is an adjustment by Nielsen Media Research, which for the first time is including a calculation that adds some viewing by college students. In that sample Comedy Central is the No. 2 cable network among male viewers, trailing only ESPN.
Beyond “South Park” and “The Daily Show,” new additions have pushed the network’s ratings: “The Colbert Report” has proved to be an ideal late-night match with “The Daily Show,” and a new sitcom, “The Sarah Silverman Program,” has scored some of the best first-season ratings in the channel’s history.

What seems to be happening, at least according to the channel’s chief executive, Doug Herzog, is that Comedy Central is stepping into the void that years of lackluster broadcast comedy have created.
“A decade ago I used to say we really weren’t the comedy network. NBC was,” Mr. Herzog said. “They had all those great must-see comedies. But now I think we have the heavyweight crown in comedy. It’s ours to defend.”

That boast gets some backing from Doug Mitchelson, who analyzes Viacom for Deutsche Bank. “Comedy Central is doing a fantastic job with its programming,” he said, noting that the channel’s audience size has grown for four straight years. He also said the channel is especially well positioned to take advantage of the migration of the audience to the Internet and mobile devices.

What seems to be making it all work is the fit of the channel’s sensibility with what the comedy audience now expects. Mr. Stewart defined it as “shows that reference a point of view.” He jokingly called the channel “the Sam’s Club of comedy — a central warehouse of comedy where our comedy comes in giant boxes.”

The boxes are actually still rather small, at least when they begin. Ms. Silverman’s show was considered a hit out of the gate; after only two episodes had played, the channel ordered a new season of 14 more episodes. The series averaged about 1.7 million viewers, not big by network standards. Still, that represented a 150 percent improvement in the channel’s ratings in the 10:30 p.m. Thursday time period. (The show has since moved to Wednesday.) “The Sarah Silverman Program” was also the most-watched show in all of television at that hour among men ages 18 to 24.

Ms. Silverman, along with many other of the channel’s stars, said that the environment at Comedy Central was most hospitable to her brand of often outrageous humor. “Where else could I do it?” she said.

Not that the channel leaves its stars completely to their own devices. Ms. Silverman said she has had battles over subject matter. “I don’t know anyone who doesn’t get frustrated when someone who isn’t funny for a living tells someone is who is funny for a living what is and isn’t funny,” Ms. Silverman said.

The creators of “South Park,” Matt Stone and Trey Parker, have had occasional conflicts with the channel as well, but Mr. Stone said that a decade ago he and his partner had watched early Comedy Central programming like “Mystery Science Theater 3000” and decided, “This is where we belong.” He added, “You can see a show now and say, ‘That feels like Comedy Central. That smells like Comedy Central.’ ”

The channel now has a distinct whiff of political satire, thanks largely to Mr. Stewart, Mr. Colbert and the “South Park” guys. In tonight’s “South Park” episode, for example, an animated version of Hillary Clinton visits town. Mr. Stone said of the satirical shows, “That stuff gets a lot of press and attention, but I still think our biggest shows are just about the kids being weird.”
The Bill O’Reilly-like character that Mr. Colbert plays is both political and weird, which is exactly his intention. “No one ever calls and says, ‘Don’t do this,’ ” Mr. Colbert said.
Certainly no one at the channel minded when Mr. Colbert stirred a media firestorm with his satirical-guns-blazing performance at last year’s White House Correspondents Association dinner, where he stayed fearlessly in character despite the discomfort his routine was apparently causing in his dais partner, the president of the United States.

“That day I got off the train in character,” Mr. Colbert said. “I don’t want to be in that town and not be in character. The character is my magic carpet.”

So is Comedy Central the only place to be for contemporary television comedy? Not really, according to the people who work there. The premise that the network sitcom might not make a comeback found no takers at the channel.

Mr. Stewart, Mr. Herzog, Ms. Silverman and Mr. Colbert all spontaneously endorsed comedy being made elsewhere, namely at NBC, with its comedies “The Office” and “30 Rock.”
“Are there any better characters on TV than Alec Baldwin in ‘30 Rock’ and Steve Carell in ‘The Office’?” Mr. Stewart said of the actors on two Thursday night NBC comedies. (Mr. Carell was formerly a correspondent on Mr. Stewart’s show.)

