martes, octubre 31, 2006

La defensa de Microsoft


Ya no hay duda que es imposible hablar de los medios sin tener los dos ojos puestos en el desarrollo de las nuevas plataformas tecnológicas. Este es un artículo de la revista Qué Pasa sobre los nuevos desafíos de Microsoft luego de la salida de Bill Gates de la gerencia tecnológica de la compañía y del asedio de competidores cada vez más agresivos. El sucesor de Gates, Ray Ozzie, es adicto a los memos como su antecesor, pero está dispuesto a desarrollar productos más amigables -y colectivos- y cambiar la actual estructura de la compañía. Fred Vogelstein es colaborador de Fortune y desde el 2001 que escribe desde Silicon Valley.


Por Fred Vogelstein
En Microsoft, se le conoce simplemente como la Revisión Bill. En algún momento de las primeras etapas del lanzamiento de un producto o servicio, Bill Gates, el hombre más rico del mundo, se sienta para evaluar el avance del equipo y decidir si el proyecto seguirá teniendo el apoyo de la compañía. Los ingenieros y ejecutivos se pasan días y noches preparándose para esta sesión. Se trata de una prueba que puede impulsar o interrumpir una carrera.
La ansiedad se justifica por completo. Durante los '90, llevar la cuenta de las veces que Gates meneaba la cabeza y decía "mierda" en estas reuniones se convirtió en el indicador estándar para medir el fracaso. Hoy, la era de la Revisión Bill está llegando a su fin. En junio, Gates abandonó su papel de arquitecto jefe de software (aunque mantendrá el cargo de presidente). En los próximos dos años, reorientará su trabajo en la empresa que cofundó hace 31 años, dedicando el grueso de su tiempo a iniciativas filantrópicas. A su sucesor escogido a mano, Ray Ozzie, no le agrada maldecir, al menos no en reuniones. De hecho, Ozzie es en muchos sentidos el anti Gates: cortés, de voz suave y tan accesible como cualquier profesor preferido de la época universitaria.
Pero ambos comparten algo que es importante para el presente de Microsoft: su brillantez en materia tecnológica. Como inventor y principal ejecutivo de Lotus Notes en los '80 y '90, Ozzie (50 años) es considerado una de las mentes más brillantes en software del planeta. En su minuto, Lotus Notes fue una de las aplicaciones más populares de la América corporativa. En 1997, Ozzie fundó Groove Networks, una empresa que, al igual que Lotus, tenía el propósito de ayudar a los oficinistas a colaborar de forma electrónica. En abril de 2005, Microsoft adquirió Groove por US$ 120 millones, y Ozzie firmó como ejecutivo top en Redmond.
La idea de estar en un pedestal incomoda a Ozzie. Para empezar, no le gusta pararse en frente de multitudes y solía padecer de pánico escénico. Tratar de dirigir desde arriba de un pedestal no funciona, dice. Se pierde el contacto con los empleados, lo que hace más difícil liderar a una organización y lograr que las cosas se realicen. Y en Microsoft -una empresa que, según muchos, está acosada por competidores cada vez más hábiles-, existe mucho trabajo duro que hacer por estos días.
Es cosa de escuchar a Ozzie cuando describe su estilo ejecutivo. "Al descubrir un error de programación complicado", escribió en un blog, en 2003, "me encanta llamar al programador para que lo depure en mi presencia. Eso me da la oportunidad de entender de mejor forma el funcionamiento interno del producto; además es increíble lo que se aprende al conversar mientras se espera que se copien los archivos depurados: temas de diseño e implementación, cosas que las personas han hecho en paralelo, la organización, rumores, etc." Continuaba: "Supongo que esto es el clásico 'caminar por los pasillos', pero creo que sin este tipo de contacto directo y no jerárquico perdería la conexión con mi organización, y las personas en todas partes sabrían que estoy desconectado y me perderían el respeto".
Desde que se unió a la empresa, 18 meses atrás, la estrella Ozzie se ha hecho cada vez más brillante. Se le trajo para ser uno de tres directores de tecnología y en menos de dos meses en el cargo ya encabezaba una secreta sesión estratégica sobre cómo lidiar con competidores como Google. En noviembre, fue el arquitecto de una nueva estrategia de desarrollo de software para toda la empresa. Y en junio de este año, alcanzó la cima de la montaña: Gates anunció que se retiraba y que nombraba a Ozzie como el "súper jefe" en tecnología de la empresa.

Maremoto de internet
Microsoft ha vivido en estado de abatimiento desde 2003. Sus tribulaciones podrían ser objeto de un estudio de caso de la Harvard Business School sobre el dilema del innovador. La empresa ha ganado -y sigue ganando- miles de millones vendiendo software de escritorio, principalmente Windows y Office. Pero el centro de gravedad se ha desplazado y las aplicaciones basadas en la web están ganando lugar y los dispositivos distintos a los PC -celulares inteligentes, iPods, cámaras digitales- representan los mercados de crecimiento para el software.
Nada de esto es novedad en Redmond. En un memo, destinado a toda la empresa, de 1995, titulado "El maremoto de Internet", Gates reconoció a las redes como un tsunami. A comienzos de 2000, trató de preparar a sus tropas para otro gran cambio, con una serie de discursos sobre los servicios web.
Sin embargo, cuando se trata de las búsquedas en internet, Google está aumentando su ventaja sobre Redmond y está aprovechándose de nuevos modelos publicitarios, con miles de millones en ingresos. Google también está experimentando con un conjunto de aplicaciones web, que incluyen mapas, videos, incluso procesadores de texto y planillas de cálculo online. Mientras tanto, Microsoft ha lidiado con el tipo de cosas que históricamente ha hecho mejor: producir grandes paquetes de software integrados. Vista, su nuevo sistema operativo, será lanzado el año que viene, pero está casi dos años atrasado y no tiene una fecha de salida segura.
¿Cuál es el resultado? La acción de Microsoft, la cual generaba más del 50% de los retornos anuales compuestos en los '90, prácticamente no ha variado en cinco años. La moral en Redmond está en el punto más bajo de toda su historia. Los empleados se quejan de la burocracia, al estilo IBM, que rigidiza la creatividad y la innovación. Además, los mezquinos celos financieros son rampantes: gracias al estancado precio de la acción, por estos días son pocos los que se están volviendo ricos en Microsoft. La mitad del personal -aquellos que se unieron a la empresa a principios de los '90- tiene un patrimonio de millones de dólares en opciones de compra de acciones. La otra mitad -contratada después de 2000-, apenas una fracción de aquello.
Quizás lo peor de todo es que, cinco años después de que Microsoft sorteó una separación y otras enormes sanciones antimonopólicas, es difícil encontrar a alguien que le tema a la empresa. ¿Recuerda cuando competir con Redmond era considerado una sentencia de muerte? Actualmente, Google se mofa de ello a diario. Ha contratado a cerca de 100 "microsofties", la mitad de los cuales trabaja en una oficina satélite, distante pocos kilómetros de la sede de Microsoft.
A pesar de toda esta competencia, Microsoft parece estar muy sana. A partir de los '90, la compañía ha desarrollado un robusto negocio de software de servidores, y sus monopolios de Windows y Office todavía generan US$ 1.500 millones al mes. Además, tiene cerca de US$ 35.000 millones en el banco.
Pero los ejecutivos de Microsoft son lo suficientemente inteligentes para estar preocupados. Están conscientes de la historia de IBM en los '70, cuando ésta era la empresa más poderosa del mundo. Tan poderosa que el gobierno la demandó por violaciones a la ley antimonopolios. Quince años más tarde, había retrocedido. En esos días, Microsoft era la joven superestrella -al igual que lo es Google hoy en día- que ayudó a destronar a Big Blue. Redmond no quiere que la historia se repita.

