viernes, septiembre 05, 2008

Murdoch vs Arianna


A pesar que están en dos mundos diferentes, las transformaciones en los medios y la necesaria "influencia", ponen a Rupert Murdoch a una distancia muy pequeña de Arianna Huffington, la fundadora y cabeza del Huffington Post, probablemente el blog político económico más influyente de EE.UU. Arianna, una inmigrante griega millonaria, que para algunos es "tal intelectual como una bailarina" y para otros la reencarnación de "Icaro", tiene a su blog convertido en punto de referencia de la clase política norteamericana. Liberal y decepcionada de los medios tradicionales, en 2005 fundó Huffington Post, para de alguna manera tener una plataforma de influencia mayor. El éxito del sitio la tiene tocando el poder con los dedos (o los clicks) como nunca. Algo que muy pocos websites han logrado y que queda reflejado en un excelente artículo del Financial Times. Murdoch sin duda sigue el mismo camino, desde la vereda conservadora. Los medios como negocio y transmisión de poder (sobrevalorado en ocasiones) lo tienen, según revela su biógrafo en un adelanto para Vanity Fair, ciegamente obsesionado con el NYT, la representación del poder, a pesar de su crisis profunda. Con Internet, los medios tradicionales han dejado parte de la influencia que cargaban. Pero la paradoja está en que a pesar de esto, los medios (todos los moldes de contenidos) tienen hoy un interés global que nunca antes generaron.

Por Michael Wolff
F or nine months, I’ve been interviewing Rupert Murdoch, in an unlikely spirit of openness precipitated by his great satisfaction in having bought The Wall Street Journal, about journalism, his business, politics, his family, and the future for a new biography. I was warned about his charm by many other journalists—warned not to fall victim to it. So the surprise was his lack of it. He’s without introspection and self-analysis and doesn’t like to talk about the past. What’s more, he mumbles terribly (and with a heavy Aussie accent) and seldom finishes a sentence. For the first three months of our interviews, he never addressed a word to or even looked at my research assistant, Leela de Kretser, who was at each of the sessions, and ignored her questions—perhaps because it’s not necessary to acknowledge a girl, or possibly because it was embarrassing for him that she was, at the time, a pregnant girl. (She had the baby. He eventually warmed up.)

But his odd lack of seductiveness or felicitousness—contributing to his aura of villainy—became after a while alluring in itself. There’s no spin, because he really can’t explain himself. Rather, what you see is what you get. He’s transparent. The nature of the beast is entirely evident.

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