Why do those shows work? Mr. Herzog suggested they come from a comic sensibility familiar at his channel. He said that one of NBC’s Thursday night comedies, “Scrubs,” is now playing extremely well in reruns on Comedy Central.

“That show fits because it is true to our core,” Mr. Herzog said. “And that is point-of-view comedy, cutting-edge comedy, subversive comedy.”

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martes, abril 10, 2007

Caparrós y el compromiso


Darfur es hoy lo que Ruanda fue hace más de una década. Las circunstancias históricas y el número de muertos los diferencias, pero la cobertura periodística (para que hablar la conducta de la ONU) los iguala. Darfur está en las profundidades de Sudán y el genocidio del gobierno central sólo se hizo conocido cuando alguna cadenas de TV estadounidense y un par de diarios europeos comenzaron a relatar las matanzas que milicianos pro gubernamentales realizaban impunemente. Pero poco y nada. Hoy la gente muere, como en Ruanda, y los medios no han corregido la desidia de la comunidad internacional. En esta entrevista publicada por la revista Dossier de la Facultad de Comunicación y Letras de la UDP, Martín Caparrós habla de compromiso y de periodismo. De la ética y la obligación. De dar lo que quiere el público o entregar un testimonio que abra las mentes y los ojos. Dicotomía ingenua y a veces engañosa.


En tus crónicas y libros, has reflejado la condición humana. ¿Cómo ha influido ésta en tu trabajo?
Soy un sorprendido profesional. Tengo un gran entrenamiento en sorprenderme, porque es la herramienta que necesito para encontrar qué contar. Necesito ser capaz de asombrarme de muchas cosas para ver después la forma de narrarlas. Por otro lado, hay amigos que me han dicho que yo era una especie de optimista, que creía que la gente era mucho mejor de lo que es y que había tenido la suerte de no ver demasiado los aspectos más negros de las personas. Supongo que quizás eso sea cierto y por eso me sigo sorprendiendo cuando veo cosas como estas. En el viaje que hice recientemente a Liberia realmente tuve la sensación de no conocer que somos tan mierda. Ahí escuché cómo algunos guerrilleros detuvieron una caravana de refugiados y sortearon la vida del hijo de una mujer embarazada o cómo molieron en un mortero a la abuelita de uno de los pasajeros para después comérsela. En Moldavia, oí la historia de un hombre que le negó a su mujer estar infectado de SIDA hasta que fue demasiado tarde y terminó muriéndose ella también. Y tantas otras cosas. Me sigue sorprendiendo que seamos así. Tal vez soy un idiota del siglo dieciochesco que piensa que tenemos que ser mejores.

Siempre has tenido una visión crítica del poder y la sociedad. Al escribir, ¿eres purista o buscas que esa historia golpee al lector, como te golpeó a ti? Sartre decía, por ejemplo, que un texto debía ser capaz de detener una bomba de napal.
No tengo especial confianza en los efectos en que pueda producir, pero sí muchas veces quiero que eso forme parte del efecto que puedo lograr. Quizás no cambie nada, lo más probable es que no logre cambiar nada. Pero tengo una especie de posición –ni siquiera diría ética si no estética–, pues me parece espantoso desde un punto de vista estético que el mundo sea así. Entonces no puedo no tratar de hacer algo para por lo menos contar cómo es. Si después alguien puede hacer algo con eso, tanto mejor.

¿Te puedes desvincular de lo ético en temas como Liberia o el Sida en Moldavia? ¿Es una crítica tan sólo estética?
Es una sensación estética. Me resulta, como te decía, intolerable que el mundo no pueda ser más armonioso, más justo, más digno. Si quieres llamar a eso ética… llámalo cómo quieras. Yo lo llamo estética.