Amor en disco duro
El plan de Ozzie -expuesto en un memo de 5.000 palabras a los ejecutivos, en el otoño pasado, y en un discurso a los analistas de Wall Street, en julio- es amor duro. Para evitar ser marginalizada, dijo Ozzie, Microsoft tiene que cambiar rápidamente de velocidad y concentrarse en el mundo de los servicios de software. Eso significa concebir una manera más rápida de llevar las ideas del laboratorio al mercado, repensando la forma con que la empresa fabrica y vende aplicaciones, y gastar miles de millones en infraestructura -como "granjas" gigantes de servidores- para impulsar todos estos cambios. Ozzie dio un consejo para la corporación que ha creado algunos de los programas más voluminosos y complejos que se hayan inicializado: "La complejidad mata. Les quita vida a los programadores, hace que sea difícil planificar, hacer y probar los productos, introduce desafíos de seguridad y genera frustración en el administrador y el usuario final". Sería mejor, proseguía, "explorar y adoptar técnicas para reducir la complejidad".
En otras palabras, en vez de gastar años en paquetes de software gigantescos y profundamente integrados, y en vez de realizar un gran lanzamiento, fuertemente publicitado, Microsoft tiene que pensar más como Google y otras compañías de internet de próxima generación: diseñando y lanzando software más rápido y en piezas más pequeñas e intercambiables, y luego permitir que la retroalimentación online del usuario guíe las mejoras.
La meta es radical y riesgosa: adoptar una variedad de modelos de ingresos, incluyendo suscripciones mensuales y publicidad online para ser más competitivos. Pero la visión es simple. Es cosa de posibilitarles a los usuarios el acceso a su información y aplicaciones dondequiera que estén, sin importar el dispositivo que estén usando, ya sea el laptop en el trabajo, el PC en el hogar, el teléfono celular, el televisor, o lo que sea. "Debería funcionar sin problemas", afirma Ozzie.
El plan de Ozzie llevará a la compañía en la dirección correcta. La pregunta es cuánto progreso será necesario administrar para que así sea. Microsoft es una corporación gigante con 70.000 empleados, y Ozzie básicamente les está diciendo que tienen que cambiar cómo piensan en sus trabajos. Con probabilidad es lo más difícil que haya intentado Microsoft.
Ozzie enfrenta otro desafío: persuadir a la organización de que lo siga. Puede que tenga el cargo de Gates, pero todos en Microsoft entienden que nunca tendrá su influencia. Y sin responsabilidad directa sobre ninguno de los negocios de Microsoft, tendrá que recurrir a Robbie Bach, Kevin Johnson, Jeff Raikes y Craig Mundie -los presidentes a cargo de las tres unidades de negocios y de Microsoft Research- para que éstos vean que es de su interés económico seguir el juego que les está planteando.
En estos momentos, tal cosa no parece ser un problema. La reputación de Ozzie, el apoyo público de Gates y el hecho de que sus propuestas no amenazan los resultados finales, le han ayudado a concretar muchas cosas en poco tiempo. En una presentación en San Francisco, hace un año, anunció la formación de dos grupos -Windows Live y Office Live-, los cuales, junto a Xbox Live, liderarían la última carga de Microsoft en internet. Estos grupos ya han desplegado casi tres docenas de productos y servicios. Por cierto, buena parte de ellos ya se habían visto en Yahoo o Google, como páginas de inicio personalizadas que agregan toda la información importante para el usuario: correo, calendario, libreta de direcciones, noticias. Pero también hay unas pocas innovaciones, como el recientemente lanzado Windows Live Writer, el cual simplifica el proceso aún difícil de agregar a un blog algo que no sea sólo texto.
Office Live, en tanto, amplía la vieja idea de permitirles a los usuarios establecer dominios y casillas de correo. Por US$ 30 al mes, Microsoft añade herramientas colaborativas. Uno puede trabajar en un proyecto, guardarlo en servidores administrados por Microsoft en un gigantesco centro de datos, ubicado en cualquier parte, y permitirle a un colega que trabaje en él al mismo tiempo o más tarde. Herramientas como ésta son parte del costoso software de servidores que Microsoft vende a las grandes empresas. Pero hasta ahora, estos programas no habían estado disponibles para los usuarios de pequeñas empresas o en el hogar, en la plataforma PC.
Entre las aplicaciones más fascinantes que hayan salido en lo que va del mandato de Ozzie, afirman los programadores, se cuenta una que fue desarrollada por el mismo Ozzie y su equipo. Llamada Live Clipboard, la aplicación permite cortar y pegar con facilidad elementos entre distintos servicios online, como una foto desde Flickr a Picasa, o un contacto desde un calendario online a Outlook. Ozzie lanzó esta aplicación elegantemente simple, la cual fue anunciada en marzo, de un modo poco usual para Microsoft: lo hizo bajo una licencia creativa común. En otras palabras, los programadores pueden usarla y mejorarla libremente, sin cadenas adjuntas. En sus palabras, se trató de "un pequeño regalo para la red". Hasta ahora, en la comunidad de desarrolladores, la mayoría que veía con sospecha las dádivas de Microsoft le ha creído.
La verdadera prueba de avance, por cierto, vendrá cuando Microsoft demuestre que está realmente preparada para apostar una parte de sus ingresos de Office y Windows. ¿Tendremos algún día la posibilidad de usar porciones de Microsoft Office -por ejemplo, Word, Excel o PowerPoint- como aplicaciones gratis, online, con soporte y que corran dentro de un navegador de Internet, en lugar del disco duro del PC? ¿Podremos tomar una planilla de Excel y pegarla en un blog? Estas preguntas se están discutiendo, aunque no hay que hacerse la idea de que se concretarán mañana, dicen en Microsoft.
Otro tópico de análisis: vender versiones baratas y desmontadas de Office para favorecer a diversos nichos. Microsoft recibe montones de quejas de consumidores y empresas por vender un producto caro y de talla única, lleno de funciones que la mayoría de las personas ignora. Así, unos pocos ejecutivos de nivel medio se están preguntando, ¿por qué no ofrecerles a los clientes una suscripción barata, con menos funciones, pero personalizadas, que cumplan con sus necesidades específicas? La idea es riesgosa para la empresa, la cual depende de Office para generar unos US$12.000 millones al año en ingresos. Pero ése es el tipo de amor duro que propone Ozzie.
Para tener clara la profundidad de la transformación que plantea Ozzie, es cosa de pasar unas pocas horas junto a Gary Flake, uno de los 10 empleados de Microsoft que tienen el codiciado cargo de técnico asociado. Flake se unió a la empresa el año pasado, después de un año y medio como jefe de Investigación y Desarrollo de Yahoo. Claramente, él es una clase de ingeniero distinta a la de Microsoft: no cree en la supremacía de Windows o en el concepto de software en una caja. Está orgulloso por haber programado más de 100.000 líneas de código de fuente abierta… una verdadera afrenta para los tradicionales negocios de Redmond. Además, está más que dispuesto a cuestionar la habilidad de innovar que tiene Microsoft, lo cual habría sido considerado una herejía unos años atrás. "Además de decir, sí, hacemos algunas cosas innovadoras, y no nos dan el crédito por ello, voy un paso más adelante", cuenta Flake, quien como cabeza del equipo de 100 ingenieros de Live Labs está a cargo de que los avances radicales de Microsoft lleguen más rápido al mercado. "Yo diría que no siempre realizamos aquellas cosas innovadoras que deberíamos hacer. Tenemos que mejorar en esa dimensión".
Que Flake pueda hacer comentarios como éstos es quizás una de las señales de cambio más grandes al interior de Microsoft. Históricamente, Gates & Co. han reaccionado con furia cuando se ha cuestionado su buena fe como innovadores. Ahora, pareciera que Redmond está enfrentando el hecho de que su máquina de innovación se ha roto.

Cabeza de ratón
En mayo, Microsoft también cambió su proceso de evaluación para los empleados inferiores, quienes pensaban crecientemente que el sistema desalentaba la toma de riesgos. Antes, eran clasificados en una curva dentro del grupo al que pertenecían: por cada empleado de alto desempeño tenía que haber uno de bajo rendimiento. Ello funcionaba bien cuando la empresa era más pequeña. Pero a medida que Microsoft creció, esa política fomentaba la apatía. La gente pensaba, ¿por qué moverse a un grupo de ingenieros superestrellas, si ello significaba que se podía pasar de un estatus por sobre el promedio a uno bajo el promedio? Ahora, cada empleado es clasificado según metas individuales, sin importar cómo lo hacen los otros. Estas metas se modifican cada mes, para instar a los ingenieros a que generen pequeños módulos de software y los revisen online, en vez de gastar un año en un gran lanzamiento.
Gates ha demostrado que hará lo que sea para retener a los empleados valiosos, especialmente aquellos que son cortejados por Google. La demanda judicial interpuesta el año pasado por Microsoft en contra del experto en búsquedas Kai-Fu Lee, por haber violado el acuerdo de no competencia cuando se unió a Google, puede que haya mostrado a un Gates desesperado, pero envió un mensaje a los potenciales desertores. Cuando recientemente Google atrajo al alto ejecutivo de marketing de Microsoft Vic Gundotra, él prefirió ser leal al contrato y no trabajar durante un año, para no ser demandado. La empresa también ha mejorado las comidas en sus cafeterías, ha ofrecido más servicios, como entrega de mercancía y, sobre todo, ha triplicado la cantidad de opciones de compra de acciones que puede recibir un empleado como bono anual. Un ingeniero cuenta que cuando Google trató de contratar a un amigo, de unos veintitantos años, Microsoft le ofreció US$ 250.000 en acciones para que siguiera en Redmond. Aun así se fue, pero la historia indica la dureza con que la empresa está dispuesta a pelear.
La alta gerencia también ha presionado para que, en general, sean más transparentes las escalas de sueldos y las comunicaciones. En la división Office, por ejemplo, las compensaciones no están directamente vinculadas al cargo, de modo que los empleados saben muy vagamente el lugar que ocupan sus colegas en el ecosistema.
El mismo Gates está tratando de ser más abierto. Este año, puso a disposición de toda la empresa copias electrónicas de los papers que se lleva a su Think Week (Semana para Pensar). Antes, lo que Gates examinaba durante esta famosa semana era un secreto.
¿Sacarán estas iniciativas a Microsoft de su estado de desaliento, la ayudarán a competir de mejor forma con Google o a volver a una posición dominante?
Existen razones para pensar que es posible. En el mundo de la alta tecnología, todos saben que Microsoft muestra su lado más duro cuando está arrinconado. De modo que el Show de Ray Ozzie debería llamar -y lo está haciendo- la atención de Silicon Valley. Puede que Google esté a la cabeza tratándose de reemplazar el escritorio como plataforma computacional, dice Tim O'Reilly, gurú de la Web 2.0 y fundador de la editorial de libros de computación O'Reilly Media. "Pero si se analiza cómo Microsoft está posicionando a Live, está claro que entiende el nuevo mundo". Además de repensar su proceso de innovación y de acelerar los ciclos de productos, la empresa está planeando gastar US$ 2.000 millones más de lo usual el año que viene. No ha explicado por qué, pero la mayoría de los observadores creen que el dinero está destinado para expandir sus servicios web y construir "granjas" de servidores alrededor del mundo, para sostener su nueva infraestructura online. Ninguna otra compañía puede incorporar tanta musculatura financiera tan pronto.
Y dígase lo que se quiera sobre las incursiones de competidores como Apple, Google y Linux, las aplicaciones de Microsoft todavía captan más atención de más personas que cualquier otro producto de alta tecnología en el mundo. Incluso ahora, después de todo el ruido sobre la amplia gama de productos de software de Google, si Microsoft puede igualarla, función por función -digamos, con un buen buscador de escritorio y un programa de manejo de fotografía-, Redmond podría, a pesar de años de partidas en falso, alcanzar al gigante de las búsquedas.
Pero las probabilidades son bajas, y la historia está en contra de ello. Sí, Microsoft es una compañía única, pero las empresas establecidas con 70.000 empleados casi sin excepción tienen dificultades a la hora de aprender trucos nuevos. A Microsoft le ha ido mejor que a la mayoría, con Windows, luego con Office y ahora con su negocio de servidores. Pero también ha tenido que bregar para enfocarse en internet desde que lanzó MSN hace más de una década. Con la excepción obvia de Internet Explorer, definitivamente sus resultados han sido contradictorios. Hace diez años, el mundo estaba convencido de que Microsoft iba a usar a MSN para controlar la internet, de la misma forma que controlaba el escritorio: cobrando peajes, bloqueando a los competidores, regulando cuáles eran los sitios a los que podían acceder los navegantes. Por entonces, el mundo se preocupó de que Microsoft asumiera el mando del negocio de la entretención, usando sus reservas en efectivo para comprar los mejores programas y música, y usando su software en los computadores para dictar qué es lo que se podía ver. Ninguno de estos temores llegó a concretarse. En vez de ello, Microsoft ha sido sobrepasado por competidores más veloces, desde Apple y Google hasta Flickr y YouTube.
Ozzie cree que ahora las cosas serán distintas, gracias a lo que ha llegado a conocerse como la revolución de lo barato. Dado que la banda ancha, el procesamiento y el almacenamiento son tan módicos y ubicuos, dice, el terreno de la alta tecnología es más receptivo a las semillas que Microsoft está plantando que en cualquier otro momento de la historia. También dice que el momento está maduro debido a que existe un modelo de negocios para sostener una nueva generación de aplicaciones online -la publicidad-, el cual no existía previamente. Cualquier empresa basada en la web que está comenzando puede compartir estas oportunidades, admite, pero Microsoft tiene los medios para capitalizarlas a una escala masiva.
En 1995, Bill Gates anticipó el tsunami de Internet y presionó a su compañía para que se adaptara. En ese momento, parecía profético. Hoy en día, Ray Ozzie está empujando por lo mismo, pero esta vez se trata de supervivencia

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miércoles, octubre 25, 2006

Al Gore y los medios


Al Gore es más que el vicepresidente de Bill Clinton. Fue clave para el desarrollo de políticas en favor del desarrollo de internet y hoy su programa interactivo de televisión, Current TV, es uno de los más vistos -e innovadores- en EE.UU. Aprovechando que está a punto de estrenarse en Chile su documental An Inconvenient Truth, sobre las consecuencias del calentamiento global -el medioambiente es otra de sus obsesiones-, parece importante reproducir algo de su pensamiento sobre los medios y la democracia. Al Gore habló justo hace un año en We Media Conference en Nueva York y esto fue lo que dijo. En todo caso, en el sitio www.gsb.stanford.edu/news/audiovideo.html, se pude ver una conferencia que dio en Stanford a raíz de su documental.

