El fin del papel y el rol de los nuevos formatos
El desarrollo, crecimiento y utilidad de los microformatos (básicamente de Twitter) revive la discusión si la abundancia de contenido y la falta de respuesta de los medios escritos terminará eliminado el papel. Sólo el año pasado 525 revistas desaparecieron en EE.UU. y ya se conoce de sobra la realidad de los diarios. Las redes sociales entregan volumen, diversos tipos de contenido, mayores canales de distribución y una comunión permanente con distintos tipos de audiencia. Twitter suma una herramienta periodística básica y fundamental hoy (la cobertura del G-20 es una clase de periodismo). El modelo de negocios hoy es tan inexistente para los diarios como para estas plataformas online. A pesar de que hay datos importantes (los ingresos de Facebook crecieron un 70% el último año, la publicidad se está trasladando con más convicción a las redes sociales y Twitter ha comenzado a desarrollar formas de ingresos) los modelos de negocios (rentabilizar la información) no cuadran ni dentro ni fuera del papel. No aún. Tal como la especulación financiera, el periodismo vive una época de teorías y teóricos. Sumarse a las certezas parece una tarea riesgosa, sólo queda aprovechar las herramientas que están haciendo que la profesión reviva en sus fundamentos. El siguiente es un artículo publicado en la Foreing Policy.
Por Juan Varela
Por Juan Varela
El Rocky Mountain News no seguirá actualizando su web después de mañana. Twitter y Flickr incluidos. No habrá nadie aquí para hacerlo”. Es la advertencia en el propio Twitter, un servicio de mensajes cortos, del fin del periodismo profesional con la muerte de un diario. El periódico cerró sus puertas en febrero agobiado por los males de la prensa. Se despidió con una edición especial –que aumentó la difusión– y una gran cobertura de su propio fallecimiento en su página y en los sitios más concurridos de la web 2.0. Su muerte fue seguida por internautas en todo el mundo.
En la misma situación están muchos diarios, y algunos esperan una suerte igual de nefasta. Los editores están tan preocupados por sus cuentas y el futuro de los diarios que sus grandes reuniones internacionales han sido canceladas o pospuestas. Sus valores en Bolsa caen hasta el 80% y los resultados se desploman, cuando no entran en pérdidas por el “hundimiento” de la publicidad, en palabras del director de El Mundo, Pedro J. Ramírez. En países como España, los editores piden ayuda al Estado para salir de la crisis. Siguen el ejemplo de los Estados Generales de la prensa, convocados por el presidente francés Nicolas Sarkozy, empeñado en una renovación como la del general De Gaulle tras la II Guerra Mundial. Resultado: 600 millones de euros para salvar a la prensa francesa de la crisis. Un plan pagado por las operadoras de telecomunicaciones, grandes beneficiadas por la explosión digital y por los nuevos medios, que además aumenta la factura del contribuyente, que ya paga demasiado por la información, en precio, tiempo e impuestos, por mucho que el inicio del siglo XXI haya sido llamado “la era de la gratuidad de la información”.
En la misma situación están muchos diarios, y algunos esperan una suerte igual de nefasta. Los editores están tan preocupados por sus cuentas y el futuro de los diarios que sus grandes reuniones internacionales han sido canceladas o pospuestas. Sus valores en Bolsa caen hasta el 80% y los resultados se desploman, cuando no entran en pérdidas por el “hundimiento” de la publicidad, en palabras del director de El Mundo, Pedro J. Ramírez. En países como España, los editores piden ayuda al Estado para salir de la crisis. Siguen el ejemplo de los Estados Generales de la prensa, convocados por el presidente francés Nicolas Sarkozy, empeñado en una renovación como la del general De Gaulle tras la II Guerra Mundial. Resultado: 600 millones de euros para salvar a la prensa francesa de la crisis. Un plan pagado por las operadoras de telecomunicaciones, grandes beneficiadas por la explosión digital y por los nuevos medios, que además aumenta la factura del contribuyente, que ya paga demasiado por la información, en precio, tiempo e impuestos, por mucho que el inicio del siglo XXI haya sido llamado “la era de la gratuidad de la información”.
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