A simple vista, las audiencias jóvenes son diferentes a las de los ’60. Aparentemente ya no existen búsquedas amplificadas o pasiones extremas. ¿La literatura comprometida ha sufrido con estos cambios?
No lo creo. Hubo unos años, a fines de los ‘80 y principios de los ‘90, en que nació una literatura como reacción frente a los excesos de la supuesta literatura comprometida, que muchas veces era muy idiota. Entonces ciertos escritores decidieron ser lo más liviano que podían. Pero eso ya pasó. Últimamente leo textos en los que no hay nada de esa liviandad, si no una escritura muy fuerte. Lo que ocurre es que no tiene por qué existir siempre una temática sobre problemas sociales. En la última novela de Santiago Roncagliolo –que es un chico muy joven que ganó el premio Alfaguara [por su novela “Abril Rojo]–, él trata de contar ciertos efectos de la época de la guerrilla en el Perú, o sea, eso que sería clásicamente social. Pero en una novela como El Pasado, de Alan Pauls, que tiene el premio Herralde, ocurre todo lo contrario. El compromiso no tiene que ver con abordar o no problemas sociales, si no con tratar entender las emociones: las formas del amor, las formas del odio. El error sería pensar que el compromiso es hablar solamente de la lucha de los pobres por la riqueza. El compromiso es tratar de poner las bolas en cada cosa que uno hace: hacer las cosas como sino pudieras hacer ninguna más, ninguna otra.

¿Crees que las historias que eran interesantes hace años siguen siendo interesantes ahora o ha cambiado el interés de los lectores, especialmente de los jóvenes?
Los casos en los que la condición humana llega a ciertos límites siguen interesando, y la desgracia es que esas historias no son tan escasas como uno cree.

Pero la irracionalidad no es tu único tema.
En el interior hay historias que son interesantes, desde otra mirada. Por ejemplo, el entierro de un viejo campesino en medio de la puna. Entierran a campesinos todos los días, eso no tiene nada de extraordinario. Entonces la cuestión es tratar de ir ahí, de mirarlo, de pensarlo, de escucharlo y contarlo de una manera que lo haga interesante. Esa es un poco la labor del cronista.

Algunos editores, especialmente en Estados Unidos, han plateado con ironía que pronto los temas de más interés serán un gato con tres cabezas, el pasatiempo de una prostituta o la vida íntima de Robbie Williams. Ellos ponen el foco en que, tal vez, nuestra capacidad de impresión va disminuyendo y la fuerza de las historias humanas también.
Sigo creyendo que no hay malas historias, si no malos cronistas o malos periodistas. Por supuesto que una historia buena te ayuda muchísimo. En El Interior, por ejemplo, incluí una crónica sobre una fábrica abandonada. Ahí no hay mayor emoción. Simplemente es la ruina de un frigorífico, es una ruina al lado del río, pero es también un fragmento del libro que a mí me gusta mucho y en la mayoría de las presentaciones que he hecho –varias en la Argentina– termino leyendo esa historia, aunque en el libro hay otros relatos más extremos, supuestamente mucho más impresionantes. Yo prefiero leer esa historia y la gente responde muy bien.

Y, ¿cómo has evolucionado tú? Porque de la anarquía extrema has ido transando –lo que parece lógico- en ciertos momentos de tu vida. Cuando tuviste a tu hijo dijiste: “Bueno, ahora tengo que tener un sueldo fijo”. ¿Sientes que tus temas, en las crónicas y en la literatura, han experimentado el mismo cambio?
No, porque no creo que haya cambiado mucho. Como tú decías, cuando nació mi hijo yo dije: bueno, me tengo que convertir en un hombre de bien para que no joda. Y fui a buscar un trabajo serio y, de todas maneras, de ahí en más nunca duré más de un año en un mismo trabajo. Seguí siendo el mismo chiflado de antes. Si me quieres preguntar sobre ciertos principios que no sé si llamar anarquistas, pero que se relacionan con hacer una crítica de cualquier forma de poder, nunca renegué tampoco. En ese sentido he cambiado poco y no creo que eso haya producido grandes cambios en lo que escribo.

¿Le temes a los actuales cambios culturales? Me refiero no sólo a Internet. Mario Vargas Llosa le escribe columnas a Jack Bauer, protagonista de 24, serie que también te gusta… ¿Te preocupa esta diversificación, especialmente en un momento en que, incluso en Argentina, la gente lee menos libros?
No, no le temo. Es ago que sucede, pero no me parece particularmente mal. Yo no soy un soy un purista del libro. Me parece que el libro, y el que esté escrito, es una de las infinitas formas de contar. Por supuesto, es mi forma de contar y estoy totalmente implicado con ella, pero no quiero que dure para siempre, ni creo que su eventual desaparición sería una catástrofe para la humanidad. Hasta el 1500 ó 1600 no circulaban libros, había muy poquitos libros, los leía muy poca gente y la cultura existía y florecía. Y bueno, durante 400 y 500 años habrá habido libros y entonces, en algún momento, los libros dejarán de existir y empezarán otras formas de relatos que serán tan interesantes como esa. En ese sentido no me preocupa y me parece que esa es la dirección en la que va el libro: hacia un consumo cada vez débil. Pero los libros seguirán ahí hasta que se invente otra cosa.