Por Al Gore
I came here today because I believe that American democracy is in grave danger. It is no longer possible to ignore the strangeness of our public discourse . I know that I am not the only one who feels that something has gone basically and badly wrong in the way America's fabled "marketplace of ideas" now functions.
How many of you, I wonder, have heard a friend or a family member in the last few years remark that it's almost as if America has entered "an alternate universe"?
I thought maybe it was an aberration when three-quarters of Americans said they believed that Saddam Hussein was responsible for attacking us on September 11, 2001. But more than four years later, between a third and a half still believe Saddam was personally responsible for planning and supporting the attack.
At first I thought the exhaustive, non-stop coverage of the O.J. trial was just an unfortunate excess that marked an unwelcome departure from the normal good sense and judgment of our television news media. But now we know that it was merely an early example of a new pattern of serial obsessions that periodically take over the airwaves for weeks at a time.
Are we still routinely torturing helpless prisoners, and if so, does it feel right that we as American citizens are not outraged by the practice? And does it feel right to have no ongoing discussion of whether or not this abhorrent, medieval behavior is being carried out in the name of the American people? If the gap between rich and poor is widening steadily and economic stress is mounting for low-income families, why do we seem increasingly apathetic and lethargic in our role as citizens?
On the eve of the nation's decision to invade Iraq, our longest serving senator, Robert Byrd of West Virginia, stood on the Senate floor asked: "Why is this chamber empty? Why are these halls silent?"
The decision that was then being considered by the Senate with virtually no meaningful debate turned out to be a fateful one. A few days ago, the former head of the National Security Agency, Retired Lt. General William Odom, said, "The invasion of Iraq, I believe, will turn out to be the greatest strategic disaster in U.S. history."
But whether you agree with his assessment or not, Senator Byrd's question is like the others that I have just posed here: he was saying, in effect, this is strange, isn't it? Aren't we supposed to have full and vigorous debates about questions as important as the choice between war and peace?
Those of us who have served in the Senate and watched it change over time, could volunteer an answer to Senator Byrd's two questions: the Senate was silent on the eve of war because Senators don't feel that what they say on the floor of the Senate really matters that much any more. And the chamber was empty because the Senators were somewhere else: they were in fundraisers collecting money from special interests in order to buy 30-second TVcommercials for their next re-election campaign.
In the aftermath of Hurricane Katrina, there was - at least for a short time - a quality of vividness and clarity of focus in our public discourse that reminded some Americans - including some journalists - that vividness and clarity used to be more common in the way we talk with one another about the problems and choices that we face. But then, like a passing summer storm, the moment faded.
In fact there was a time when America's public discourse was consistently much more vivid, focused and clear. Our Founders, probably the most literate generation in all of history, used words with astonishing precision and believed in the Rule of Reason.
Their faith in the viability of Representative Democracy rested on their trust in the wisdom of a well-informed citizenry. But they placed particular emphasis on insuring that the public could be well-informed. And they took great care to protect the openness of the marketplace of ideas in order to ensure the free-flow of knowledge.
The values that Americans had brought from Europe to the New World had grown out of the sudden explosion of literacy and knowledge after Gutenberg's disruptive invention broke up the stagnant medieval information monopoly and triggered the Reformation, Humanism, and the Enlightenment and enshrined a new sovereign: the "Rule of Reason."
Indeed, the self-governing republic they had the audacity to establish was later named by the historian Henry Steele Commager as "the Empire of Reason."
Our founders knew all about the Roman Forum and the Agora in ancient Athens. They also understood quite well that in America, our public forum would be an ongoing conversation about democracy in which individual citizens would participate not only by speaking directly in the presence of others -- but more commonly by communicating with their fellow citizens over great distances by means of the printed word. Thus they not only protected Freedom of Assembly as a basic right, they made a special point - in the First Amendment - of protecting the freedom of the printing press.
Their world was dominated by the printed word. Just as the proverbial fish doesn't know it lives in water, the United States in its first half century knew nothing but the world of print: the Bible, Thomas Paine's fiery call to revolution, the Declaration of Independence, our Constitution , our laws, the Congressional Record, newspapers and books.
Though they feared that a government might try to censor the printing press - as King George had done - they could not imagine that America's public discourse would ever consist mainly of something other than words in print.
And yet, as we meet here this morning, more than 40 years have passed since the majority of Americans received their news and information from the printed word. Newspapers are hemorrhaging readers and, for the most part, resisting the temptation to inflate their circulation numbers. Reading itself is in sharp decline, not only in our country but in most of the world. The Republic of Letters has been invaded and occupied by television.
Radio, the internet, movies, telephones, and other media all now vie for our attention - but it is television that still completely dominates the flow of information in modern America. In fact, according to an authoritative global study, Americans now watch television an average of four hours and 28 minutes every day -- 90 minutes more than the world average.
When you assume eight hours of work a day, six to eight hours of sleep and a couple of hours to bathe, dress, eat and commute, that is almost three-quarters of all the discretionary time that the average American has. And for younger Americans, the average is even higher.
The internet is a formidable new medium of communication, but it is important to note that it still doesn't hold a candle to television. Indeed, studies show that the majority of Internet users are actually simultaneously watching television while they are online. There is an important reason why television maintains such a hold on its viewers in a way that the internet does not, but I'll get to that in a few minutes.
Television first overtook newsprint to become the dominant source of information in America in 1963. But for the next two decades, the television networks mimicked the nation's leading newspapers by faithfully following the standards of the journalism profession. Indeed, men like Edward R. Murrow led the profession in raising the bar.
But all the while, television's share of the total audience for news and information continued to grow -- and its lead over newsprint continued to expand. And then one day, a smart young political consultant turned to an older elected official and succinctly described a new reality in America's public discourse: "If it's not on television, it doesn't exist."
But some extremely important elements of American Democracy have been pushed to the sidelines . And the most prominent casualty has been the "marketplace of ideas" that was so beloved and so carefully protected by our Founders. It effectively no longer exists.
It is not that we no longer share ideas with one another about public matters; of course we do. But the "Public Forum" in which our Founders searched for general agreement and applied the Rule of Reason has been grossly distorted and "restructured" beyond all recognition.
And here is my point: it is the destruction of that marketplace of ideas that accounts for the "strangeness" that now continually haunts our efforts to reason together about the choices we must make as a nation.
Whether it is called a Public Forum, or a "Public Sphere" , or a marketplace of ideas, the reality of open and free public discussion and debate was considered central to the operation of our democracy in America's earliest decades.
In fact, our first self-expression as a nation - "We the People" - made it clear where the ultimate source of authority lay. It was universally understood that the ultimate check and balance for American government was its accountability to the people. And the public forum was the place where the people held the government accountable. That is why it was so important that the marketplace of ideas operated independent from and beyond the authority of government.
The three most important characteristics of this marketplace of ideas were:
1) It was open to every individual, with no barriers to entry, save the necessity of literacy. This access, it is crucial to add, applied not only to the receipt of information but also to the ability to contribute information directly into the flow of ideas that was available to all;

2) The fate of ideas contributed by individuals depended, for the most part, on an emergent Meritocracy of Ideas. Those judged by the market to be good rose to the top, regardless of the wealth or class of the individual responsible for them;

3) The accepted rules of discourse presumed that the participants were all governed by an unspoken duty to search for general agreement. That is what a "Conversation of Democracy" is all about.
What resulted from this shared democratic enterprise was a startling new development in human history: for the first time, knowledge regularly mediated between wealth and power.
The liberating force of this new American reality was thrilling to all humankind. Thomas Jefferson declared, "I have sworn upon the alter of God eternal hostility against every form of tyranny over the mind of man."

It ennobled the individual and unleashed the creativity of the human spirit. It inspired people everywhere to dream of what they could yet become. And it emboldened Americans to bravely explore the farther frontiers of freedom - for African Americans, for women, and eventually, we still dream, for all.
And just as knowledge now mediated between wealth and power, self-government was understood to be the instrument with which the people embodied their reasoned judgments into law. The Rule of Reason under-girded and strengthened the rule of law.
But to an extent seldom appreciated, all of this - including especially the ability of the American people to exercise the reasoned collective judgments presumed in our Founders' design -- depended on the particular characteristics of the marketplace of ideas as it operated during the Age of Print.
Consider the rules by which our present "public forum" now operates, and how different they are from the forum our Founders knew. Instead of the easy and free access

