martes, agosto 14, 2007

El ciberleviatán por Fogel

En 1999, Latinoamérica respiró al ritmo del Nasdaq. Y los jóvenes emprendedores de internet, una raza escogida, sólo hablaban de los millones que lograrían en muy pocos años gracias a las la rápida valorización de sus acciones (títulos de la empresa). Despreciaban la "vieja economía". Esos profetas, después de la explosión de la burbuja, hoy son más cautelosos. Internet es hoy una cultura democrática, sin fronteras naturales (incluso más allá de los 100 millones de webistes que aparentemente existen), pero es al mismo tiempo un mundo al que nos estamos acostumbrando y en el que tenemos una apuesta sobre la base de supuestos y tendencias. Ni siquiera somos capaces de resumir sus efectos sobre la sociedad. Aunque algunos de éstos se pueden intuir. El ensayo de fines de los 90 estaba basado en el delirio de la mina de oro, hoy el fundamento está en el conocimiento. El Leviatán que describe Fogel en este texto publicado por Letras Libres, no es el Thomas Hobbes. Es todo poderoso, ejerce una influencia superior muy difícil de contrarrestar, pero está lejos de ser la figura oscura y temida. Y está lejos de ser representar la pesadilla del absolutismo todopoderoso. No representa la democracia de los "millones" como aventuraban los "pioneros" en 1999. Lo más atractivo hoy es sentir que estamos comenzando el camino.


1. Me equivoqué. Tenía que rechazar la oferta. El tema del artículo tiene poco sentido. En realidad, internet, el periodismo y el ejercicio de la ciudadanía configuran un triángulo incomodo.

A. Históricamente, el periodismo ayudó al ejercicio de la ciudadanía: el periódico moderno nació para gritar en los rincones más lejanos de un país lo que se había dicho en los debates del Congreso el día anterior; era un vector orientado desde la capital hacia la provincia.

B. Internet ignora el recorrido de lo que vincula; es una red abierta: al no tener un servidor central prescinde de un centro, entonces desconoce la periferia. Ignora la existencia de la capital o del territorio del imperio.

2. Mejor desistir de la escritura del artículo. Empiezo a teclear algo para demostrar cómo internet, la red planetaria, no contribuye a la identidad política del ciudadano ubicado en un país, nación, pueblo, etc. Busco referencias, hasta descubrir una cita en La galaxia Gutenberg de Marshall McLuhan: El impreso creó la uniformidad nacional y el centralismo gubernamental, pero creó también el individualismo y la oposición al gobierno.

Ejemplo perfecto de la cuarta ley establecida por el mago de los medios: al alcanzar los límites de su potencialidad, un medio funciona al revés. La ley vale para internet como para los otros medios. Internet es también el contrario de internet: vincula y aparta. Escribiré el artículo. Fin del párrafo. ENTER.

3. Desconocemos el tamaño de internet. Es una red que conecta más de cien millones de sitios activos en la web, más de mil millones de internautas, más de cuatro mil millones de discos duros. Los sitios almacenan páginas, los seres humanos funcionan con memorias biológicas y los discos duros son memorias ROM (Read Only Memory, acumulación permanente y rememorante de información ordenada). Pero lo importante es la memoria RAM (Random Access Memory), la memoria procesional, relacional, auto-borrada de manera continua, que utiliza la computadora para hacer operaciones y navegar en internet.

“La cultura está empezando a dejar de comportarse como, principalmente, una memoria dearchivo para hacerlo en cambio como una memoria de procesamiento, de interconexión de datos –y sujetos– de conocimientos”, escribe José Luis Brea en su ensayo Cultura—RAM (Gedisa). Hay que mirar cuidadosamente la cita: las cursivas utilizadas en la frase para nombrar a las memorias pertenecen a la cultura del libro y de la tipografía, es decir al mundo real; la pequeña línea entre “Cultura” y “RAM” en el título del libro es la manera de expresar el espacio vacío entre dos palabras en una dirección de internet, en el mundo virtual.

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