¿Has hecho un stop en tu vida para preguntarte quién es Martín Caparrós en términos narrativos? ¿Has evolucionado en estos años?
Sí, mucho. No sé si involucioné o evolucioné, pero sin duda he cambiado. Tengo menos urgencia por demostrar cosas cuando escribo. Cuando uno empieza a escribir quiere demostrar lo inteligente que es y la cantidad de cosas que sabe. Por eso yo escribía tantas palabras cuando escribía. Después fui captando todo mejor, me fui tranquilizando y me parece que ahora escribo con más serenidad y con más economía. Así, hace cierto tiempo encontré algo así como un estilo que me parece mío.

Por tu manera de distanciarte de las estructuras de poder, ¿cómo has manejado la relación con las editoriales del control que ejercen sobre las agendas de los escritores?
Yo no trabajo para una editorial; le vendo el resultado de mi trabajo a la editorial que a su vez trata de venderlo. Sé que vivo de esto ahora y lo hago con placer, porque no tengo que hacer cosas que no me interesan para ganarme la vida. Vivo de los libros que escribo en general, pero detestaría creer que escribo pensando en eso. Es cierto, hay muchas maneras más eficientes de ganar dinero que escribir libros. Y por más que a veces me de miedo esa tentación, siempre trato de vigilar mucho no caer en ella, porque sería tonto, no tendría sentido. Nunca escribí un libro porque me pareciera que se pudiera vender. El tema es más bien que hago lo que me da la gana de hacer en el momento.

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martes, abril 03, 2007

Portfolio: La apuesta de Condé Nast


Portfolio es la gran apuesta de Condé Nast, la más grande de las compañías dedicadas a la publicación de revistas. Como una suma de los estilos de Vanity Fair y el New Yorker, Portfolio rompe con el alicaído mundo editorial, con un mercado no acostumbrado a los lanzamientos y con la orientación que han tomado las publicaciones más exitosas, básicamente inclinadas al mundo del espectáculo y la entretención. En los últimos años, salvo el The Economist y el New Yorker, las revistas de actualidad han perdido lectores, avisadores e ingresos. Por lo mismo, Portfolio -la revista más esperada de los últimos años- se convierte en una aventura que será seguida muy de cerca por todos los actores del mercado. Paul Fari es periodista del Washington Post y colaborador frecuentes del AJR.

Por Paul Fari
http://www.ajr.org/Article.asp?id=4300
It seems like the most counterintuitive (not to say craziest) media venture of the decade. At a time when print is fading, when business magazines are struggling, when monthly frequency seems glacial in an age of digital speed, magazine giant Condé Nast is preparing to launch a...monthly business magazine. Nearly two years in the making, Condé Nast Portfolio will hit newsstands with its first issue in days. Its very existence seems to raise a defiant question: Can top-shelf narrative journalism, plus posh photography and design, overcome the forces arrayed against it?

Portfolio has been the buzz of New York's gossipy media and advertising circles for months, despite, or maybe because of, the secrecy surrounding it. The magazine's staff has guarded the first issue's contents as if it were an unannounced corporate takeover offer. The semiofficial line is that Portfolio will be a kind of hybrid of The New Yorker and Vanity Fair (both, like Portfolio, part of S.I. Newhouse's privately held print empire). In other words, Portfolio will be exhaustively reported, literary and slick-–a business magazine for people who don't like to read business magazines.

For $100 million, would you expect anything less? That's the bankroll supposedly behind Portfolio's editorial staff of about 70 (the number will eventually grow to about 90), and the kind of heart-quickening figure that has helped stoke all the buzz. While Condé Nast rarely does anything on the cheap, the $100 million figure could stand a little more context. Portfolio's publisher, David Carey, acknowledges that Condé Nast may indeed spend that much to promote and sustain the magazine and its Web site (http://www.portfolio.com/), but over the course of six years. Still enough to buy fine things, but more like a Lexus than a Maserati. So far, the money has purchased a first-class editorial roster. The first--and most important–-hire was Editor-in-Chief Joanne Lipman, formerly one of the Wall Street Journal's rising stars. Since leaving the Journal in October 2005, Lipman has gone up and down Broadway, cherry-picking talent. Her first draft choice came from inside Condé Nast; Blaise Zerega, the managing editor at Condé Nast-owned Wired, became Lipman's No. 2. Then came two deputies: Jim Impoco, formerly editor of the New York Times' Sunday Business section, and Amy Stevens, who had edited the Journal's lifestyle-oriented Weekend Journal section. Another Journal vet, Ken Wells, is a senior editor.