individuals had to participate in the national conversation by means of the printed word, the world of television makes it virtually impossible for individuals to take part in what passes for a national conversation today.
Inexpensive metal printing presses were almost everywhere in America. They were easily accessible and operated by printers eager to typeset essays, pamphlets, books or flyers.
Television stations and networks, by contrast, are almost completely inaccessible to individual citizens and almost always uninterested in ideas contributed by individual citizens.
Ironically, television programming is actually more accessible to more people than any source of information has ever been in all of history. But here is the crucial distinction: it is accessible in only one direction; there is no true interactivity, and certainly no conversation.
The number of cables connecting to homes is limited in each community and usually forms a natural monopoly. The broadcast and satellite spectrum is likewise a scarce and limited resource controlled by a few. The production of programming has been centralized and has usually required a massive capital investment. So for these and other reasons, an ever-smaller number of large corporations control virtually all of the television programming in America.
Soon after television established its dominance over print, young people who realized they were being shut out of the dialogue of democracy came up with a new form of expression in an effort to join the national conversation: the "demonstration." This new form of expression, which began in the 1960s, was essentially a poor quality theatrical production designed to capture the attention of the television cameras long enough to hold up a sign with a few printed words to convey, however plaintively, a message to the American people. Even this outlet is now rarely an avenue for expression on national television.
So, unlike the marketplace of ideas that emerged in the wake of the printing press, there is virtually no exchange of ideas at all in television's domain. My partner Joel Hyatt and I are trying to change that - at least where Current TV is concerned. Perhaps not coincidentally, we are the only independently owned news and information network in all of American television.
It is important to note that the absence of a two-way conversation in American television also means that there is no "meritocracy of ideas" on television. To the extent that there is a "marketplace" of any kind for ideas on television, it is a rigged market, an oligopoly, with imposing barriers to entry that exclude the average citizen.
The German philosopher, Jurgen Habermas, describes what has happened as "the refeudalization of the public sphere." That may sound like gobbledygook, but it's a phrase that packs a lot of meaning. The feudal system which thrived before the printing press democratized knowledge and made the idea of America thinkable, was a system in which wealth and power were intimately intertwined, and where knowledge played no mediating role whatsoever. The great mass of the people were ignorant. And their powerlessness was born of their ignorance.
It did not come as a surprise that the concentration of control over this powerful one-way medium carries with it the potential for damaging the operations of our democracy. As early as the 1920s, when the predecessor of television, radio, first debuted in the United States, there was immediate apprehension about its potential impact on democracy. One early American student of the medium wrote that if control of radio were concentrated in the hands of a few, "no nation can be free."
As a result of these fears, safeguards were enacted in the U.S. -- including the Public Interest Standard, the Equal Time Provision, and the Fairness Doctrine - though a half century later, in 1987, they were effectively repealed. And then immediately afterwards, Rush Limbaugh and other hate-mongers began to fill the airwaves.
And radio is not the only place where big changes have taken place. Television news has undergone a series of dramatic changes. The movie "Network," which won the Best Picture Oscar in 1976, was presented as a farce but was actually a prophecy. The journalism profession morphed into the news business, which became the media industry and is now completely owned by conglomerates.
The news divisions - which used to be seen as serving a public interest and were subsidized by the rest of the network - are now seen as profit centers designed to generate revenue and, more importantly, to advance the larger agenda of the corporation of which they are a small part. They have fewer reporters, fewer stories, smaller budgets, less travel, fewer bureaus, less independent judgment, more vulnerability to influence by management, and more dependence on government sources and canned public relations hand-outs. This tragedy is compounded by the ironic fact that this generation of journalists is the best trained and most highly skilled in the history of their profession. But they are usually not allowed to do the job they have been trained to do.
The present executive branch has made it a practice to try and control and intimidate news organizations: from PBS to CBS to Newsweek. They placed a former male escort in the White House press pool to pose as a reporter - and then called upon him to give the president a hand at crucial moments. They paid actors to make make phony video press releases and paid cash to some reporters who were willing to take it in return for positive stories. And every day they unleash squadrons of digital brownshirts to harass and hector any journalist who is critical of the President.
For these and other reasons, The US Press was recently found in a comprehensive international study to be only the 27th freest press in the world. And that too seems strange to me.
Among the other factors damaging our public discourse in the media, the imposition by management of entertainment values on the journalism profession has resulted in scandals, fabricated sources, fictional events and the tabloidization of mainstream news. As recently stated by Dan Rather - who was, of course, forced out of his anchor job after angering the White House - television news has been "dumbed down and tarted up."
The coverage of political campaigns focuses on the "horse race" and little else. And the well-known axiom that guides most local television news is "if it bleeds, it leads." (To which some disheartened journalists add, "If it thinks, it stinks.")
In fact, one of the few things that Red state and Blue state America agree on is that they don't trust the news media anymore.
Clearly, the purpose of television news is no longer to inform the American people or serve the public interest. It is to "glue eyeballs to the screen" in order to build ratings and sell advertising. If you have any doubt, just look at what's on: The Robert Blake trial. The Laci Peterson tragedy. The Michael Jackson trial. The Runaway Bride. The search in Aruba. The latest twist in various celebrity couplings, and on and on and on.
And more importantly, notice what is not on: the global climate crisis, the nation's fiscal catastrophe, the hollowing out of America's industrial base, and a long list of other serious public questions that need to be addressed by the American people.
One morning not long ago, I flipped on one of the news programs in hopes of seeing information about an important world event that had happened earlier that day. But the lead story was about a young man who had been hiccupping for three years. And I must say, it was interesting; he had trouble getting dates. But what I didn't see was news.
This was the point made by Jon Stewart, the brilliant host of "The Daily Show," when he visited CNN's "Crossfire": there should be a distinction between news and entertainment.
And it really matters because the subjugation of news by entertainment seriously harms our democracy: it leads to dysfunctional journalism that fails to inform the people. And when the people are not informed, they cannot hold government accountable when it is incompetent, corrupt, or both.
One of the only avenues left for the expression of public or political ideas on television is through the purchase of advertising, usually in 30-second chunks. These short commercials are now the principal form of communication between candidates and voters. As a result, our elected officials now spend all of their time raising money to purchase these ads.
That is why the House and Senate campaign committees now search for candidates who are multi-millionaires and can buy the ads with their own personal resources. As one consequence, the halls of Congress are now filling up with the wealthy.
Campaign finance reform, however well it is drafted, often misses the main point: so long as the only means of engaging in political dialogue is through purchasing expensive television advertising, money will continue by one means or another to dominate American politic s. And ideas will no longer mediate between wealth and power.
And what if an individual citizen, or a group of citizens wants to enter the public debate by expressing their views on television? Since they cannot simply join the conversation, some of them have resorted to raising money in order to buy 30 seconds in which to express their opinion. But they are not even allowed to do that.
Moveon.org tried to buy ads last year to express opposition to Bush's Medicare proposal which was then being debated by Congress. They were told "issue advocacy" was not permissible. Then, one of the networks that had refused the Moveon ad began running advertisements by the White House in favor of the President's Medicare proposal. So Moveon complained and the White House ad was temporarily removed. By temporary, I mean it was removed until the White House complained and the network immediately put the ad back on, yet still refused to present the Moveon ad.
The advertising of products, of course, is the real purpose of television. And it is difficult to overstate the extent to which modern pervasive electronic advertising has reshaped our society. In the 1950s, John Kenneth Galbraith first described the way in which advertising has altered the classical relationship by which supply and demand are balanced over time by the invisible hand of the marketplace. According to Galbraith, modern advertising campaigns were beginning to create high levels of demand for products that consumers never knew they wanted, much less needed.
The same phenomenon Galbraith noticed in the commercial marketplace is now the dominant fact of life in what used to be America's marketplace for ideas. The inherent value or validity of political propositions put forward by candidates for office is now largely irrelevant compared to the advertising campaigns that shape the perceptions of voters.
Our democracy has been hallowed out. The opinions of the voters are, in effect, purchased, just as demand for new products is artificially created. Decades ago Walter Lippman wrote, "the manufacture of consent...was supposed to have died out with the appearance of democracy...but it has not died out. It has, in fact, improved enormously in technique...under the impact of propaganda, it is no longer plausible to believe in the original dogma of democracy."
Like you, I recoil at Lippman's cynical dismissal of America's gift to human history. But in order to reclaim our birthright, we Americans must resolve to repair the systemic decay of the public forum and create new ways to engage in a genuine and not manipulative conversation about our future. Americans in both parties should insist on the re-establishment of respect for the Rule of Reason. We must, for example, stop tolerating the rejection and distortion of science. We must insist on an end to the cynical use of pseudo studies known to be false for the purpose of intentionally clouding the public's ability to discern the truth.
I don't know all the answers, but along with my partner, Joel Hyatt, I am trying to work within the medium of television to recreate a multi-way conversation that includes individuals and operates according to a meritocracy of ideas. If you would like to know more, we are having a press conference on Friday morning at the Regency Hotel.
We are learning some fascinating lessons about the way decisions are made in the television industry, and it may well be that the public would be well served by some changes in law and policy to stimulate more diversity of viewpoints and a higher regard for the public interest. But we are succeeding within the marketplace by reaching out to individuals and asking them to co-create our network.
The greatest source of hope for reestablishing a vigorous and accessible marketplace for ideas is the Internet. Indeed, Current TV relies on video streaming over the Internet as the means by which individuals send us what we call viewer-created content or VC squared. We also rely on the Internet for the two-way conversation that we have every day with our viewers enabling them to participate in the decisions on programming our network.
I know that many of you attending this conference are also working on creative ways to use the Internet as a means for bringing more voices into America's ongoing conversation. I salute you as kindred spirits and wish you every success.
I want to close with the two things I've learned about the Internet that are most directly relevant to the conference that you are having here today.
First, as exciting as the Internet is, it still lacks the single most powerful characteristic of the television medium; because of its packet-switching architecture, and its continued reliance on a wide variety of bandwidth connections (including the so-called "last mile" to the home), it does not support the real-time mass distribution of full-motion video.
Make no mistake, full-motion video is what makes television such a powerful medium. Our brains - like the brains of all vertebrates - are hard-wired to immediately notice sudden movement in our field of vision. We not only notice, we are compelled to look. When our evolutionary predecessors gathered on the African savanna a million years ago and the leaves next to them moved, the ones who didn't look are not our ancestors. The ones who did look passed on to us the genetic trait that neuroscientists call "the establishing reflex." And that is the brain syndrome activated by television continuously - sometimes as frequently as once per second. That is the reason why the industry phrase, "glue eyeballs to the screen," is actually more than a glib and idle boast. It is also a major part of the reason why Americans watch the TV screen an average of four and a half hours a day.
It is true that video streaming is becoming more common over the Internet, and true as well that cheap storage of streamed video is making it possible for many young television viewers to engage in what the industry calls "time shifting" and personalize their television watching habits. Moreover, as higher bandwidth connections continue to replace smaller information pipelines, the Internet's capacity for carrying television will continue to dramatically improve. But in spite of these developments, it is television delivered over cable and satellite that will continue for the remainder of this decade and probably the next to be the dominant medium of communication in America's democracy. And so long as that is the case, I truly believe that America's democracy is at grave risk.
The final point I want to make is this: We must ensure that the Internet remains open and accessible to all citizens without any limitation on the ability of individuals to choose the content they wish regardless of the Internet service provider they use to connect to the Worldwide Web. We cannot take this future for granted. We must be prepared to fight for it because some of the same forces of corporate consolidation and control that have distorted the television marketplace have an interest in controlling the Internet marketplace as well. Far too much is at stake to ever allow that to happen.
We must ensure by all means possible that this medium of democracy's future develops in the mold of the open and free marketplace of ideas that our Founders knew was essential to the health and survival of freedom.

viernes, octubre 20, 2006

El primer capítulo de Fogel


Aunque suene feo, esta es una exclusiva. Es el primer capítulo del notable libro que escribieron Jean Francois Fogel y Bruno Patiño -los cerebros de Lemonde.fr- y que aún no ha sido publicado en español. La Prensa Sin Gutenberg es un manifiesto de los nuevos tiempos, es una reflexión profunda a los cambios que están viviendo los medios -y la sociedad- con internet y es, también, un anuncio sobre las preocupaciones que debemos tener los que estamos más cerca de los futuros periodistas. Lemonde.fr es un referente mundial al que la mayoría de los medios observa con atención. Por eso, aunque el texto sea muy largo para un blog, es sin duda fundamental. La traducción fue realizada por el equipo de Clarin.com.


Por Jean Francois Fogel y Bruno Patiño

Reconocimiento online

Este ensayo salió de una experiencia. Convocados en el comienzo del verano de 2000 a construir, con otros, la audiencia y la rentabilidad del sitio de Internet creado para el diario Le Monde, sus autores participaron desde entonces en el desarrollo del periodismo online. Esta experiencia es, depende del costado en que la miremos, insignificante –cinco años solamente-o enorme porque recorre sobre más de la mitad de la historia de los sitios informativos.
Este universo de pioneros que manipulaban una serie de herramientas no es más que la sumatoria de las prácticas que allí se implementaron. La nueva prensa es tan joven que no tiene teoría, ni historia, ni manual de sus innovaciones (…) La prueba de los acontecimientos les ha enseñado la naturaleza de sus empresas, los roles de los trabajadores y de las tecnologías y el lugar prometedor a Internet en el universo de los medios. Todos tuvieron en común inventar y enseñar –a la vez-eso que en adelante se constituiría como un oficio periodístico abruptamente diferente al escrito y al audiovisual.
Este saber profesional que es constantemente revisado – por la obligación de innovar – es producido por todos y por nadie en particular. El es el que constituye el contexto de la reflexión del que se nutre este libro.

EL NUEVO REGIMEN DE LA PRENSA
Es una vieja historia. Esa de un aduanero que inspecciona un camión. El chofer no tiene cargamento. El aduanero lo deja traspasar la frontera sin preocuparse pero ve volver sin cesar, durante años, a este chofer que no transporta nada. Nada en el vehículo que conduce revela la presencia de una mercadería ni de nada escondido. Sin embargo, en los momentos de exasperación, el aduanero desarmaba el camión pieza por pieza porque era evidente que esos viajes escondían un tráfico.
Algunas horas antes de jubilarse, en el momento de terminar su última jornada laboral, el aduanero vio aproximarse al chofer que no transportaba nada. Tras prometerle impunidad le suplicó, después de una última inspección infructuosa, que le revelara su fraude. “Es el final, dijo, esta tarde yo dejo la aduana. Pero para tener una jubilación pacífica, antes de partir, necesito saber: ¿es droga, son divisas, un pasajero clandestino, oro…? ¿De qué tráfico se trata?” Tres palabras mataron al futuro jubilado: “tráfico de camiones”.
Los pioneros del periodismo electrónico han contado durante mucho tiempo este chiste identificándose con el chofer. Pues sus colegas de los otros medios, sus proveedores, e incluso sus accionistas y colaboradores han soñado acerca de lo que ofrecía la prensa online. Para unos eran periódicos distribuidos más rápidamente. Para otros, la señal de la radio o de la televisión liberada de las ondas y de la obligación de difundir continuamente. Para otros distintos, directamente del productor al consumidor, las informaciones de las agencias de prensa. Para los últimos, un añadido a las listas de noticias más consultadas, que Google o Yahoo! actualizan constantemente.
A menudo una maldición se añade al cargamento. Los cerebros éticos predijeron la venta online de localidades en las secciones culturales y la aparición de corredores en las financieras. Los letrados veían en los periodistas del nuevo medio a aprendices de brujo con el objetivo de asesinar lo impreso. Y los paranoicos descubrieron atrás de los sitios de la prensa a un “Big Brother” residente en Washington, una mundialización de la información al servicio de las multinacionales o la promoción de una utopía libertaria que confundía ciberespacio y lugar de la libertad.
Esta mirada sesgada, que sospecha de un cargamento y no ve el camión que la transporta, es el déficit de reconocimiento del periodismo online. Ignoramos cuán específica es su actividad. Los sitios que difunden música, venden viajes o manejan subastas, proponen escuchar la misma música que la del CD comprado en una disquería, subirse al mismo tren o avión que con un boleto adquirido en una agencia o comprar el mismo objeto que adjudica un rematador. Los sitios informativos escapan a esta similitud. Lo que publican online no se confunde con lo que ofrece el periodismo con un libro, el periódico, el cine, la radio o la televisión.
Una prensa nueva nació en Internet. Con su identidad, su lenguaje y un crecimiento tan pujante que amenaza a sus competidores. El miedo de que los sitios informativos les hagan perder lectores, se convirtió en la rutina de los periódicos. Este juego inútil donde una prensa ganará en audiencia y en ingresos publicitarios lo que otra pierde implica una vista falsa, estrecha, de una ruptura histórica.
El periodismo se ciega al igual que otras corporaciones confrontadas a una revolución tecnológica. Quiere creer que un asiento suplementario tapizado de Internet será suficiente para que los mismos medios masivos ocupen su sitio alrededor de la misma mesa informativa y jueguen la misma partida delante de una audiencia muda. La primera década del periodismo online barrió esta ilusión. Internet no es un soporte más, es el fin del periodismo tal como lo conocimos. Sometido a la omnipresencia de un medio nuevo, poco a poco despojado de la competencia entre sus diversos soportes, revisa un poco más cada día su relación con la audiencia. La prensa no ha comenzado un nuevo capítulo en su historia, más bien ha iniciado otra historia bajo el régimen de Internet.

El tercer ataque
A comienzos del siglo XXI, el terrorismo produjo un impacto mediático. Los ataques mortales perpretados en menos de un lustro contra Nueva York, Madrid y Londres han expuesto el campo de acción de Internet, la forma y la influencia de las informaciones que allí circulan. Cada uno de esos tres torbellinos del mundo midió la red mundial que en adelante se convertiría en la referencia mediática.
En contra de lo que comúnmente se creería, la destrucción de las torres del World Trade Center en Nueva York –el 11 de septiembre de 2001-no demostró el poder del nuevo medio. Internet no estaba a la altura de un acontecimiento global.
“Después del 11 de septiembre nos dijimos: nunca más”, es una frase repetida desde entonces no para expresar la necesidad de terminar con el terrorismo sino para evocar las técnicas apropiadas para hacer frente a un aumento considerable de tráfico. Los editores comprendieron que la demanda del público existe y que responderán dispersando los contenidos, textos, fotos, páginas en diversos puntos de la Red desde donde será más fácil difundirlos. Los sitios no son ya concebidos como los medios emisores a partir de un único punto, a la manera de un periódico o de una trasmisora radial, sino como los promotores del flujo sobre una red planetaria.
Lógicamente, el 11 de marzo de 2004, con los atentados contra los trenes que transportaban a la gente de los alrededores a la estación de Atocha, en Madrid, la mayoría de los sitios batieron su record de audiencia, especialmente en Europa. En el seno de un tráfico ya fluido, la presencia de mapas, gráficos, foros y chats prueba que el medio sobrepasa los textos y las fotos de los que se limitaba su contenido al principio. Muy rápidamente los sitios en español de El País y El Mundo, reconocidos por sus infografías interactivas, propusieron animaciones copiadas en todos lados ya que ofrecían una representación clara y dinámica de las explosiones múltiples de las bombas y de la investigación policial que siguió. Instalado en el primer rango de los medios por su interactividad, Internet dispuso, en adelante, de sus propias cartas.
Con los atentados en los transportes públicos londinenses, el 7 de julio de 2005, Internet toma toda su dimensión. En el correr del día –como en los casos precedentes los terroristas golpearon al comienzo del horario de oficinas¬, la red encaminó un contenido diversificado en un tráfico en el que la repartición estuvo a la altura de una de las grandes metrópolis del planeta. Así, entre los 1.3 millones de visitantes que accedieron al sitio de The Guardian, más de medio millón se conectaron –idioma obliga-desde los Estados Unidos. Los internautas madrileños, que conocían el horror de un atentado semejante estuvieron, después de los de Londres buscaron estar informados y totalizaron la mayor cantidad de visitas desde una ciudad europea. Internet asume todas las demandas: el poderío interesado de los Estados Unidos, la impresión de la capital que fue la mira precedente y la necesidad de información local. Pero el medio va esta vez más lejos, ensanchando el perímetro del público y los límites de su red.
Se cae la frontera entre los periodistas y su audiencia. “Algunos minutos después de la primera explosión, recibimos las primeras imágenes del público. En menos de una hora teníamos 50”, cuenta Helen Boaden, directora informativa de la BBC. Las víctimas de los atentados utilizaron las cámaras de sus teléfonos celulares para alimentar un periodismo de ciudadanos que nutriría al planeta entero. En el sitio de la BBC, los testimonios fueron ensamblados a la manera de un rompecabezas de imágenes y de palabras que cubría la capital, comprendidos sus hospitales y el recorrido del metro, y que los sitios del mundo entero también reprodujeron. La BBC y MSNBC.com ofrecieron un diario íntimo online a las personas que hicieron los aportes más pertinentes, con el fin de que publicaran el testimonio de supervivencia en el atentado contando: los cuidados que recibieron, las reacciones de su entorno, las preguntas de los periodistas, etc.
La marea de la expresión espontánea fue tan fuerte – en 24 horas: 20 mil mails, más de mil fotos y 20 videos utilizables-que se cayó una segunda frontera: la que separa a Internet de los otros medios. Más allá de de la utilización de testimonios tomados sobre Internet en la preparación informativa, las cadenas de televisión de la BBC, ITV y Skynews difundieron videos y los diarios como The Daily Mail y The Guardian fotografías tomadas de la red. El país que inventó el modelo del “periodismo anglosajón”, nutrido de la leyenda de los diarios de Fleet Street (…) ve convertirse a Internet en el primus inter pares de los medios aunque vivió la jornada más amenazante después de la Segunda Guerra Mundial.
Se trató de uno de esos momentos en los que se define el curso de los acontecimientos futuros. Internet estuvo, entonces, a la altura de las expectativas engendradas por los primeros años de su existencia. El medio actúa como proveedor de los otros medios y como distribuidor en el público, como receptor y emisor informativo, él es a la vez contenido, canal de difusión, centro de archivos actualizados constantemente y espacio de debate. En este desplazamiento no falta la afirmación de un formato interactivo propio en el periodismo online puesto que los sitios de la BBC y de The Guardian publicaron sus reportajes principales en los blogs más que en los artículos. En una red abierta, donde cerca de un millón de internautas pueden producir, agrupar y transferir información, no hay ningún espacio reservado a los periodistas. Los sitios de información no suministraron, además, más que el 5.6% del tráfico de Internet de la ciudad durante el ataque de la capital inglesa.
Pero el periodismo no se confunde con un flujo de noticias: la manera en la que ellas son recibidas cuenta tanto como su contenido. Es solamente cuando se ajusta el triángulo que tiene como vértices al acontecimiento, su tratamiento periodístico y la reacción de la audiencia, que un medio muestra estar acorde con la información. Esta demostración, no premeditada por los terroristas de Londres, se estableció online: Internet se instaló profundamente en el periodismo.

Todos online
Cuando aparecieron los sitios informativos, el único recurso indispensable para convertirse en editor online era tener contenido –texto, después imagen, sonido y por último video – para publicar. (…) Estos medios aparecieron en medio de un movimiento interno de las empresas de prensa más interesadas en Internet como motor para aumentar sus ganancias que en los cambios estructurales que ocurrirían.
“Miramos el presente con la ayuda de un retrovisor. Marchamos para atrás hacia el futuro”, se indignaba McLuhan, quien concebía a un medio como una experiencia personal más que como contenido. Los primeros pasos de Internet le dieron la razón: buscando en el retrovisor lo que venía del papel o de las ondas radiofónicas para volverlo a tener en la red, se omitió seguir la experiencia vivida frente a la pantalla. Antes que la difusión del contenido de los otros medios, Internet ofrece otra aproximación, tan renovada y mezclada que desestabiliza el fondo mismo del periodismo escrito y audiovisual.
Primer toque, la escritura. Rompe el vínculo establecido después de Gutenberg entre escritura e impresión constituyéndose forzosamente en una revolución. (…) Confrontado al sonido, al video y a las animaciones interactivas, compuesto por caracteres de un tamaño modificable, reproducible por el copy & paste, el texto no es más el emperador de los signos, más bien una señal banal, que aparece en las pantallas de todas las redes.
Las dificultades de los diarios de los países industrializados que revisan precios, formatos y fórmulas de redacción encuentran su origen en esta experiencia nueva: la generalización de la lectura en la pantalla. Un informe de la asociación mundial de periódicos dice: “La historia de los diarios gratuitos y de su desarrollo implacable es, de hecho, la historia de una nueva generación.
Nosotros podemos llamarla la generación Internet… Los más jóvenes no asocian la lectura con la idea del esfuerzo. Para ellos, la lectura es puramente visual, es una experiencia similar a mirar televisión, la pantalla de una computadora o de un teléfono celular.”. La flexibilidad del inglés ya produjo el termino view-paper(diario para ver) en lugar de newspaper(diario de actualidad) con el objetivo de designar a los diarios que responden a esta demanda.
Para el audiovisual, el choque no es menor. Internet ofrece una difusión global, pero esa ganancia en influencia espacial se paga con un menor control del tiempo. Todo evolucionó según las predicciones hechas, hace más de 10 años, por Nicholas Negroponte, fundador del laboratorio de Medios del MIT: “la tecnología sugiere -con la posible excepción del deporte y las jornadas electorales-que la televisión y la radio del futuro serán emitidas de manera asincrónica”. Radios y televisoras online ofrecen tan exitosamente la transmisión en directo que la de los boletines informativos o la programación a voluntad. Esta escucha colectiva fundada en la retransmisión de acontecimientos y la presentación de noticias en directo, constituye el fin de la audiencia.
El error estaría en creer que Internet se contenta con robarle a cada medio su característica distintiva, quitarle a la escritura el monopolio del texto, y a los medios audiovisuales la sincronización de la escucha para privilegiar su propio flujo, múltiple, reactivo, interactivo. El régimen de Internet es aún peor: erosiona la competencia entre las formas de periodismo, procede con la escritura, con lo audiovisual y, con más razón, con la prensa online. Internet descarta las definiciones estrechas: la radio anuncia la noticia, la televisión la muestra, el diario la pone en perspectiva… De un sitio al otro, todos los contenidos desfilan sobre la misma red, con una única etiqueta: disponible online. Sobre la pantalla, las especificidades de cada prensa se transforman en simples variaciones de una sola experiencia, el periodismo difundido en Internet.