The writing staff includes a trio of veterans from Fortune magazine: Betsy Morris, Dan Roth and Katrina Brooker. The other big-name writers are former New York Times reporter Kurt Eichenwald and Matthew Cooper, late of Time magazine, who will be Portfolio's man in Washington. The list of contributors has such glittering names as author Michael Lewis ("Moneyball," "Liar's Poker"), The New Yorker's John Cassidy and ex-Journal writer Roger Lowenstein.

A strong start, but now what?

Almost everyone agrees the answer depends largely on how Lipman, 45, shapes the magazine. Condé Nast is known for employing editors with distinctive signatures, such as David Remnick at The New Yorker, Anna Wintour at Vogue and Graydon Carter at Vanity Fair. The difference in this case is that Lipman isn't inheriting a title with a long editorial history and unique voice. She won't be tweaking the magazine's tone; she'll be creating it.

Lipman says there's "a big white space" in the business field for a magazine that is in-depth, investigative and lavishly illustrated. It's a niche, she says, that isn't filled by the category's Big Three-–Fortune, Forbes and BusinessWeek-–or by smaller competitors such as Smart Money, Business 2.0, The Economist or Inc. "We'll be different than any of the other magazines out there," she promises. "There's no reason to go in and say, 'We're going to be just like magazine X but better.' That's not a reason to do a magazine. The reason is, the approach we're taking, the way that we look at a business story and the way we define what a business story is.
"We're not here to try and kill someone else," she adds. "We're here because we're true believers that there is a new way to look at business coverage and there's room in the marketplace to do that."

Lipman presides over Portfolio from a corner office in the Condé Nast building at the foot of Times Square. She moved into Condé Nast's intimidatingly elegant midtown offices after spending 22 years, her entire professional career, at the downtown Journal. Her new environs are all cool surfaces and modern trappings that instantly put a visitor in mind of Runway magazine, the barely fictionalized version of Condé Nast's Vogue in "The Devil Wears Prada." Downstairs, there's Condé Nast's famous Frank Gehry-designed cafeteria. Outside, there's blinking neon and mobs of tourists. Lipman herself wears an elegantly tailored dark suit and calf-high boots on this early February afternoon. She's friendly, but a little distracted; she's just returned from the annual World Economic Forum meeting in Davos, Switzerland, and she's in danger of falling behind as launch day looms.

A longtime newspaper rat, Lipman, 45, fell in love with the Journal and business journalism as a teenager. She'd read the paper during bus rides into Manhattan from her home in New Jersey with her father, an executive of a manufacturing company. As a junior at Yale, she landed an internship at the paper ("It was my goal in life," she says), and was hired immediately after graduation.

After launching the Journal's first advertising column in 1989 and pregnant with her second child, she was close to burnout when Paul Steiger, now the paper's top editor, suggested she join the Journal's elite page-one editing staff. Lipman emerged as one of the bright lights of that group and was handed a series of ambitious projects: the launches of Weekend Journal in 1998 and Personal Journal in 2002, the paper's redesign that year and the start of its Saturday edition in 2005. Indeed, the paper's transformation over the past decade was largely overseen by Lipman.

The success of each undertaking moved Lipman a little higher up the short list to succeed Steiger, who will retire this year. It also made her one of New York's most courted editors. "You couldn't walk into Michael's [a noted New York media haunt] without seeing her having lunch" with a rival publisher, says a longtime Journal colleague. Condé Nast won her over not only by giving her control of her own magazine but also a salary that reportedly exceeds that of her mentor, Steiger.

In many ways, she recognizes, it's a dream job. "There's a wonderful feeling when you can sit in a room and do this blue-sky thinking, [asking] 'Who would be the best writer for this particular story?' And you can throw out any name and know that you can approach that person and know you have the ability to do that," Lipman says. "That's a great thing about Condé Nast. You get the resources that are necessary."