El otro mundo
Que una metáfora designe a Internet como un universo virtual no aliviana en nada la obligación nueva y absolutamente real de los periodistas. Ellos siguen la marcha del mundo pero, en adelante, existen dos mundos: el real y el ciberespacio. El segundo apareció de manera explosiva: entre 1993 y 1997, en número de sitios pasó de 250 a 2.450.000; empresas, instituciones, asociaciones, individuos se convierten en medios online. El desafío que Internet lanza a la prensa tiende menos a la invención de un medio o a la aparición de un nuevo soporte que a esta proliferación súbita de comunicación de la cual hay que dar cuenta.
Desde la creación de los primeros periódicos modernos, la prensa reportaba la actividad de las elites políticas, financieras, universitarias, culturales, etc. El progreso de la democracia, el alza del nivel de vida y la difusión de una cultura de masa obligaron a ajustar este primer trabajo el seguimiento de la vida de las sociedades, la evolución de los saberes y la crónica de los acontecimientos más diversos. La creación de Internet no invalida las aproximaciones precedentes, pero obliga a completarlas con un tercer paso: dar cuenta de una sociedad de la información que explota sobre la red mundial y no se confunde con las elites o con la sociedad a secas.
Se trata de una dimensión tan nueva del periodismo –informar sobre la información-, que pasa a menudo desapercibida. Pero ella ha dado forma a los sitios informativos desde su creación en 1996 y 1997. Esta obligación ejercida sobre una cultura nueva está perfectamente establecida por un estudio desarrollado en el seno mismo de los primeros sitios que se crearon en los Estados Unidos. El objetivo de este trabajo era investigar cómo los equipos pasaron de puesta online de textos preparados en el seno de las redacciones clásicas al ejercicio de un periodismo propio de Internet. La conclusión del autor, Pablo Boczowski, profesor del MIT, es que no ha habido transición, sino ruptura. Ocuparse del seguimiento y la producción de la información online, la redacción debe darse vuelta hacia otra cultura donde “la noticia misma parece cambiar pasando de la tinta en el papel al píxel en la pantalla”. (…)

Indígenas e inmigrantes
(…)
El periodismo de los tiempos numéricos es descentralizado, interactivo, abierto, innovador. Permite respirar otro aire. Tal vez porque muchos periodistas online, por su edad y su formación, son indígenas de lo numérico. (…) Este nuevo universo es el de los mensajes instantáneos, de una comunicación en todo lugar y a todo momento en un paisaje proliferante y parcelado entre terminales de computadoras, consolas de juegos, asistentes personales inteligentes, teléfonos celulares, pero también una cantidad de revistas y de cadenas de televisión y de radio como nunca antes existió. (…)
¿Qué será de la prensa, y que será de la prensa online en un mundo donde Internet se expande al punto de estar disponible en todos lados, sin que haya que preocuparse por la conexión ni por la velocidad? (…) Ningún soporte es excluido, pero nadie garantiza que la prensa mantenga el rol de mediador obligado entre la audiencia y la información. Tampoco es certero que sus especificidades se mantengan significativas en el furioso borbotón comunicacional. (…)
Nuestra actitud reposa en la convicción de que el periodismo, tocado por la difusión de las tecnologías numéricas con Internet en el primer rango, no es arrastrado a reinventarse. Y que naturalmente lo ha hecho antes en ese lugar donde sostiene su innovación: en línea. Los sitios informativos son las primeras respuestas a las demandas nuevas de los indígenas de lo numérico. Pero estas respuestas, ajustadas en el transcurso de casi 10 años, hablan con elocuencia del futuro de la prensa. Online o cualquier otra.

Traducción: Julia Tortoriello – Clarín.com.

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miércoles, octubre 18, 2006

YouTube en las manos de Google

The Economist analiza las razones que llevaron a Google a pagar más de mil millones de dólares por YouTube. Más allá de ser el fetiche del momento -recibe 64 mil videos cada 24 horas y 50 millones de personas lo visitan diriamente-, la estrategia comercial de Page y Brin apunta a adquirir innovadoras -y pequeñas- compañías de computación y a sus rivales más agresivos, como en este caso. Para los medios el tema no es menor. No sólo porque Google es el mayor receptor de publicidad en la red, sino por los cambios que se aprecian en las audiencias y las nuevas formas para construir periodismo

The Economist
“CHAD and Steve remind me of Larry and Sergey,” said
Eric Schmidt, father figure and chief executive of
Google, on October 9th. Google, founded by Larry Page
and Sergey Brin, was announcing its purchase, for
$1.65 billion in shares, of YouTube, founded by Chad
Hurley and Steve Chen. Messrs Page and Brin created an
internet phenomenon with their search engine and
refuted conventional wisdom by proving that search
could make money when paired with advertising. During
the past year Messrs Hurley and Chen (pictured) have
created another phenomenon: a simple, fun website to
which anybody can upload video clips in order to share
them. Every day YouTube fans upload 65,000 videos and
watch 100m. Admittedly, YouTube has yet to prove that
advertising can make video clips as lucrative as
search results. But Google, too, only found a way to
“monetise” its service after it had become popular.
“This really reminds me of Google just a few years
ago,” said Mr Brin, to drive the point home.

With this deal, “two kings have gotten together,”
boasted Mr Hurley in a video clip on YouTube, with his
team in stitches over the grandiose language. But he
was not exaggerating. The stockmarket debut in 1995 of
Netscape, the first popular web browser, marked the
internet's first generation. The merger of “old media”
Time Warner and “new media” AOL, announced in 2000,
came to symbolise that era's excesses; and the
collapse in 2001 of Webvan, a notoriously hapless
dotcom, epitomised the bust. This week's pairing of
Google and YouTube may come to be remembered as the
moment “Web 2.0”—ie, the web, version two—came of age.

Until recently, however, the deal seemed unlikely.
Messrs Hurley and Chen said publicly that they were
not looking for a buyer because they wanted to remain
independent; privately, they had unflattering things
to say about Google and its rival clip-sharing site,
Google Video. For its part, Google made many small
acquisitions but professed not to be interested in big
ones. If anything, Messrs Page and Brin were becoming
concerned that Google already dabbled in too many
products beyond web search and risked confusing its
users.

Both firms changed their minds. For YouTube, a sale
was logical. Like the dozens of other independent
video-sharing sites, it makes losses, incurs large
costs from storing and delivering all those videos,
and has no revenues to speak of. It is also walking a
legal tightrope because many clips violate copyright.
And its investors wanted a return on their money.

A sale to Google neatly solves most of these problems.
Google's vast and growing computer farms can store
information more cheaply than any other firm's. Its
main business of search-related advertising is so
profitable that it can afford to carry YouTube until
meaningful revenues appear. Google has the largest
online network of advertisers, whom it can now refer
to YouTube. It has armies of lawyers that can be
deployed to handle copyright suits. YouTube's founders
and investors will make a fortune. And Google has,
apparently, even agreed to allow YouTube to maintain
its separate identity.

For Google, the case for buying YouTube was less clear
at first. So far, Google has bought tiny technology
firms, often to annoy Microsoft, the software giant
that dominated the PC era and the first generation of
the web. This time, however, Google is buying a rival.
According to Hitwise, a market-research firm, YouTube
has four times as many visitors as Google Video;
according to comScore, another research outfit,
YouTube streams nine times as many clips as Google
Video. That Google is now prepared to buy, rather than
build, market leadership marks a big strategic change.

The deal is “an aggressive, mature move for Google,
one that shows that senior management is not too proud
or stubborn to see that they can't build everything
themselves,” says Henry Blodget, an analyst at Cherry
Hill Research. Indeed, Google's Mr Schmidt freely
conceded that YouTube is the “clear winner”,
especially in creating social networks around its
site.

But Google also appears to be thinking a lot further
into the future. Its mission is “to organise the
world's information,” and a lot of information happens
to be in video form. Google's natural impulse is to
unleash its algorithms on this video content in order
to search it. But direct searching of pictures or
videos (as opposed to the words that people attach to
describe them) is much harder than indexing and
searching text. “Video search simply doesn't work,”
says Charlene Li, an analyst at Forrester, a research
firm, so users have to “rely on the opinions, ratings,
and playlist compilations of others to discover good
video.” That means using social networks—precisely
YouTube's approach.

Together, Google and YouTube can also better address
the single biggest risk to both of them: lawsuits.
“Google lawyers will be a busy, busy bunch,” says Mark
Cuban, a blogger and billionaire since he sold
Broadcast.com, a web-radio firm, to Yahoo!, Google's
main rival as a portal site, in 1999. YouTube reminds
him of the early days of Napster, an internet service
that let users share pirated music. Like YouTube
today, says Mr Cuban, Napster said it would remove
pirated material at the request of any copyright
owner, thus seeking refuge in the “safe harbour”
clause of a 1998 copyright law. But Napster lost in
court and ceased to exist in its original form.

A combination of Google and YouTube may help in two
ways. First, the two companies are such a force in web
video that they ought to be able to strike partnership
deals with copyright owners who might otherwise sue
them. Hours before they made their deal public, both
Google and YouTube announced separate deals with music
studios and media companies that will make them, in
effect, distribution channels for those content
owners. Second, YouTube has been working hard on
“fingerprinting” technologies that would allow content
owners to trace their property as it migrates around
the web and to share any advertising revenues it
produces. But YouTube has not got very far. “Who is in
a better position to develop that technology—60
burnt-out people at YouTube or the legendary technical
minds at Google?” asks Forrester's Ms Li.

The main benefit of the deal, however, may be the
difficulties it creates for Google's rivals. Yahoo!
and Microsoft, as well as News Corporation and Viacom,
two media giants, all wanted YouTube. But Google
pre-empted them, just as it denied them access to AOL,
another portal, in which it bought a defensive stake
last winter. Microsoft now claims that it has decided
to build its own video-sharing business. But this
misses the point: YouTube's value to Google is not its
technology, but its audience and its brand, which no
amount of clever programming can duplicate. Meanwhile
Yahoo!, which has already lost out on several other
big deals, will now have to offer ever more desperate
prices for Facebook, a social-networking site it is
said to be interested in buying. Google's lead looks
bigger than ever.

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lunes, octubre 16, 2006

Saieh en The Clinic


Los empresarios entran al negocio de los medios por poder. Lo pueden justificar de muchas maneras, pero al final ese es el objetivo último. Sin embargo,esta entrevista realizada por Pablo Vergara -profesor de Periodismo de la UDP- a Alvaro Saieh, propietario de Copesa, es mucho más que el resumen oral de un accionista mayoritario. Saieh -y Cristián Bofill, director de La Tercera-generaron el mayor cambio de la prensa chilena en los últimos 30 años, introdujeron el concepto de competencia y comenzaron a darle un cariz más serio al periodismo nacional. Sobre sus palabras se podrá evaluar el futuro de La Tercera.

Por Pablo Vergara

¿Qué mundo representa El Mercurio?

Esa pregunta hay que hacérsela a El Mercurio.

¿Y qué mundo representa La Tercera?

Nos hemos propuesto tratar de dar la visión más amplia y ser el lugar de encuentro de todos los temas. Incluso creo que en eso hemos influenciado al resto de los diarios. Intentamos tratar todos los temas. Creemos que ante cada cosa hay, por lo menos, dos posiciones. Plantearemos la nuestra de manera respetuosa en el editorial, pero no haremos campaña a través de las crónicas. En cada tema polémico intentamos poner artículos con puntos de vista opuestos, que incluso pueden diferir con la posición del diario.

Con la píldora del día después se notaron diferencias con El Mercurio, que se atrincheró...

Esa es tu opinión, pero no eres el primero que me la dice… En ese caso, nos remitimos a establecer y entregar todos los puntos de vista. Como es nuestra línea editorial. También me lo han comentado en otros casos, por ejemplo, el de la última campaña electoral, donde hubo dos encuestas: una que decía que Michelle Bachelet ganaba por tres puntos, casi en el margen de error, casi empate; y otra, la nuestra, que decía que ganaba por siete puntos. Nosotros en ningún caso nos vamos a atrincherar en nada.

¿Lo llaman mucho por lo que se publica en La Tercera?

Al principio, sí. Y mi respuesta siempre era "cómo no, voy a hacer que el director lo llame". Al segundo llamado, lo mismo. Y después de eso no había tercer llamado. Ese es nuestro sistema. Porque o confías en tus periodistas y directores o mejor los cambias. Además, nosotros no competimos con el director. No estamos en las páginas del diario, no recibimos embajadores, no aparecemos. El diario no es para uso personal. No hay nadie que no tenga una persona con quien esté molesto, y nosotros no somos la excepción. ¿cierto? Bueno, pero nunca, y subrayo nunca, hemos usado el diario para atacarlos o para vetarlos de aparecer en sus páginas. Nuestro director es independiente y tiene que ser así.

¿Cómo va la pelea con El Mercurio? ¿Qué espacios cree que le ha ganado?

La situación de El Mercurio era anómala, porque era el único diario relevante en opinión del país. Y el que piense que va a estar en esa posición siempre está equivocado. Lo que ha pasado es que se está normalizando el mercado. Las cosas han cambiado. El Mercurio ahora llama a La Tercera por su nombre, antes hablaba de "un matutino". Y ahora tiene una propaganda que dice "DOS NO ES GANAR, SIETE ES GANAR". Bueno, está reconociendo que el fin de semana estamos básicamente empatados tanto en circulación promedio como en el número de suscriptores, algo impensado hace un par de años. Bien, nos damos por satisfechos porque hemos estado apuntando al fin de semana. Porque ahí está el 70% de la publicidad.

¿Quiere que La Tercera se transforme en una institución como El Mercurio?

No queremos ser El Mercurio. Queremos ser La Tercera. Un medio se debe a la sociedad, y debe ser un reflejo de ella, y no transformarse en sí mismo en una institución, que incluso pueda entrar en contradicción con ella.

¿Qué diferencia va a haber en el suplemento de Cultura frente a El Mercurio?

Nuestro enfoque es decir las cosas en forma profunda pero que las entienda todo el mundo. Queremos toda la cultura, no solo la de elite. No creemos eso de que los especialistas hablan con los especialistas. En todo. Con todas las artes. Por eso se llama Cultura y no un segmento de.

¿Cómo es su relación con Agustín Edwards?

Tenemos buena relación.

Es inevitable ver las diferencias de los conductores. Uno que se formó solo y el otro que es el sexto de una dinastía.

Me hubiera gustado que me hubieran dado el diario hecho, y lo mismo con un montón de empresas. Pero mi papá fue muy buena persona, y mi mamá lo es; me dieron lo mejor que pudieron, sobre todo valores y mucho cariño. En todo caso, no me preocupa, nos ha ido muy bien, a base de esfuerzo. Y los resultados están a la vista: ya pasamos las 100 mil suscripciones, hemos crecido más de 20% anual la publicidad en los últimos tres años, el diario ha cambiado su estructura de lectores y su influencia, entre otras cosas. En el resto de las empresas no periodísticas, que también partimos de muy atrás, también nos ha ido muy bien. La creación de valor de este grupo es sorprendente.


Luis Riveros, el ex rector de la Universidad de Chile, dijo una vez que usted era hijo de la clase media. ¿Dónde nació?


Mi papá es chileno. Por una crisis económica que se produjo después del terremoto de Chillán, él se fue a Colombia, se casó y yo nací allá. Mi familia partió de abajo, así que hemos conocido distintos períodos, algunos de apreturas, otros mejores. De niño me acuerdo de apreturas cuando mi papá se enfermó. Somos gente que ha construido lo que tiene, por lo tanto, la educación era mínima. Yo fui el primero de mi familia que terminó el colegio y el primero que terminó la universidad y, por supuesto el primero que fue a estudiar a una universidad extranjera. Hemos vivido de todo y convivido con todos. Y eso marca como uno ve a los demás. Después, cuando volvimos a Chile, vivíamos en Talca, en la Seis Oriente con la Una y Media Norte. Una casa más o menos antigua. Éramos cuatro hermanos, yo soy el tercero. Allí estudié y después en la Universidad de Chile, de Santiago.

¿Se acuerda de su primer sueldo?

Fue en la oficina de planificación de la Universidad de Chile. En plata de hoy debe haber sido unos cuatrocientos mil pesos. Y fue una gran experiencia. Rolando Sánchez, el jefe, me dio la oportunidad de trabajar ahí, y al poco tiempo llegué a ser muy cercano a él, y aunque era el último de la oficina me tenía mucha confianza y me daba trabajos muy importantes. Con él comencé y lo pasé muy bien. Trabajando lo paso muy bien.

¿Cómo construyó su imperio?

¿Imperio? ¡Ja!... Me parece una exageración hablar de imperio. Me metí en el mundo de los negocios, y todo se fue dando naturalmente. Una cosa, luego otra. Esto no fue pensado. Yo estaba muy interesado en la cosa académica. De hecho, renuncié a la Universidad de Chile para ir a enseñar a una universidad de Estados Unidos porque allá se puede hacer academia el cien por ciento. Acá uno hace una especie de academia y consultoría permanentemente. Pero la vida me cambió los planes. Fue un vuelco en 180 grados.

¿Qué pasó?

El Banco de Santiago tenía otro banco, el Banco Osorno, y lo quería vender. Abrió un largo proceso de licitación pública, y un grupo de empresarios, encabezados por Carlos Abumohor, me contrató para estudiarlo. Les recomendé que se lo compraran, y entonces me dijeron que les gustaría que lo manejara, y que también comprara el 10%. Me ofrecieron un sueldo y una participación sobre las utilidades, de manera que si mis proyecciones eran correctas, la inversión la podía pagar fácilmente. El Banco Santiago financiaba la mitad. Al final, lo licitamos por US$10 millones. Como el segundo postulante ofreció US$4, todo el mundo se rió de nosotros. Incluso apareció en El Mercurio, en esa típica cosa chilena discriminadora, una caricatura de don Carlos Abumohor vestido de árabe y el otro postulante vestido de huaso; don Carlos con una bolsa gigantesca de dinero y el otro con una chiquitita. Todo el mundo decía que nosotros estábamos locos, que habíamos pagado carísimo.

Se burlaron.

Sí, se burlaron.

¿Por el monto o por el origen?

A lo mejor por las dos cosas. Encuentro que es feo cuando destacan burlescamente el origen de las personas. Acá en Chile son realmente burdos en eso.

¿Cómo lo financió al final?

El Banco de Santiago dio la mitad, puse todos mis ahorros y me endeudé hasta con mi mamá para conseguir la plata que faltaba. Y lo fui pagando con mi sueldo y mis participaciones, que eran bastante buenas. Las cosas anduvieron mucho mejor que lo que yo proyecté. Tanto, que pagué rápidamente las deudas del 10% que tenía, e incluso después empecé a comprar más. Así partí.

¿Cuánto le costó incorporarse al mundo empresarial?

Al principio fue difícil porque todos los que entramos no pertenecíamos al 'establishment': éramos empresarios pequeños o bastante desconocidos; con la excepción de los Abumohor, que no eran tan pequeños ni tan grandes. En el mercado había una cierta duda de si íbamos a tener éxito. Y se nos manifestó de distintas formas: estaban los que pensaban que nos íbamos a llevar el banco para la casa, y/o los que creían que no íbamos a tener la capacidad para conducirlo. De todo. Y no es que lo supongamos. Fueron bastante explícitos. Te podría dar nombres. Lo más duro es cuando te encontrabas con esas personas y te tenías que quedar callado. Pero en la vida uno tiene que acostumbrarse a esto y asumirlo. No fuimos ni los primeros ni seremos los últimos. Siempre es difícil partir. Sin embargo en esta entrevista, por primera vez, quiero desahogarme.


¿Siente que había una cuota de racismo?


Claramente. No tengo ninguna duda de eso. En Chile, incluso hoy, se discrimina por religión, raza, color, y origen social. Es uno de los factores más atrasados de nuestra sociedad. En nuestras empresas, el mayor orgullo que tengo es que no discriminamos en ningún sentido a nadie.

¿Qué fue lo peor que le hicieron?

Básicamente, la desconfianza en mí y en nuestros socios, lo que limitaba nuestras posibilidades de hacer negocios, pues el negocio bancario es confianza. Por el contrario, los inversionistas y bancos extranjeros nos apoyaron con todo. Y fueron nuestros mejores aliados. Nos fue muy, muy bien, porque si trabajas duro y eres consistente y honrado, te va bien. No me quejo. Cada uno tiene que asumir lo que es. No oculto lo que soy ni de dónde vengo.

¿Y ha perdido negocios por eso?

Bueno, algunos negocios no te llegan porque no perteneces a un determinado círculo. ¿Pero te cuento algo? Hay algunos que te llegan justamente por eso. Por ejemplo, mucha gente se siente cómoda con nosotros. Entonces pierdes algunos, ganas otros. Somos meritócratas y nos gusta. Sólo miramos los méritos de la persona. Si el tipo es bueno, lo promovemos. Trabajamos con gente de distintos estratos; gente de distintas religiones; distintas razas, y países distintos. Tenemos una tremenda mezcla acá. Y eso nos da la pluralidad en la mirada. Hoy tenemos políticas especiales para minusválidos, buscándoles trabajos adecuados. Y es una política institucional, porque es un tema que nos toca muy profundamente a nivel personal, pero, por lo que sea, la tenemos.

¿Por qué se lo asocia a usted con los grupos económicos formados en dictadura?

Mira, creo que es lo típico: buscar un ángulo para darle a alguien. En mi caso, porque tengo medios. Nosotros, durante el gobierno militar no compramos ninguna empresa estatal. Lo único que compramos fue un banco a -otro banco- en licitación pública. Todas las verdaderas ganancias de capital las hemos tenido en los gobiernos de la Concertación. Y a mucha honra y sin pedirle favores a nadie porque yo, que manejo el grupo, no soy de la Concertación. ¿Por qué hablan de grupo económico formado en la dictadura? No sé. En esa época no éramos grupo económico, ni de cerca. Teníamos un banco, por decir lo menos, chiquitito. Insignificante. Y transformamos ese banco en uno tremendo, trabajando duro. En los '90, compramos la AFP Provida; más tarde la compañía de seguros Compensa y luego el Banco de Concepción, que hoy es CorpBanca. Con la Concertación renegociamos la deuda subordinada. O sea, nuestra gran expansión ha sido en gobiernos de la Concertación. Lo que no es raro, porque la gran expansión del país ha sido en estos gobiernos. Pero una nota curiosa: quienes hablan de los grupos económicos formados en la dictadura nunca mencionan a los grupos económicos grandes, que sí tienen dentro de sus activos las grandes empresas licitadas por el Estado en el gobierno militar. ¿Y por qué? ¿Por miedo? ¿O porque son muy influyentes? ¿Porque tienen conexiones políticas muy importantes? ¿Cuál es la razón? ¿Por qué siempre nombran a grupos de segundo nivel? ¿Por qué no van al hueso, a los que realmente compraron las empresas públicas? Porque yo nunca he comprado una empresa pública, todas las que he comprado son privadas. Y en licitaciones públicas, menos Provida, que se la compré al CitiBank y al BankersTrust que no son precisamente niños de pecho que uno pueda engañar. Entonces, ¡díganme dónde están las empresas públicas que compramos! Ojo: no estoy haciendo ninguna crítica a los que compraron esas empresas ni a los procesos de licitación, porque no los he estudiado, si no que a la intencionalidad y parcialidad de los que hablan del tema sin mencionarlos.

¿Hay grupos económicos intocables acá?

Da la impresión que algunos son más tocables que otros.

¿A usted lo tocan demasiado?

Sí, pero son siempre las mismas personas, así que ya me da lo mismo. Solamente estoy remarcando el punto. Y no sólo por mí. Veo que de repente a alguna gente la tocan y la tocan, y uno se da cuenta que es por razones políticas. Y ya está bueno de tonteras, hay que decir la verdad de una vez por todas. Hay gente que gasta mucha plata en relaciones públicas, demasiada. Además déjeme decirle que uno de los socios fundadores de mi grupo fue un alto funcionario del gobierno de Allende. Y sigue siendo socio mío. Nunca le he mencionado a él este tema ni él a mí, porque me parece irrelevante. Lo único que quiero decirle es que este "grupo formado en la dictadura" tenía en ese tiempo más de un socio que eran opositores.

¿Y qué le parece Bachelet?

Me parece muy bien porque sacó más votos. El que gana es siempre el mejor. Ese es el sistema que tenemos. Ahora ha aparecido mucha gente que descalifican muy rápidamente pero no tiene los votos.

¿Son importantes sus aspectos personales para Ud? Separada, agnóstica, mujer.

Lo importante son sus capacidades para dirigir el país. Sus opciones personales sólo a ella le incumben. Además me molesta que pregunten eso. Creo que ni siquiera es una pregunta válida.

¿Por qué se metió a La Tercera?

Es una historia curiosa. Mi profesor Jacob Frenkel de la Universidad de Chicago, decía que el día que el mundo se acabara quería estar en Holanda. Y yo le pregunté por qué. Bueno, dijo, porque allá las noticias llegan al final. Con Copesa me pasó lo mismo, me llegó al final. El señor Picó encargó a Juan Villarzú y a Darío Calderón, ambos de la Concertación, que le buscaran un socio para capitalizar la compañía. Fueron a España, después hablaron con importantes empresarios de Santiago. Y no encontraron a nadie interesado. Entonces, un día Darío me dice ¿te interesa? No sé, le dije, ¿renta? Yo creo que sí, me dijo, Juan Villarzú lo ha estudiado e incluye una renegociación con el Banco del Estado.

¿Cómo estaba la situación de La Tercera entonces?

Mala. Pero entré porque el paquete negociado por Villarzú incluía capitalizaciones y renegociaciones que hacían ver una luz al final del túnel. En todo caso, mi riesgo era menor, yo entraba como un socio minoritario más, con un sexto de la propiedad.

¿Y cómo fue el proceso?

Al tiempo, Picó decidió vender. Yo llamé a muchos empresarios y ninguno quiso. Sólo Sergio de Castro aceptó y me mandó a un señor que se llamaba Juan Carlos Latorre. Ellos le compraron su parte a Picó, y pasaron a ser los accionistas mayoritarios. Podría haberlo hecho yo, pero no quise. En ese tiempo estaba interesado en sacar adelante el banco que era un buque pesadito. Juan Carlos Latorre manejó el diario desde entonces. Eso fue en tiempos de Pinochet. ¿Y cómo llegué a controlarla? Fue en el 2001, porque mis amigos necesitaban dinero y yo les compré a un precio bastante alto.

Y ahí decide meterse de lleno.

Nosotros somos así. Cuando me hago cargo de cualquier cosa, me meto con todo. Cuando no controlo, no me meto. Porque cuando uno no controla se te produce un proceso de frustración muy importante. Yo me siento más ejecutivo que accionista. Cuando uno es accionista minoritario tiene que aceptar lo que dice el mayoritario. Entonces yo dejo, confío. Y pasó en la etapa en que estuvo Juan Carlos Latorre.

También estuvo en La Época, que se cerró.

Un día, el gerente de La Época, Pablo Berward, me dijo que ayudáramos a salvarla. La Época estaba metida en líos de todo tipo, gigantescos, completamente endeudada, con deudas fiscales, previsionales. Y a mí me parecía interesante que no muriera ese diario, porque me gusta que haya medios de todo tipo. Y dije que bueno y se armó una nueva sociedad limpia.

¿Y qué pasó?


Un día los socios democratacristianos de La Época, me invitaron a una reunión a la casa de Fernando Molina. Allí estaba Juan Villarzú, y Edmundo Pérez Yoma y Genaro Arriagada, a quienes no conocía entonces. Ellos plantearon un plan estratégico para el diario, y yo les dije que no me parecía porque implicaba un gasto enorme que lo llevaría a problemas financieros. Y ellos me plantearon que les devolviera el diario, y esa misma noche lo acordamos. Hay que recordar que la empresa la manejaba entonces Latorre, que era DC. Hasta se consiguieron un aporte gigantesco de un empresario local, mucha plata.

¿Y cuánto duró el diario?

Alrededor de seis meses. Yo no era dueño, ni parte, ni nada cuando se cerró. Fue una gran pena, porque ese diario cuando éramos socios iba subiendo lenta y equilibradamente. Decir que tuvimos algo que ver con el cierre me parece un exceso.

Dicen que el Diario7 se lo compró para cerrarlo.

En primer lugar: la revista Siete+7 estaba quebrada. Pregunten. No existía. Por lo tanto, yo no compré ningún Diario7. Fundé un Diario7. El nuevo diario se hizo cargo de las deudas antiguas, sobre todo laborales, como parte del compromiso con la marca. Marca que tampoco se pudo entregar, porque alguien se opuso. En segundo lugar, ¿qué incentivos tenía para cerrarlo? ¿Porque era un medio de izquierda? ¡Por favor! Por circulación y orientación ni siquiera era competencia directa de nuestros otros medios, sino justamente lo contrario: un medio complementario. Y el Diario7... ¿¡qué quieres que te diga!? El Diario7 para mi es un dolor como creo que es para Mónica González, su directora, y para los periodistas. Con la gente del Siete me pasó algo que no me ocurrió con la gente de La Época. En el Siete me involucré, y sólo puedo decir una cosa: ellos no tienen ninguna responsabilidad en el cierre, los periodistas fueron todos esforzados. Los editores, también. Mónica hizo un trabajo titánico; Luengo, igual. La culpa fue de todo el resto, y me incluyo. El viernes pasado invité a casi todos los periodistas, directores y editores del Siete a comer juntos. Fue emotivo. Yo hice todo lo posible, con un costo personal y financiero, para salvar al Siete. Nadie colaboró con este diario. Yo no sé por qué.

¿Los otros socios?

No, la Concertación. Me llama mucho la atención que no lo hayan apoyado. Mucho. Fíjate que en este proyecto, Copesa terminó poniendo US$2 millones más y prorrogamos la vida del diario casi un año. Y no me arrepiento aunque la inversión se perdió por completo. Yo llegué a tomarle una gran estima a este grupo. Hemos tratado de recontratar al máximo de ellos, porque fueron periodistas que se sacaron la mugre por hacer un buen proyecto con recursos mínimos.

¿Por qué en Chile no puede hacerse un diario de centroizquierda o concertacionista?

Hay varias cosas: alguna gente de la Concertación tiene un toque arribista. Les gusta andar con los diarios del establishment bajo el brazo. Prefieren dar entrevistas y aparecer en la Vida Social. Lo otro: como en todas partes, tú envidias más al cercano que al lejano. Y le dan. En cambio, si es alguien que no conoces, no importa. Mira lo que pasa con los empresarios en Chile: a los locales los molestan; a los extranjeros los dejan tranquilos. Y una tercera cosa: los diarios que han tratado de ser de la Concertación -que no fue el caso del Diario7, que tenía un proyecto independiente -, son demasiado cargados ideológicamente. El Clinic cuando no le gusta algo de cualquier lado lo dice, y esa es una sus gracias. El Clinic tiene su línea política, nadie lo duda. La Tercera tiene esa gracia también. Tiene una línea clara, pero eso no significa aceptar cualquier argumento para defenderlo, aunque signifique denunciar a alguna persona relacionada al diario. A mucha gente eso no le gusta. En este país a algunos les encantan los incondicionales; pero al público, no. Al público le gustan las cosas independientes. Y la gente no es tonta.

¿Por qué se metió en el Siete?

Creo que es bueno para el país, me gusta la diversidad, en términos amplios, no sólo en lo político. A este país le falta mucho admitir diferencias de todo tipo. Pero de todo tipo. A lo mejor lo miro, como dice la canción, desde mi vereda. A lo mejor me ha tocado eso y por eso tengo esa sensibilidad. He tenido la suerte de estar en países más tolerantes donde si uno dice cosas como la caricatura que te mencioné, es grave. Acá, no. Acá esto es chiste. Esto vale para los mapuches, para la gente de otras razas, para los minusválidos y las opciones sexuales. Este país tiene mucho que aprender. Y también es válido para respetar la libertad de optar por ciertos movimientos religiosos porque a algunos no les gustan, cosa que veo a menudo. "Es que este tipo es del X". Eso no puede ser. Si se quiere respeto debe dejarse que las personas, sin adjetivizarlas, pertenezcan a lo que quieran. Yo no pertenezco a movimiento alguno. Sólo defiendo el derecho de hacerlo libre de estigmas. Para mí todas son expresiones de falta de tolerancia y no pueden terminarse unas y no otras.

Resumiendo, ¿quién es Alvaro Saieh?

Soy alguien que no se ha dado cuenta cómo se le ha pasado el tiempo. Lo he pasado bien. Me considero muy afortunado porque he podido hacer muchas cosas que otros no han podido. Si me preguntas qué es lo que más me gusta de todo lo que hecho, te diría que es viajar, conocer, especialmente la cultura de distintas civilizaciones, sobre todo las antiguas.

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